Sobre el rechazo de sistemas injustos
Por MDH
https://bycommonconsent.com/2025/11/16/on-rejecting-unjust-systems/
Traducción de Juan Javier Reta Némiga
Antes de comenzar, reconozco que las ideas de esta publicación no tienen un consenso total, aunque varios teólogos destacados han propuesto formas de entender la misión de Jesús que son similares al lenguaje de esta publicación.[1] Y según mi experiencia dentro de la iglesia SUD actual, lo que sigue no tiene mucha presencia en las reuniones de la iglesia (ni locales ni a nivel de iglesia global). Creo que es porque, como pueblo, nos centramos, principalmente en la piedad personal—cosas como la oración diaria o la asistencia al templo—o porque... bueno... lo que voy a sugerir es difícil. Pero, en mi opinión, la realidad es esta: un aspecto central de la vocación cristiana es la exigencia de resistir activamente, de luchar contra y, además, rechazar los sistemas de opresión, violencia y explotación (y las ideologías sobre las que se basan).
Es fácil pasar por alto el hecho de que Jesús no fue un maestro que se centrara principalmente, en la ortodoxia individual. Tampoco fue Jesús un maestro que sugiriera que su mensaje debía ser la base del gobierno civil. Más bien, de una manera que recuerda a muchos de los profetas que le precedieron (Jeremías, Amós, Isaías, etc.), Jesús criticó, socavó y desafió de manera activa e intencionada a aquellos que buscaban asegurar (o mantener) para sí mismos riqueza, prestigio, estatus o poder. Pero aún más, Jesús no solo condenó el hecho de la desigualdad —no solo condenó que hubiera «ricos» y «pobres»—, sino que también condenó los sistemas en los que se creaban y se permitía que persistiera dicha desigualdad, y denunció a quienes imponían estas estructuras para mantener sus privilegios.
¿Cómo lo hizo Jesús? Una forma fue a través de sus enseñanzas. Como Michael Austin muestra elocuentemente, Jesús enseña que el Reino de Dios, un reino que requiere una reestructuración del orden social, es, de hecho, algo que debemos construir ahora en la tierra. Jesús enseña que cosas como «la justicia, la misericordia y la fe», es decir, proteger a los marginados de la sociedad, son más importantes que «el diezmo de la menta» (Mateo 23:23). Y Jesús enseña que aquellos que finalmente se sentarán a la derecha de Dios no son los que profetizan o realizan milagros en su nombre (Mateo 7:22-23), ni los ricos (Mateo 19:23-24), sino aquellos que se preocuparon por las víctimas de la opresión, la violencia y la explotación (Mateo 25:31-40).
Pero Jesús no se limitó a hablar. También actuó. Walter Brueggemann, un teólogo que ha tenido una gran influencia en mi vida, observa:
Jesús alimentó a los hambrientos, sanó a los enfermos y liberó a los poseídos por demonios. Estos actos no deben entenderse simplemente como actos de compasión, sino como desafíos dramáticos a un sistema que había privado a algunos de alimentos, aislado a otros de la salud y negado su humanidad... Él no se limitó a hablar; actuó. Y su acción consistió en negar el patrón de privilegio y exclusivismo que estaba en el corazón del orden político/económico y también religioso de la época. Así, Jesús llevó a cabo la protesta profética contra un sistema de orden que legitimaba la injusticia.[2]
En una era moderna en la que muchos buscan convertir las enseñanzas de Jesús en ingeniosas campañas publicitarias, trucos promocionales, operaciones de reclutamiento, o utilizarlas como máscara para una retórica llena de odio o como una estratagema para aumentar los ingresos institucionales, la idea de un Jesús que se resistió a los sistemas de opresión, violencia y explotación no tiene mucho éxito. De hecho, para aquellos que tienen el poder social, político y/o religioso, esas enseñanzas de Jesús son una amenaza. No es de extrañar, pues, que las personas e instituciones con poder (que buscan protegerse a sí mismas) nos digan: «El problema no somos nosotros, sois vosotros; Jesús solo quiere que os comportéis mejor».
Las personas e instituciones con poder intentan sugerir que el problema no son los sistemas sociales, políticos y/o religiosos que permiten que la gente pase hambre, o que limitan el acceso a la asistencia sanitaria, o que concentran cada vez más la riqueza en las arcas de unas pocas personas e instituciones. «El verdadero problema», dicen, «es que dejaste que los malos pensamientos entraran en tu corazón y luego dijiste una palabrota en voz alta». O «el verdadero problema», dicen, «es la pureza pélvica»
Y cuando señalas: «Pero Jesús alimentó a los hambrientos, curó a los enfermos y liberó a los poseídos por demonios, ¿no es así?», esas personas e instituciones con poder tratan de apaciguarnos ofreciéndonos una mínima parte de su riqueza y/o influencia. Lo justo para poder decir: «¡Mirad, hemos ayudado a mucha gente!», con la esperanza de que nos sintamos consolados. Pero (y debemos ser claros al respecto) nunca buscan cambiar los sistemas de los que derivan su poder social, político o religioso. Claro, ayudan a algunas personas, pero nunca de una manera que pueda amenazar sus posiciones de privilegio.
En mi opinión, Jesús nos llamó a hacer algo más que dar prioridad a la piedad personal. El mensaje de Jesús (que tiene sus raíces en las enseñanzas del Sinaí que rechazaban los sistemas sociales, políticos y religiosos de Egipto —sistemas creados y que luego apoyaban la existencia de faraones y esclavos, riqueza y pobreza, indulgencia y trabajo sin fin, opresores y oprimidos, y privilegios y explotación— y que instruían a Israel a construir nuevos sistemas basados en la justicia, la misericordia y la bondad amorosa, y que priorizaban el florecimiento comunitario) incluye el llamado no solo a ayudar a los marginados, sino también a resistir activamente, trabajar en contra y rechazar los sistemas de opresión, violencia y explotación (y las ideologías sobre las que se basan).
Ahora bien, soy plenamente consciente de que los llamamientos a cambiar los sistemas de opresión, violencia y explotación probablemente encuentren resistencia por parte de las personas e instituciones que detentan el poder. Pero eso no es nada sorprendente. Jesús también se enfrentó a la resistencia. Como señala Brueggemann, «la oposición a Jesús no se movilizó porque fuera un rabino ofensivo, sino porque tomó medidas que ponían en tela de juicio el orden político y económico de la época».[3] Pero el hecho de que sea difícil no significa que debamos evitar hacerlo. De hecho, los miembros de la Iglesia SUD, debido a la responsabilidad de edificar Sión, es decir, una comunidad basada en el florecimiento comunitario (véase, por ejemplo, 4 Nefi y Moisés), deberían estar a la vanguardia. Los miembros de la Iglesia SUD deberían estar en primera línea para luchar contra los sistemas injustos y tratar de construir un mundo en el que todos, independientemente de su credo, cultura o nacionalidad, puedan prosperar y crecer. Es decir, los miembros de la Iglesia SUD, si queremos ser los cristianos que decimos ser, deberíamos estar construyendo el Reino de Dios.
[1] En muchos sentidos, esta publicación se basa en las ideas de teólogos como Stanley Hauerwas, Reinhold Niebuhr, Jon Sobrino y Gustavo Gutierrez (por nombrar algunos). Aunque diferentes teólogos puedan discrepar en los detalles, desde una perspectiva general, abordan el evangelio de Jesús de formas que se solapan y se cruzan.
[2] Walter Brueggemann. 2001. Peace. Chalice Press: pgs. 113, 114.
[3] Walter Brueggemann. 2001. Peace. Chalice Press: pg. 115.