John L. SORENSON
UN MARCO GEOGRÁFICO PARA EL LIBRO DE MORMÓN EN LA AMÉRICA ANTIGUA
Deseret Book Company. Salt Lake City, Utah, 1985
Traducción: Estrella Lafont
Capítulo 2
Aclarando Algunas Cosas
Ahora el objetivo central de nuestra tarea es la comparación. Por una parte, debemos estudiar cuidadosamente y entender de manera clara aquellos aspectos del Libro de Mormón que deseamos comparar. Por otra, debemos reunir, examinar cuidadosamente y comparar con el Libro los resultados de la investigación de las ciencias naturales, arqueología y las otras disciplinas relacionadas que nos dan información sobre los tiempos antiguos. Algunos de estos descubrimientos ampliarán nuestros puntos de vista acerca del Libro de Mormón. Sin embargo, la validez de las comparaciones no puede ser mejor que la calidad de los datos que se utiliza y lo acertados que sean. Especialmente debemos asegurarnos de que estamos tratando el lugar y la época correcta. El primer capítulo nos encamina bien hacia el lugar. Aún tenemos que considerar dos problemas. Tenemos que estar tan seguros como podamos tanto de lo que nos dice el Libro de Mormón acerca de sus pueblos como de lo que no nos dice. Simultáneamente, será esencial saber lo que de fiable han encontrado las ciencias que nos conduzca a las épocas y lugares del Libro de Mormón, y lo que no han encontrado.
El Libro de Mormón es...
La página en la que se encuentra el título del Libro de Mormón dice que el libro es un “un compendio de los anales del pueblo de Nefi”. ¿Puede ser esto lo mismo que “la historia del indio americano”, como muchas veces los Santos de los Ultimos Días han etiquetado al Libro? En el capítulo 1 hemos reunido afirmaciones de las escrituras que muestran cómo el relato sólo nos cuenta la historia de un territorio limitado. Los hechos que sucedieron en América, de los que nos habla directamente, estaban limitados a un espacio de quizás 600 millas de largo y 200 de ancho.
Las dimensiones temporales también están restringidas, ya que abarcan 3.000 años o más desde la aparición de los jareditas hasta el último escrito de Moroni. Sin embargo, se pasan de largo extensos períodos de tiempo en un silencio casi total. El sesenta y dos por ciento de todo el Libro de Mormón trata de un período en particular de 160 años (130 a.C.-30 d. C.), mientras que los tres siglos siguientes sólo ocupan cuatro páginas. El registro jaredita es incluso más escaso; algunos siglos no reciben más de un par de líneas. Sin duda no podríamos calificar a un libro tan conciso como “la historia del indio americano”. Incluso para el pueblo de Nefi, apenas puede ser considerado una historia.
Lo que la mayor parte de las personas consideran una historia es un registro secuencial de sucesos importantes que afectan a un pueblo o a una nación, pero el Libro de Mormón contiene principalmente sermones, cartas y otros escritos de propósito religioso. Todo esto está ordenado mediante un esquema cronológico que muchos lectores jamás llegan a comprender bien. Desde el punto de vista de un historiador existen importantes lagunas cronológicas y de otros tipos. Por ejemplo, en el Libro de Eter -el registro jaredita- la figura principal de la parte inicial es “el hermano de Jared”, pero durante el resto del relato sólo se identifica a uno de sus descendientes (Eter 12:18), e incluso se le representa como un intruso entre los gobernantes. Realmente, éste es un tipo de historia extraño. Casi la misma situación se ve en el registro nefita, donde, después de que nos dice que la población de Zarahemla era más numerosa que la de los nefitas, descendientes de Lehi (Mosíah 25:2), no se dice nada más de importancia acerca de esa mayoría. ¿Que clase de historia es ésta? La respuesta es: una historia de linaje.
El Libro de Mormón como una historia de linaje
Linaje, tal y como se utiliza aquí significa un grupo de personas que reconoce su ascendencia de un progenitor común y usa esta ascendencia compartida como base de su identidad social. Los grupos dominantes de élite que se organizan sobre esta base, han existido tanto en la América pre-hispana como en Europa (“la casa” de tal y tal), y en gran parte del mundo. Un experto en documentos indígenas, el doctor Robert Carmack, ha demostrado que en las tierras montañosas de Guatemala cada uno de los principales “descendientes de grupos políticos” de los pueblos quichés, que gobernaban el área cuando llegaron los españoles, poseía su propia historia escrita. Hay sacerdotes eruditos especialistas que conservan e interpretan los anales. Los libros o códices por sí mismos servían como símbolo del poder de los dirigentes, quienes los exhibían públicamente con pompa y reverencia y hacían que se leyeran partes de ellos a sus súbditos. Estos documentos eran consultados para resolver cuestiones de historia y política pública, y se usaban para predecir el futuro. Recitaban la historia formal del origen de su grupo, mientras que también conferían legitimidad y santidad a sus gobernantes. Los libros servían también para explicar el orden social existente, justificando que ciertos elementos sociales o étnicos fueran dominantes o subordinados dentro de la sociedad, y decían por qué había cooperación o lucha con los pueblos de alrededor.[1]
El Libro de Mormón deja claro que es este tipo de historia de linaje, por las abundantes afirmaciones que nos muestran que servía y se pensaba en él de las maneras ya mencionadas. Nefi, el fundador del linaje, dice en la primera frase que todo el libro era un registro personal “de los hechos de mi vida,” escritos con su propio conocimiento y “por mi propia mano” (1 Nefi 1:3). Tan pronto como él se convirtió en gobernante de parte de los descendientes de Lehi, el registro personal de Nefi llegó a ser, de hecho, el registro de su gobierno sobre el pueblo (2 Nefi 5:33; Jacob 7:26). De ahí en adelante, sus sucesores, que eran descendientes directos de él, continuaron escribiendo en el registro, que iba creciendo (Jacob 1:2-3, 9-20; Omni 1:11; Mosíah 17:2; 25:13; 28:10-11, 20; Alma 63:1; Helamán 3:37; 3 Nefi 1:2; 5:20; Mormón 1:1-5; 6:6). El registro de su linaje de gobernantes fue conservado en “las planchas de Nefi” como el registro oficial de los sucesos importantes de su reinado. Finalmente Mormón compiló y comprimió todo el registro de su linaje, o sea, del linaje de Nefi (Mormón 6:6; 8:13). Pero las “planchas menores de Nefi”, que debían dedicarse a materias sagradas, fueron dadas al linaje de Jacob, el hermano de Nefi, que fue designado por Nefi como el primer sumo sacerdote del grupo (2 Nefi 5:26; Jacob: 1:1-3, 7:27; Jarom 1:1, 14- 15; Omni 1:3-4, 8-12, 23, 25, 30), y fueron conservadas por este linaje.
Para los descendientes de Lehi, poseer registros sagrados era una fuente de prestigio y una demostración de su autoridad para gobernar (Omni 1:14, 17-19; Enós 1:14, 20; Mosíah 1:2,6, 15-16; 10:15-16). Los documentos se exhibían periódicamente y eran leídos a los súbditos (al parecer Mosíah 6:3 fue una presentación pública de este tipo, que incluía los registros mencionados en Mosíah 1:16; comparar con 3 Nefi 23:8). Las planchas justificaban claramente que gobernara el linaje de Nefi en vez de cualquier otro. Los registros históricos sobre las relaciones entre nefitas y lamanitas –extensas explicaciones de cómo cada uno de los grupos llegó a la posición que ocupaban históricamente- son una importante preocupación del Libro de Mormón. Gran parte de Primer Nefi, en el libro, está dedicado a la historia del origen nefita. Así, vemos que la mayor parte de las características de las historias de linaje de Guatemala, descritas por Carmack, coinciden con las de este relato del linaje de Nefi.
El anal de los jareditas es similar. Nada lo aclara más que la genealogía que encontramos en Eter 1:6-32. Algunos de los dirigentes que se encuentran en la lista fueron reyes, y algunos otros pretendientes al trono, pero todos ellos eran del linaje de Jared. Los descendientes de Jared tenían derecho a gobernar (Eter 6:22-25), como los descendientes de Nefi –el linaje gobernante- que conservaron el registro oficial durante una época más tardía. Por otro lado, el hermano de Jared ocupaba un cargo profético (¿sacerdotal?) e incluso había desaprobado la idea de tener un rey. No es de sorprender que sus descendientes sean, en su mayoría, ignorados en el registro dinástico que tenemos a través del Libro de Eter. Así pues, Eter 10:30-31 nos dice que después de que un rey llamado Heartom reinara durante 24 años, “le fue quitado el reino”, obviamente por otro linaje, puesto que el nombre del nuevo rey ni siquiera se halla registrado en el relato del linaje de Jared. Luego Het, Aarón, Amnigadda y Coriántum, de la línea sucesoria de Jared y Eter, vivieron todos sus días en cautividad. Durante ese tiempo, obviamente, otro linaje permanecía en el gobierno, bien sea el del hermano de Jared o el de algún otro grupo de descendencia (Eter 2:1). La “historia” mantenida por un linaje, naturalmente, no es un relato extenso de todo lo que ocurre en el área. En vez de esto es como la historia de Abraham en la Biblia. Fundamentalmente, ese relato se interesaba sólo por los asuntos del grupo familiar, y mencionaba otros sólo de manera incidental (por ejemplo, en Génesis 23). También se puede comparar a una historia familiar. Ahí se registran sucesos importantes de cierto tipo solamente, y la mayor parte de ellos de forma breve. Por ejemplo, si unas familias mormonas escogidas hubieran conservado sus propios registros de sus experiencias en Missouri a fines de 1830, considere cuán imposible hubiera sido, después, reconstruir la historia de Missouri partiendo de esos relatos. Los custodios de los anales de Nefi o de Jared no escribieron más que una parte de forma selectiva o incluso sólo de lo que ellos se habían enterado que había ocurrido. Obviamente, ésta es la razón de que el libro de escritura nefita permanezca tan en silencio sobre el “pueblo de Zarahemla”. Sólo se le menciona cuando su presencia entra en contacto, ocasionalmente, con el destino del linaje de Nefi encabezado por los “nefis” o reyes, pero para poder conocer algo significativo de la historia de los zarahemlitas tendríamos que tener sus propios anales.
Hay otra cosa importante acerca de la naturaleza del registro nefita. Todos los que lo guardaron pertenecían a un nivel social poderoso y rico. Debemos tener presente que en las civilizaciones arcaicas, tales como la de Egipto, o la de los nefitas en América, la mayor parte de las personas no sabía leer ni escribir. Se enfatiza la dificultad de llegar a ser competentes en el difícil sistema de escritura empleado en las planchas.
El rey Benjamín intencionadamente “hizo que fueran instruidos [sus hijos, los principes] en todo el idioma de sus padres, a fin de que así pudieran llegar a ser hombres de inteligencia” (Mosíah 1:3). Era claramente un logro notable y poco común dominar el sistema de escritura. Moroni confirmó que esta maestría era difícil cuando se lamentó de que el Señor no había hecho a los nefitas “fuertes para escribir” (Eter 12:23).
El aprender a base de escribir consumía mucho tiempo y además era caro: “algunos eran ignorantes a causa de su indigencia, y otros recibían abundante instrucción por motivo de sus riquezas” (3 Nefi 6:12). En otras palabras, los niveles socio-económicos más altos de la sociedad eran los únicos que normalmente tenían semejante oportunidad de educación. Considerando quienes eran, suponemos que los que escribieron la historia se ocupaban de importantes asuntos sacerdotales, dinásticos, o de la capital. Sólo en raras ocasiones encontramos información objetiva acerca de la gente común.
Tener presente estos requisitos nos permite ver más claramente algunos enigmas del Libro de Mormón. Un cuidadoso estudio del término nefita, por ejemplo, nos muestra que este nombre se usa por lo menos con seis significados:
1. El linaje de Nefi específicamente (Jacob 1:13-14; Mosíah 25:12; Alma 3:17; y probablemente 43:14).
2. Más limitadamente, un grupo gobernante de élite, que se componía de los reyes que llevaban el título de “Nefi” y sus parientes (probablemente un linaje menor de la primera categoría) (Jacob 1:11; comparar “los nefitas” en la interesante expresión “pueblo de los nefitas”, lo mismo que en Alma 54:14; Helamán 1:1; Moroni 8:27)[2].
3. Todos los que eran válidamente gobernados por los “nefis” (Jacob 1:10-14; Mosíah 25:13; Mormón 1:8-9). (Los dos Mosíahs y Benjamín continuaron con el “título” de realeza que tenían los Nefis; los “jueces” o “gobernadores” que sucedieron al Mosíah más joven fueron, sin duda, legitimizados al transmitirles Mosíah la misma autoridad, aunque no el título.)
4. Los creyentes en un conjunto específico de prácticas religiosas y de creencias (Alma 48:9-10; 54:10; 4 Nefi 1:36-37).
5. Los participantes en una tradición cultural (2 Nefi 5:6, 9-17; Jacob 3; Enós 1:20-23; Jarom 1:4-10; Helamán 3:16).
6. Un grupo “racial” o étnico (1 Nefi 12:16, 23; 2 Nefi 5:21-23; Jacob 3:5; Alma 55:4, 8).
Algunas veces se dice que los nefitas eran numerosos en el tercer sentido; en otros lugares se le da el primer significado, en cuyo caso la población a la que refiere sería, comprensiblemente, más pequeña (¿Alma 43:13?). Sin duda, para los que guardaban los registros, las distinciones eran perfectamente claras cuando escribían, y generalmente el significado que se le quería dar estaba implícito en el contexto.
El mismo principio se aplica a “los lamanitas”. Cuando “los zoramitas se hicieron lamanitas” (Alma 43:4), por ejemplo, esto no significa que ellos adquirieron nuevas características biológicas, sólo que habían cambiado de lealtad política.
Toda esta información se reduce al hecho de que el Libro de Mormón es un registro parcial de los sucesos, que enfatiza lo que ocurría a un grupo de personas, presentado en términos etnocéntricos propios, en medio de otras personas, cada una de las cuales tiene su propia versión de los hechos. De este modo, es muy parecido a otros registros de la antigüedad. Los israelitas, desde José hasta Moisés, cobran mucha importancia en su propio registro, que nos llega a través de Moisés, pero en los registros egipcios, aparentemente ni se menciona a Israel. De forma similar, el Popol Vuh, un documento de linaje de las tierras montañosas de Guatemala, describe a los grupos de habla nahua, que entraron en la tierra alrededor del siglo XIII y subyugaron a los mayas locales que eran superiores numéricamente. Los habitantes nativos son casi ignorados en el registro.
Sin embargo, en tiempos de los españoles, sólo se podía percibir un ínfimo vestigio del idioma y un puñado de rasgos culturales de los intrusos. A la larga se encontraron a sí mismos culturalmente engullidos por la población que ellos habían conquistado.[3] En un caso similar, M. K. Freddolino, comparando una historia tradicional en el área de Tarrascán en Méjico occidental con el registro arqueológico no encontró, en los artefactos, pruebas de ningún grupo inmigrante tal y como relataba la tradición. Sólo pudo concluir que aunque la historia podía ser correcta, desde el punto de vista de la élite intrusa, la tradición que ellos transmitieron no reflejaba la más amplia afluencia de hechos que se produjeron en el área geográfica a la que habían entrado, y ciertamente no tuvieron ningún efecto visible en el registro arqueológico.[4]
Naturalmente, el fin del linaje nefita, en Cumorah, aunque afectó a muchos de sus súbditos, se registró como el fin de la historia de ese grupo de manera mucho más catastrófica de lo que hubiera parecido visto desde fuera. Moroni apuntó lacónicamente que había gran cantidad de lamanitas y ladrones alrededor, luchando entre ellos, pero que eso no suponía ningún consuelo para él cuando su pueblo había desaparecido, pues “mi padre ha sido muerto en batalla, y todos mis parientes, y no tengo amigos ni adónde ir” (Mormón 8:5,8-9). El relato se terminó porque el linaje también lo había hecho, no porque llegara a su fin toda una civilización (ver Moroni 9:20, 24). La diferencia es importante, si vamos a relacionar fielmente el libro con los hallazgos arqueológicos.
El formato cultural y el libro de escritura
Toda frase esta expresada dentro de un contexto socio-cultural, que incluye un vocabulario, unas experiencias, unos símbolos y presuposiciones estándar. Son esenciales en el mismo sentido en que uno necesita cierto tipo de recipiente para llevar agua a un hombre sediento. Cuando Cristo, durante su vida, enseñó a los judíos, hablaba de ovejas y rediles, viñas y lagares, deudas y prisiones, camellos y cabras. El significado de estas cosas llegaba a las mentes de sus oyentes como una carga transportada por los signos lingüísticos y visuales que él usaba. Nefi reconoció la singularidad cultural del mensaje que llega a través de los profetas judíos: “Pues he aquí, Isaías hablo muchas cosas que a muchos de los de mi pueblo les fue difícil comprender, porque no saben concerniente a la manera de profetizar entre los judíos. Porque yo, Nefi, no les he enseñado muchas cosas respecto de las costumbres de los judíos” (2 Nefi 25:1-2). Pero él mismo salió “de Jerusalén, y mis ojos han visto las cosas de los judíos, y sé que ellos entienden las cosas de los profetas, y no hay ningún otro pueblo que entienda como ellos las cosas que fueron pronunciadas a los judíos, salvo que fueran instruidos conforme a la manera de las cosas de los judíos” (versículo 5). Nos está diciendo que la verdad del Evangelio se comunica mejor en los términos específicos de una cultura, y que nosotros podemos no entender completamente lo que se está expresando si no conocemos el sistema de significados con el que se transmite el mensaje. El Libro de Mormón tiene su propio conjunto de recipientes nefitas en los que se nos ofrece el “agua de vida”.
Podemos beber parte de la palabra en términos generalizados, pero para beber mucho, haríamos mejor en usar el recipiente original.
Los Santos de los Ultimos Días han asumido durante largo tiempo que el libro de escritura de la América antigua tenía que leerse como si fuera la Biblia. Basándonos en esa premisa hemos supuesto, sin pensar mucho en el asunto, que el Libro de Mormón mostraría las mismas características estilísticas hebreas (israelitas) y su mismo trasfondo cultural. Algunos de nuestros expertos, efectivamente, han encontrado instructivos paralelismos entre las culturas israelita y egipcia y el estilo y contenido del libro.[5] Sin embargo, la mayor parte de la historia nefita tuvo lugar en América. El escenario del Nuevo Mundo seguramente habrá tenido, al menos, tanto impacto inmediato y fuerte en el texto de escritura como cualquier otra cosa del Viejo Mundo. Antes de que finalmente entendamos lo que es el libro y lo que no es, debemos ver como tomó forma en su patria americana, no sólo en el Próximo Oriente.
Cuando José Smith tradujo el texto del Libro de Mormón, él, naturalmente, lo redactó de manera similar a la Biblia. El estilo que José dominaba y que le parecía “escritural” a él y a sus contemporáneos, obviamente, se derivaba de que estaban familiarizados con la Biblia. A pesar de esto, algunas características estilísticas del texto revelan, definitivamente, formas, que no son simplemente fruto de la mano o mente de José.[6] Algún día, cuando sepamos más acerca de los estilos de expresión en la antigua América seremos capaces de detectar similitudes entre esta escritura y otros documentos de los primeros pobladores de este hemisferio, pero por ahora este tipo de comparación es imposible. A pesar de todo, es posible otro tipo de comparación. Se ocupa del contenido, no con el estilo.
Los conjuntos de ideas y símbolos que se usan en el Libro de Mormón parecen ser muy similares en ambos, en los códices o libros de la antigua Mesoamérica y también en lo que aconteció en las primeras culturas del Próximo Oriente. En resumen, el Libro de Mormón puede verse como un puente entre las dos áreas culturales a las cuales se refiere, exactamente como sugiere que es.
Durante la traducción de las planchas, cuando Martín Harris estaba ayudando a José Smith, Harris llevó la copia de una parte de los caracteres de las planchas de oro al profesor Charles Anthon, de la Universidad de Columbia, para ver si él podía confirmar que eran antiguos. El relato de Harris de sus tratos con el profesor Anthon es muy conocido por los Santos de los Ultimos Días.[7] Algunos años más tarde, Anthon escribió, a los críticos de José Smith, lo que él recordaba del incidente. Concerniente a los caracteres del papel que le llevó Martín Harris, el profesor dijo que estaba en columnas “evidentemente copiadas del zodiaco mejicano”.[8] Hay pruebas de que las planchas de oro podrían ser consideradas como una forma de código mesoamericano. Muchos de los conceptos e imágenes que se encuentran en el Libro de Mormón son similares a los que se esperan encontrar en un libro antiguo de Méjico. El hecho de que existan tales paralelismos es bastante importante por lo que nos sugiere en cuanto a la historia de los contactos habidos entre el Viejo y el Nuevo Mundo. Para nuestro propósito actual es más importante que comprendamos que el Libro de Mormón debe contener todavía muchas cosas que las personas de hoy en día no han comprendido porque se presentan en términos de una visión del mundo diferente a la nuestra. Para mostrar algo característico del pensamiento nefita, más adelante hago un sumario de lo que ya he tratado extensamente en otro lugar.[9] Casi todos los fenómenos de los que seguidamente vamos a hablar coinciden en tres tipos de fuentes: en el Libro de Mormón (como se muestra en versículos específicos, citados en el artículo original[10]), en las creencias mesoamericanas, y en el pensamiento del Próximo Oriente durante la época del Antiguo Testamento.
Una imagen compartida
Los cielos y la tierra se estructuran en diversos estratos: múltiples niveles arriba, la superficie de la tierra en medio y los mundos subterráneos bajo la superficie. Las elevaciones, naturales o artificiales, son puntos de contacto con los estratos superiores; cuevas y charcas conectan con el mundo inferior. El león (jaguar en Mesoamérica), una deidad de la noche y del subsuelo, representa el sol en su aspecto nocturno. El león es temido, respetado y envidiado.
Debajo de la superficie está la región de la muerte y la oscuridad. Alguno de los muertos disfruta de un paraíso que les proporciona una existencia sin dolor después de la muerte. Hay un Hades que proporciona castigo a otros. Debajo de la superficie hay un océano de aguas primigenias que pueden salir a la superficie desde una cueva o agujero cuando se abre una brecha en la montaña artificial que cubre el lugar. Aunque el agua subterránea puede connotar el mal, también puede ser considerada “pura” o “sagrada”. Habita en estas aguas un monstruo (monstruo terrestre, dragón, cocodrilo, leviatán). En tiempos antiguos, fue sometido por el poder divino en una gran batalla. El símbolo de una vasija rebosante cuyo fluido se divide en dos o tres corrientes conecta con la idea de las aguas saliendo; este símbolo se pone también en relación con la Vía Láctea, que se concibe como una corriente. En tiempos legendarios hubo una inundación catastrófica que destruyó a todas las personas excepto a un puñado. La historia del mundo se divide en una serie de épocas, cada una de ellas caracterizada por una importante catástrofe, una de las cuales fue el diluvio.
Las montañas son lugares sagrados, la casa de Dios, cuyo nombre a menudo incluye el término “montaña”.
Esta divinidad controla la lluvia, las nubes y el relámpago. Los antepasados muertos y los dioses se reúnen en una montaña sagrada, donde, periódicamente deciden el destino de la humanidad. A los espíritus benditos se les provee de un refugio sobre la montaña o dentro de ella. Las montañas reales o sus representaciones artificiales son puntos de contacto, donde los hombres ruegan a la deidad, hacen ofrendas, reciben visitaciones, erigen santuarios o templos, entierran a sus muertos, etcétera. Subir a semejante montaña o montículo simbolizaba ascender a los cielos. Los montículos eran agrandados y restaurados periódicamente.
Honrar a los antepasados es extremadamente importante. La descendencia de padre a hijo es el principio esencial de la organización de parentesco.
Los antepasados son honrados mediante un respetuoso entierro, a menudo en una tumba, la cual se puede volver a utilizar para enterrar a otros miembros del linaje. Se erigían estelas memoriales (grandes piedras verticales) cerca de las elevaciones y de las tumbas.
Las piedras podían estar alineadas con el propósito de hacer observaciones astrológicas. Se consideraba que había siete linajes básicos en la historia original del pueblo. El número siete tiene, por sí mismo, significado sagrado.
Manantiales, lagos, húmedas cavernas, y otras fuentes de agua son sagradas, en gran parte debido a su presunta conexión con las aguas de debajo de la tierra.
Las serpientes u otros reptiles están asociadas conceptualmente con estos lugares húmedos. Un símbolo benéfico o divinidad es una serpiente voladora o elevada. Este ser tiene poder sobre la lluvia y la sequía y, por lo tanto, sobre la fertilidad o el hambre.
Se concibe al mundo dividido en cuatro extremos, y cada dirección principal está unida a un color simbólico. La primera orientación es el este, como si un observador mirara hacia esa dirección. Por lo tanto al sur se le llama entonces “la derecha”, mientras que el norte está a “la izquierda”. El sector norte se considera maldito, premonitorio, desafortunado. La salida del sol por el este, especialmente en los solsticios, tiene un significado sagrado. A los centros ceremoniales se les llama “el ombligo del mundo”. En estos lugares sagrados tienen lugar periódicamente asambleas rituales de fieles.
La enfermedad se considera como un producto del pecado; la curación sería el resultado de eliminar los efectos de la trasgresión mediante la confesión. Se conoce y practica una forma de bautismo, al igual que la circuncisión. Se conoce un complejo y extenso sacrificio, que incluye holocaustos de animales.
También se conocen los sacrificios humanos; asimismo, el canibalismo es un elemento ritual que ocurre de vez en cuando. Se toman trofeos humanos. Otros ritos son la santa cena y el ayuno. Los templos se construían de acuerdo con un patrón por el que tenían en su interior partes progresivamente más sagradas y estaban alineadas hacia el sol, la luna, los planetas o las estrellas. Los altares incluían una forma escalonada, cuyos estratos, que forman terrazas, eran un símbolo de los estratos del cosmos. También se usaban incensarios con cuernos o sin ellos, ídolos y pequeñas figurillas cuyo propósito no se conoce con precisión. Hay criaturas sagradas compuestas de lo humano y lo animal, tales como cuadrúpedos con alas (querubín), como parte del sistema de símbolos.
También es importante el árbol, particularmente el árbol de la vida con su valioso fruto. Se considera que varios pueblos provienen de los árboles o son simbolizados por éstos.
La lista es ya impresionante, aunque podría hacerse mucho más extensa. Estas ideas eran parte del sistema de pensamiento o de la imagen del mundo que tenían los nefitas; gran parte de ellas eran, al parecer, cercanas al pensamiento mesoamericano y al de la antigua Asia occidental. El hecho de que estos modos de pensamiento y de expresión, muchos de los cuales nos suenan extraños, sean normales en el Libro de Mormón y en las áreas con las que está ligado, no significa que sus puntos de vista sobre el mundo encajen en todo aspecto. Existen diferencias. Después de todo, hubo profetas, como Ezequiel en el Antiguo Testamento, que usaron gran parte de este simbolismo, y sin embargo sabemos que las creencias y prácticas israelitas eran también diferentes, en muchos aspectos importantes, de los modelos comunes en el Próximo Oriente. También el libro nefita tiene un lenguaje y unas ideas únicas. No podíamos esperar que el Libro de Mormón fuese completamente mesoamericano o completamente del Próximo Oriente; no obstante, el grado en el que encaja entre esas dos tradiciones culturales es notable y coherente con lo que él dice de sí mismo.
Resumiendo, podemos decir que el Libro de Mormón es una traducción de la historia de un longevo linaje de raíces israelitas que tuvo su origen en las tierras de la Biblia. Sus representantes cruzaron el océano hacia Mesoamérica, donde siguieron su curso de vida durante más o menos mil años antes de extinguirse como entidad social y cultural. Como una historia de linaje, el libro no pretende contar todo lo que ocurrió entre todos los pueblos que tuvieron contacto con el grupo que guardaba el registro, ni tampoco informa de muchos aspectos mundanos de la vida. Sus principales preocupaciones son el poder y la gloria del linaje, que los historiadores atribuían al favor o a la ayuda divina, y sus problemas, que se dice son debidos a los pecados del pueblo. El registro se expresa en términos de un lenguaje, de un conjunto de conceptos y puntos de vista del mundo que comparten muchas características con los del Próximo Oriente, donde se originó el linaje, y con Mesoamérica, el asentamiento del linaje en el Nuevo Mundo.
Teniendo estos puntos en mente somos más capaces de apreciar lo que nos dice el registro y lo que se calla. También podemos compararlo mejor con los hallazgos de estudios externos. De todos modos, en toda comparación hay siempre dos lados, así que lo siguiente que debemos hacer es considerar la naturaleza de la información del otro lado de la ecuación histórica. Vamos a ver como obtienen resultados los estudios científicos y eruditos, y de cuánta confianza son esos resultados.
Aprendiendo de la vida en la Antigüedad
La manera ideal de saber acerca de las personas del pasado sería encontrar a un grupo, que todavía esté vivo, que continúe con las formas de vida de esos antepasados, sin haberlas cambiado. Naturalmente esto es imposible, pero la idea es tentadora, porque hay un vacío tremendo entre lo que podemos saber por las personas vivas y lo poco que podemos recoger de los restos que nos han quedado de tiempos antiguos. Hace años, el antropólogo Julián Steward estudió a los indios paiutes, del estado de Nevada, de dos maneras contrastadas. Primero, reunió toda la información que pudo de los supervivientes, por medio de preguntas y de la observación. Después comparó sus resultados con lo que la arqueología descubría excavando los emplazamientos paiutes. Su trabajo con los vivos identificó unas 1.400 características (y ésta es una de las sociedades más simples de todas las que llegan hasta nuestro día); la investigación arqueológica sólo descubrió 40 de éstas.[11]
La mayor parte de las sociedades nativas que descienden de los pueblos del Libro de Mormón cambiaron en muchos aspectos, debido a los sucesos que tuvieron lugar entre la desaparición de los lamanitas (siglo IV d.C.) y la llegada de los conquistadores españoles. Después del año 1519, cuando Cortés comenzó la destrucción del imperio azteca, en Méjico, el cambio revolucionario se convirtió en algo acostumbrado. Como Nefi había previsto milenios antes, las “muchas multitudes” de los descendientes de su padre fueron “esparcidas delante de los gentiles, y afligidos” (1 Nefi 13:14), principalmente por los españoles; los yanquis ayudaron después. Sin embargo, en áreas remotas la influencia europea se mantuvo limitada, y se preservaron partes importantes del modelo de vida prehispánico.
Un ejemplo iluminador es el pueblo de Zinacantán, una comunidad del sur de Méjico que se encuentra dentro del área que se identifica en el capítulo 1 como la gran tierra de Zarahemla. El antropólogo Evon Z. Vogt, de la Universidad de Harvard, y muchos de sus colegas han estudiado durante años a este pueblo de lengua maya que habita en un valle de montaña, en Chiapas. Los investigadores descubrieron un modelo cultural que ha permanecido ordenado y con gran amplitud a pesar de una cierta cantidad de intrusión del modo de vida colonial español, y del mejicano. Se han mantenido muchas de las ideas pre-hipánicas. Incluso las pocas características que llevaron los españoles y que han llegado a tener bastante importancia - herramientas de metal, el ron de caña de azúcar, gallinas, cruces de madera, el rito del bautismo, los santos católicos- se han integrado tan enteramente en su modo de vida nativo que se ha olvidado su origen europeo.[12] Naturalmente esto no significa que estas personas viven exactamente como sus antepasados, sino que en el mosaico de sus vidas se han preservado muchos de los elementos. Algunas de sus creencias parecen relacionarse con lo que ya sabíamos de los antiguos mayas.
Otra segunda fuente vital de información la constituyen los registros que nos han dejado los primeros escritores españoles y los indios a los que ellos enseñaron a leer y escribir. Estas fuentes nos cuentan muchos de los aspectos de la vida en Mesoamérica que no se han preservado entre ningún grupo superviviente hoy en día. Buenos ejemplos de registros españoles clave son: el relato del obispo Diego de Landa sobre Yucatán y los excelentes libros del padre Bernardino de Sahagún sobre el centro de Méjico.[13] Se nos ha transmitido unos pocos relatos tradicionales a través de los descendientes de la nobleza anterior a la conquista, y ha sobrevivido también un puñado de auténticos manuscritos precolombinos, a pesar de que los sacerdotes españoles quemaron otros en grandes cantidades.
El mayor almacén de conocimientos sobre la vida en el pasado lo han hecho los arqueólogos. Frecuentemente desentierran pruebas físicas de comidas, herramientas y técnicas que se usaron en el pasado. Por ejemplo, se han encontrado tan a menudo muestras reales de maíz, alubias y calabazas, que sabemos que eran alimentos básicos en la dieta de hace mucho tiempo al igual que lo son en tiempos recientes.
Una ausencia consistente también se convierte en un hecho probable. Por ejemplo, en ningún lugar de América ha aparecido ninguna prueba de que la harina fuera usada dándole forma de barras cocidas al horno. Es bastante seguro que estos antiguos habitantes no usaban el pan leudado que nos es familiar, sino tortas planas sin levadura.
Los científicos han sido capaces de identificar las relaciones comerciales existentes entre las primeras sociedades a través del estudio de la obsidiana o cristal volcánico. Los bordes, afilados como una navaja, de este material lo hacían altamente preciado para cortar y raspar. Como cada afloramiento de este material tiene una composición química única, generalmente se puede identificar el origen de un objeto de obsidiana que se encuentre en cualquier lugar de Mesoamérica, aunque haya sido importado desde una distancia de miles de millas. Lo que se infiere de tales datos nos dice mucho. Por ejemplo, durante un período, las herramientas de obsidiana usadas en los emplazamientos de la civilización olmeca en el centro-sur de Veracruz provenían, casi todas, de un gran flujo volcánico del norte. Más adelante, lugares más distantes proporcionaron la mayor parte del suministro. La diferencia coincidió probablemente con nuevos acuerdos políticos que hicieron inaccesible la fuente más cercana.[14] Tal análisis nos aclara que las condiciones económicas y políticas cambiantes afectan al acceso a los recursos. También hay datos sobre los utensilios de cocina, áreas de talleres, armas, enterramientos, templos y fortificaciones, a partir de hallazgos directos, del estudio de los grupos supervivientes y de los documentos antiguos. Nos beneficiamos de todo este tipo de información.
Las representaciones artísticas añaden más detalles. Podemos ver costumbres, rituales, guerras y otros aspectos de la vida de la antigüedad tal y como los artistas escogieron dibujarlos. Pero la mayor parte del arte mesoamericano era complejo y lleno de símbolos exóticos, en vez de representar escenas de la vida cotidiana.[15] Miles de pequeñas figurillas de barro (no sabemos exactamente para qué servían) modelan, a veces, otros aspectos de la vida.
Métodos arqueológicos
Desenterrar estos restos de materiales del pasado del hombre -la labor de la arqueología- parece un asunto directo y simple pero no lo es. Los resultados pueden ser inestimables, pero también existen serias limitaciones. Para apreciar los puntos fuertes y los problemas del proceso, necesitaremos revisar unos pocos principios clave. La herramienta más útil para establecer relaciones tiempo-espacio es la estratigrafía.
Para ilustrar este principio, apile tres libros, de uno en uno. ¿Puede haber alguna duda de cual puso el primero? El de debajo, naturalmente. Alguien que encuentre la pila de libros más tarde seguramente llegaría a la misma conclusión. Los estratos del Gran Cañón ilustran este principio de la estratigrafía. También está igualmente claro en la zanja de un arqueólogo. Hay escasas excepciones a este principio; uno podría pensar que un terremoto podría trastocar los estratos, pero esto no ocurre.
Las características más antiguas pueden distinguirse de las posteriores también de otro modo. En un charco de agua, la onda que está más lejos del punto en donde se tiró una piedra será la primera que se formó. De la misma manera, la distribución de una característica cultural en un mapa puede decirnos algo acerca de la historia. Normalmente una costumbre o un artefacto se habría originado cerca del centro de su posterior área de distribución, y como habrá tenido más tiempo para elaborarse en esta zona central, habrá más formas variantes por allí. En función de estos principios geográficos podemos inferir algunas cosas sobre el origen la difusión de los estilos de cerámica, arquitectura y cultivo de plantas.
La tercera herramienta para determinar las relaciones de tiempo y espacio es la tipología. Cada actividad u objeto cultural muestra características diferentes en sus detalles de los rasgos que revelan actividades u objetos equivalentes de una época anterior o posterior. Bailes populares, formas de etiqueta, ropa o botellas de cristal, todos varían continuamente a través del tiempo en cruciales detalles estilísticos. Por ejemplo, algunos jóvenes son capaces de identificar, sin titubeos, cualquier motocicleta o coche que ven, diciendo la marca, el modelo, el año de manufactura y otros datos de un vistazo. El truco es darse cuenta de los evidentes indicadores de las tendencias de moda o la nueva tecnología que varían de año en año, como por ejemplo, el perfil de una máquina, la disposición de las luces, la pintura, y el sonido del motor. Los artefactos preservan los cambios de una cultura como una historia indeleble.
La fuente más útil de que disponen los arqueólogos para datar sucesos son las vasijas de cerámica. Ya que se rompían fácilmente, los platos, ollas y tazas de uso diario se fabricaban ininterrumpidamente. Los alfareros hacían a menudo pequeños cambios en su arte sin darse cuenta. Algunas de las tendencias se ponían de moda y se extendían a otros lugares. En ocasiones se inventaba, se tomaba prestada o se imponía por los conquistadores una idea o técnica enteramente nueva. Estas modificaciones de estilo, especialmente cuando se consideran junto con los datos estratigráficos y distributivos nos permiten construir imágenes detalladas y generalmente fiables de dónde y cuándo existieron ciertos pueblos e ideas y se trasladaron de un lugar a otro, en el pasado.
Fechando en términos de años
Hasta ahora el cuándo de nuestra discusión ha significado sólo “antes de” o “después de”. Estos métodos generales no nos dicen hace cuántos años. Lo que deseamos hacer es conectar los sucesos con fechas de nuestro calendario.
A primera vista, los escritos históricos parecen ideales para este propósito. Si consiguiéramos encontrar documentos preservados del pasado que, específicamente, describan los hechos, nombren los pueblos e identifiquen edificios o artefactos en términos de fechas de calendario, resolveríamos el problema de la cronología. Por desgracia, el número de documentos históricos de cualquier lugar de las Américas que contiene tal información es minúsculo, e interpretarlos es difícil. Tenemos, en efecto, monumentos de piedra tallada y unos pocos códices (libros autóctonos) de Mesoamérica. Los habitantes, de lengua maya, de las tierras bajas de Guatemala y áreas próximas tenían un extraordinario conocimiento de la aritmética del calendario, y dejaron muchas estelas (monumentos de piedra) y otros objetos en los que las fechas aparecían inscritas en el sistema nativo. Dos problemas han atormentado a los expertos que esperaban usar dichas fuentes de datación. El primero ha sido las diferentes interpretaciones que existen de cómo el calendario maya se debería relacionar con las fechas europeas. El segundo es conectar la información de las piezas talladas o pintadas con los sucesos del entorno. Por ejemplo, la fecha de un monumento, ¿se refiere a cuando se le colocó en ese lugar, a algún suceso anterior, o a algo que se espera tenga lugar en el futuro? Y, ¿qué conexión, si es que hay alguna, tendría con las edificaciones de alrededor?
Ocurre con harta frecuencia que no lo sabemos. Afortunadamente, la primera dificultad está ahora prácticamente resuelta. En años recientes, varios tipos de pruebas han demostrado, cada vez más, que es muy probable que el 1539 d.C. incluya la fecha maya escrita cómo 11.16.0.0.0.[16] Asumiendo que el sistema de calendario usado en la época de la conquista española se utilizara de forma continua[17] durante milenios, éso sitúa la que podría ser la primera inscripción fechada de Mesoamérica en el 35 d.C.[18] El período de desde aproximadamente el 300 d.C. hasta el 900 ha producido cientos de monumentos que presentan fechas. Además, el vincular los objetos datados con su entorno se hace más seguro cuanto más se continúa con la investigación, aunque todavía quedan problemas. Por ejemplo, los estudios durante los últimos 15 años han demostrado que muchos de los monumentos tallados por los mayas conmemoraban nacimientos, matrimonios o las muertes de los dirigentes locales, y a veces estos acontecimientos pueden estar conectados directamente con nuevas construcciones erigidas para señalar estos acontecimientos.[19]
La datación por radiocarbono
Tan valioso como es para nuestros estudios el calendario nativo, hay demasiadas pocas piezas datadas en demasiados pocos lugares y cubren demasiado poco tiempo como para permitirnos depender de ellas como el principal medio de obtener fechas absolutas. Afortunadamente, en décadas recientes, las ciencias físicas han desarrollado nuevas e ingeniosas técnicas que se pueden utilizar para resolver este problema. El método técnico más ampliamente utilizado se vale de un elemento radioactivo común (carbono 14 o C-14). Veamos cómo funciona. Cada elemento radioactivo se rompe o desintegra a su propia velocidad constante. En el caso del carbono 14 se ha calculado que necesita alrededor de 5.800 años para que la mitad de su material radioactivo original se desintegre. Cada ser vivo mantiene un nivel estable de C-14, el cual obtiene de la atmósfera. Sobre un organismo muerto, el carbono radioactivo que contiene se desintegra en una proporción fija, no pudiendo ser ya reemplazado. Si un instrumento de prueba muestra que el C-14 de un espécimen orgánico -digamos un trozo de madera- está radiando en una proporción de la mitad de un ser vivo, entonces, se sabe que el objeto examinado murió hace 5.800 años. Esta técnica puede datar carbón en el hoyo de una hoguera y así determinar cuando se cortó la leña, o podemos calcular la antigüedad de un poco de maíz almacenado en un jarro y así obtener una fecha general de cuándo se manufacturó el jarro.[20]
Como todos los procesos técnicos, éste tropieza con algunos problemas. Ciertos tipos de materiales puestos a prueba han dado resultados extraños. En ocasiones es culpa de los instrumentos del laboratorio o de la técnica. Y a veces la muestra examinada no estaba claramente relacionada con ningún otro objeto, así que no podemos estar seguros de lo que significa la fecha.
Sin embargo, las decenas de miles de dataciones hechas por el C-14 en los objetos arqueológicos durante los últimos 35 años han permitido a los arqueólogos desarrollar una escala temporal para las culturas antiguas que generalmente es coherente con lo que sabemos por otros métodos, aunque mucho más detallada. De hecho, entre los objetos que fueron primero medidos por este método estaban unos pedazos de madera de las tumbas egipcias cuya datación histórica ya se sabía por los documentos; así es como se calibró originalmente el proceso en nuestro calendario.
La continua investigación basada en el proceso de datación del C-14 ha mejorado su precisión en años recientes. Se produjo un importante avance cuando la técnica se combinó con la datación por medio de los aros de los árboles o dendrocronología. Hace más de 50 años, el doctor A. E. Douglass se dio cuenta de algo acerca de los aros de los árboles, algo en lo que la mayoría de nosotros no pensamos cuando vemos un tocón recién cortado. Todos sabemos que normalmente los árboles añaden un aro por cada año de crecimiento, y que podemos contarlos fácilmente. Douglass se dio cuenta de que en ciertas especies los anillos eran mucho más anchos o estrechos que en otras y que durante un período de tiempo éstos formaban dibujos.
La secuencia de anillos anchos y estrechos sobre un período en particular de 20 años, digamos, nunca se duplicaría exactamente en cualquier otro período de 20 años. Los árboles que crecen en la misma región muestran la misma configuración de aros, porque las variaciones en la anchura de los mismos son el resultado de las variaciones anuales de lluvia, que crean una “huella” única en esa área y ese período de tiempo. Lo siguiente que descubrió Douglass fue que podía hacer coincidir los segmentos temporales de forma parcial. Los anillos de un árbol que se sabía había sido cortado en 1910 podían extenderse hasta 100 años atrás, pero entonces, podría encontrarse otro árbol cuyos aros encajaran exactamente en los primeros 30 años de ese siglo, extendiéndose a su vez también 50 años atrás o poco más o menos. Por medio de tales coincidencias parciales se elaboró una secuencia de configuraciones características que se remontaban a más de mil años atrás.[21] Este conocimiento nos permite una datación extremadamente precisa de las ruinas de los pueblos, en Arizona, estableciendo cuándo se cortaron las vigas de las casas.
En años recientes, otros investigadores han usado la dendrocronología para establecer una secuencia de configuraciones de aros del pino de piña erizada, que crece en el oeste del estado de Nevada. Estos árboles están entre los más antiguos de todos los seres vivientes; en algunos casos un árbol en particular ha vivido miles de años. Los aros de estos pinos se han usado para construir una secuencia que se remonta a miles de años atrás. Se han tomado muestras de madera de ciertos segmentos de los aros de esos pinos.
A continuación fueron procesadas, por el método del C-14, cientos de muestras de las que se conoce exactamente su antigüedad. Un pedazo de madera datado positivamente al contar sus aros podría, por ejemplo, tener 2.675 años de antigüedad. Sin embargo, por el método C-14, el cálculo de tiempo puede ser tan sólo de 2.400 años. El método químico estaba claramente equivocado, porque el cálculo por los aros de los árboles no puede ser erróneo. Ahora, después de muchos cientos de estas pruebas, se han elaborado correcciones que nos dicen cuánto error hay en cualquier datación hecha por el C-14. Como resultado, estas pruebas son ahora casi tan precisas como si cualquier material nuevo de una excavación arqueológica hubiera sido datado realmente por la cuenta directa de los aros de los árboles.[22]
A propósito, se han tomado lecturas del carbón radioactivo de las vigas de madera de los edificios construidos por los mayas y claramente fechadas según su sistema de calendario, por medio de inscripciones talladas sobre las vigas. Las fechas del C-14 y las vigas fechadas por el calendario (usando la correlación Goodman-Martínez-Thompson) concuerdan bastante bien.
Se han desarrollado otros ingeniosos métodos técnicos para proporcionar fechas en términos de nuestro calendario. Uno de ellos se aprovecha de la hidratación o el desgaste que se produce en la obsidiana que se deja expuesta a la atmosfera. Se toman medidas microscópicas del espesor de la capa desgastada de un artefacto obsidiano. Cuanto más tiempo haya transcurrido desde que el objeto obsidiano fue recién astillado y por lo tanto expuesto al aire al manufacturar la herramienta, más ancha será la pátina negra de su superficie; y esto se puede convertir, a través de los años, en nuestro calendario.[23] Otro método, el arqueomagnetismo, se basa en medir los cambios de orientación del campo magnético que rodea la tierra. El calor del fuego alinea permanentemente las moléculas en la tierra quemada debajo del fuego en el ángulo de las líneas magnéticas de fuerza que prevalecen en ese punto de la superficie de la tierra en ese momento. Los geólogos pueden calcular el ritmo de cambio de una orientación magnética con el transcurso de los años, así que, cuando se descubre un edificio incendiado o una cocina, el registro inintencionado de su ángulo magnético “congelado” puede compararse con el ángulo del campo magnético de hoy en día. Entonces se puede calcular cuántos años han pasado desde que ardió ese fuego.[24]
Sólo se mencionan estos métodos para sugerir la serie de herramientas que la ciencia ha hecho disponibles para ayudarnos a establecer fechas. Todos ellos producen resultados que normalmente concuerdan unos con otros. Naturalmente nuestra confianza en su exactitud aumenta a medida que se establece el acuerdo.
Usando estos métodos, los expertos han señalado fechas bastante estables para la mayor parte de los restos antiguos. En cuanto a Mesoamérica, las culturas estudiadas con más detenimiento -las posteriores a la época de Cristo- han sido datadas con una variación potencial de no más de 50 a 100 años. En lo que respecta a los siguientes 2.000 años, en los tiempos de después de Cristo, las fechas son probablemente precisas dentro de un margen de cien años en el peor de los casos. De todos modos, todavía se efectuarán interesantes mejoras.
Historia lingüística
Los métodos de los que hemos hablado hasta ahora efectúan estudios principalmente, con objetos físicos, pero éste no es el único material que queda para iluminarnos la vida antigua. La historia del lenguaje añade valiosos datos a la imagen. Vamos a ver en qué manera, con un ejemplo de los idiomas occidentales europeos.
Gran cantidad de palabras en inglés, sueco y alemán están, obviamente, emparentadas unas con otras:
Inglés
Sueco
Alemán
brother
broder
bruder
foot
fot
fuss
door
dör
tür
day
dag
tag
heart
hjarta
herz
No sólo hay unas claras similitudes ortográficas, sino que muchas de las diferencias se amoldan a un patrón regular. Por ejemplo, las palabras que comienzan por d en inglés y sueco, tienen una t en alemán. Mirando muchos más ejemplos descubrimos el gran número de estas relaciones y su naturaleza sistemática. A partir de ellas podemos decir que los tres idiomas tienen un origen común. En el mismo punto del pasado, el habla de las personas del lenguaje ancestral cambió poco a poco a medida que los grupos de hablantes se alejaban unos de otros. Durante mucho tiempo, cada grupo desarrolló un lenguaje de características únicas a la vez que cambiaban sus condiciones y costumbres. El aumento de las distancias habría impedido que compartieran sus costumbres con sus anteriores vecinos. Finalmente el cambio llegaría a un punto en el que los dos no serían capaces de entenderse mutuamente.
Aunque este bosquejo de la división de un lenguaje, en algún tiempo unificado, está suprasimplificado, el principio general se ha documentado históricamente una y otra vez. Una cuidadosa comparación nos permite reconstruir las divisiones y los traslados de los grupos lingüísticos con considerable confianza.
También es posible reconstruir una imagen parcial de la cultura de los hablantes de la lengua ancestral. Cuando se comparan las lenguas derivadas se pueden identificar puntos culturales para los cuales todos tenemos una palabra emparentada con las otras. Otros puntos pueden no tener ninguna palabra en la mitad de los idiomas recientes, así que podemos decir que esa cosa en particular no se encontraba en la época anterior de cuando los antepasados empezaron a dividirse geográfica y lingüísticamente. Sobre estas bases sabemos, por ejemplo, que en Mesoamérica, probablemente alrededor del 1.500 d.C., los hablantes del proto-mixe-zoque cultivaban estas plantas: el cacao, la calabaza, el tomate, las alubias, la batata, el plátano, el maíz, la guayaba, la papaya, el zapote, la mandioca y el algodón. Por este inteligente método, aprendemos hechos importantes que la arqueología probablemente nunca habría podido recobrar para nosotros. Aún más valioso es saber que las mismas poblaciones originales tenían palabras para: el baile, el incienso, el metal, el festival, el tabaco, tocar música, comprar algo y cepillar la madera, por ejemplo.[25]
Otro tipo del estudio del lenguaje nos da una idea de cuándo ocurrieron las separaciones. A este análisis se le conoce hoy en día como “glotocronología”. Hace más de una generación, el profesor Morris Swadesh y otros elaboraron listas de 100 y 200 palabras de vocabulario “básico” (palabras como brazo, pie, cabeza, agua, comer) para los lenguajes en los que los registros históricos nos permitían examinar cuán rápido había ocurrido el cambio. Descubrieron que se podía documentar una proporción bastante fija de cambio: alrededor del 81 por ciento de estas palabras eran todavía reconocibles después de mil años; luego, el 81 por ciento de ese 81 por ciento permanecía hasta el fin de otros mil años y así sucesivamente.[26] Así que si dos lenguas comparten raíces reconocibles en un 66 por ciento de una lista básica, habrían sido separadas mil años antes (el 81 por ciento de retención para cada una arroja una cifra combinada de un 66 por ciento). Algunos críticos se oponen a confiar plenamente en las fechas calculadas de esta manera, pero por lo menos el método establece el orden correcto de la sucesiva separación de las lenguas derivadas. También nos da, por lo menos, una idea aproximada de la época, en años, en la que ocurrieron las separaciones, que podemos contrastar con las conclusiones de otros métodos.
Consideren un ejemplo de cómo este método aclara las migraciones antiguas. Las lenguas navajo y apache están emparentadas con casi otras 50 lenguas de Norteamérica, la mayor parte de ellas más al norte de donde se encuentran hoy en día estos indios de los estados del sur. Al conjunto del “caudal” lingüístico de todas las 50 lenguas derivadas de lo que en un tiempo fue un solo idioma, se le denomina atabasca. Si comparamos el navajo con el kutchin, una lengua atabasca que se usa en Alaska, encontramos que difieren uno del otro casi tanto como el inglés del alemán. Al comprobar el vocabulario básico se demuestra que comparten el 70 por ciento de los puntos básicos (por ejemplo, “-tsin” en navajo y “- tsan” en kutchin significan “árbol”). Esto se traduce en aproximadamente 850 años, usando la variación glotocronológica normal, así que alrededor del 1.100 d.C. habrían comenzado a separarse el kutchin y el navajo.[27] Otra prueba sugiere que los primeros navajos llegaron al área de nuevo Méjico un par de cientos de años después; esto apoya los resultados de la comparación del lenguaje.
Un método combinado
Hemos aprendido a tener cuidado al buscar pistas en el Libro de Mormón sobre las características de sus pueblos, procurando no sustituir los hechos por nuestras presuposiciones e inferencias. También hemos tomado nota de algunas de las maneras en las que los estudios científicos y eruditos nos hablan de la vida antigua, a pesar de ciertas limitaciones en sus estimaciones. Tomando nota de estos puntos, nuestra meta de ahora en adelante es esbozar un escenario geográfico, cultural e histórico en Mesoamerica en el cual encajen plausiblemente los sucesos, los pueblos y las afirmaciones que se encuentran en el Libro de Mormón. A medida que proseguimos haremos tres cosas: (1) analizar lo que dice el texto, (2) comparar la información del texto con los hallazgos de estudios expertos que estén relacionados y (3) profundizar en el significado de ambos grupos de datos, comparándolos uno con otro, agudizando nuestro conocimiento de ambos a medida que vemos como se pueden reconciliar.
Más tarde entraremos en detalles minuciosos; de hecho, examinaremos la geografía local y las secuencias arqueológicas en emplazamientos concretos. Pero, para comenzar, procedamos en un nivel más general. Tres preguntas acuden inmediatamente a la mente de mucha gente cuando se consideran juntos el Libro de Mormón y los hallazgos científicos. Estas tres preguntas ilustran nuestro método general. Una tiene que ver con la lengua: ¿cuál es el significado de las afirmaciones de las Escrituras sobre el uso del “hebreo” y el “egipcio” entre los nefitas? Segundo: ¿cómo podemos explicar las características raciales de los pueblos americanos nativos, que normalmente han sido clasificados como “mongoloides” (asiáticos orientales), siendo que los jareditas y los nefitas salieron del Oriente Próximo de acuerdo con el registro? Tercero, a la luz de estas dos primeras preguntas: ¿encontraron las gentes del Libro de Mormón otras poblaciones cuando llegaron?
Hebreo y egipcio
Sólo en Mesoamérica se hablaban 200 lenguas y cuando los descubridores europeos llegaron a América se utilizaba por lo menos diez veces esa cantidad por todas las Américas.[28] Algunas de estas lenguas eran tan diferentes entre ellas como el chino del español. El hebreo y el egipcio no se encontraban entre ellas.
Estos hechos nos advierten que es mejor si leemos las pocas afirmaciones que da Libro de Mormón sobre el idioma con extremo cuidado, particularmente las que se podrían referir al hebreo o al egipcio. Nefi comienza su registro diciendo: “... hago la relación en la lengua[29] de mi padre, y se compone de la ciencia de los judíos y el lenguaje de los egipcios” (1 Nefi 1:2). Los eruditos Santos de los Ultimos Días han interpretado esta afirmación de maneras contrarias unas con otras,[30] pero el significado parece estar bastante claro a la luz de otras afirmaciones. La “ciencia” a la que se refiere Nefi debe de ser esencialmente la cultura judía previa al cautiverio en Babilonia (586 a.C.). Esto llega a ser evidente en 2 Nefi 25:5 donde Nefi se refiere a “las palabras de Isaías”, “las cosas de los judíos” y “la manera de las cosas de los judíos”. Pone en claro que él sabía de esos asuntos por la época en que él estuvo en Jerusalén.
Para que él pudiera transmitir con claridad cualquier parte importante de ese conocimiento cultural a sus descendientes, que no sabían nada de la vida de los judíos por experiencia propia, parecería hacer falta que usara la lengua hebrea, la cual deben de haber usado tanto uno como otro. Nadie que esté informado acerca del Próximo Oriente cuestionaría que las conversaciones, discusiones y decisiones de la vida cotidiana de la familia de Lehi se llevaron a cabo en hebreo en su tierra natal, luego día tras día durante su huida a través de Arabia y a medida que ellos viajaban hacia América. Hay pocas razones para dudar de que ellos conservaran sus registros en la misma lengua. Si Nefi hablaba y escribía en hebreo y pensaba en el esquema mental conceptual de la cultura israelita/judía, ¿qué habría querido decir con su afirmación concerniente al lenguaje de los egipcios? Moroni lo aclara: “hemos escrito estos anales según nuestro conocimiento, en los caracteres que entre nosotros se llaman egipcio reformado; y los hemos transmitido y alterado conforme a nuestra manera de hablar” (Mormón 9:32, cursiva agregada). Nefi estaba diciendo sencillamente que utilizaba signos egipcios para escribir sus conceptos y creencias judío/hebreos.
Su expresión “el lenguaje de los egipcios” seguramente usa la palabra lenguaje en el sentido del diccionario inglés de “un medio sistemático de comunicar ideas o sentimientos usando signos convencionalizados”. La afirmación de Nefi nos dice que el Libro de Mormón, al menos la parte escrita por él, estaba redactado en lengua hebrea, connotando mucho de la cultura hebrea, y fue escrito en un sistema de caracteres de egipcio reformado. Esta evaluación parece razonable, aunque todavía no podemos estar seguros de esas afirmaciones.
La parte de abajo de la Estela 10 de Kaminaljuyu, Guatemala, que muestra el primer sistema de escritura conocido de las tierras altas de Guatemala, quizas del siglo II a.C. (After Girard, 1982.)
En los primeros siglos, después del desembarco de Nefi, no se da ninguna indicación de que el habla hebrea del grupo cambiara a ninguna otra lengua, pero además se habla poco de ninguna cosa durante este período, así que permanece la posibilidad. Cuando el grupo de Mosíah, de refugiados nefitas, dejó su primera tierra alrededor de la de Nefi y vino entre el pueblo de Zarahemla, en algún tiempo no mucho antes del 200 a.C., los dos grupos hablaban diferentes lenguas (Omni 1:17-18), aunque no se nombra ninguno de los dos idiomas. Bajo el reinado de Benjamín, el siguiente rey, las masas no-nefitas entendían cualquiera que fuera el idioma que el rey eligió para su discurso (registrado en Mosíah 2 hasta el 5; ver Mosíah 2:6 en particular). Parece altamente improbable que los súbditos mulekitas, más numerosos, hubieran aprendido el lenguaje que Mosíah había traído entre ellos una generación antes. Al juzgar por la historia de la mayoría de los contactos de este tipo, la nobleza, menos numerosa, habría hecho el cambio, por lo menos a largo plazo. Más tarde, incluso cuando los lamanitas y nefitas conversaban (como en Alma 17:20-24:30) hay pocas indicaciones de un problema con el idioma o del uso de un traductor.
Quizás se implica alguna lingua franca. La escritura no dice nada definitivo de todo este asunto, o por lo menos Mormón, el que compendió el registro, consideró innecesario explicarlo. La posibilidad del conocimiento de un hebreo hablado habría continuado entre los gobernantes nefitas por un tiempo, pero es difícil de creer que semejante conocimiento de esta especial élite durara hasta la época de Cumorah. De todos modos el silencio del registro nos impide zanjar el asunto. Los eruditos Santos de los Ultimos Días han encontrado que en la traducción al inglés hecha por José Smith, aparecen elementos distintivos del estilo y expresión hebreos, incluyendo la porción escrita por Mormón.[31] Pero, ¿puede el habla hebrea haberse expresado en el sistema de escritura egipcio?
Necesitamos examinar ese punto. El sistema egipcio no era alfabético. La mayor parte de los jeroglíficos egipcios representaban individualmente conceptos completos. También se usaban signos que representaban sonidos, sílabas y sonidos individuales comparables a nuestras letras. El antropólogo A. L. Kroeber, nos informa de que: “Después de que [los egipcios] hubieron desarrollado una serie de grafías para los principales sonidos de su idioma, podían muy bien haber desechado totalmente el resto de sus cientos de caracteres… Pero durante tres mil años se aferraron a estos múltiples caracteres, y escribieron juntos caracteres pictográficos y fonéticos, mezclándolos” debido a la fuerza de la tradición.[32] Este tipo de escritura ha sido clasificada como sistema logográfico con alfabeto incluido. No sólo el egipcio encaja en esta categoría sino también el chino y el maya.[33] Para leer estos sistemas, una persona tiene la dura tarea de aprender los significados de muchos cientos de caracteres. Esto es lo que hace que dominar el sistema sea tan gran desafío y también un logro. También impidió que se extendieran el saber leer y escribir. Además el sistema hacía inevitable la ambigüedad; ya que el número de caracteres nunca podía corresponder al número de palabras o conceptos que eran representados; un carácter solo podía significar varias cosas. Por ejemplo, el signo egipcio que se asemejaba a la flor del loto era la cifra tanto para la planta del loto como para “miles”.[34] En un determinado texto tenían que interpretarse las indicaciones del contexto y de los signos adyacentes (modificadores “determinativos”). Quizá es por esto por lo que Moroni se quejó de la escritura nefita: “...cuando escribimos, vemos nuestra debilidad, y tropezamos al colocar nuestras palabras” (Eter 12:23,25). A la escritura maya le faltaba precisión por la misma razón, así que “el escritor tenía que tener un buen conocimiento de mitología y folklore para comprender los textos”.[35] (Lo que él llama “mitología y folklore” es más o menos lo que Nefi, en 2 Nefi 25:1-2 y 5, dijo que uno necesitaba saber para entender Isaías en su versión de las planchas de bronce.)
El tipo de escritura de la que estamos hablando comunicaba principalmente ideas como tales, no sonidos; por lo tanto no estaba sujeto a ninguna lengua. Así los mismos caracteres son usados en muchos casos por el chino, el japonés y el vietnamita, sin embargo estos idiomas no están relacionados. En Mesopotamia, los babilonios, que hablaban acadio, adoptaron y luego modificaron en gran manera la escritura original sumeria y más tarde los hititas tomaron prestado el sistema, no obstante ninguno de estos tres idiomas hablados se parecían entre sí.[36] La posterior escritura cuneiforme podía haberse llamado “sumerio reformado”. Incluso hoy en día podemos ver cómo funciona el principio por el que los numerales en “árabe reformado” -1, 2, 3, etcétera- son caracteres conocidos por todo el mundo. Cada carácter tiene el mismo significado para personas que utilizan miles de lenguas diferentes. En principio, precisamente el mismo proceso de representar conceptos mediante unos caracteres sin considerar la lengua puede haber sido cierto en el caso de los jeroglíficos egipcios. De hecho, en Palestina, se ha encontrado una cantidad de ejemplos que demuestran que se usaban caracteres egipcios para escribir la lengua hebrea en la época del Antiguo Testamento.[37]
A la luz de esto, entendemos cómo fue posible para los súbditos de Zarahemla, para los nefitas de Mosíah e incluso para los lamanitas usar el mismo sistema de escritura glífico, llamado “el [lenguaje] de Nefi” (Mosíah 24:4), incluso aunque hubieran hablado diferentes lenguas. De modo paralelo, los glifos en el sistema “maya” de escritura eran usados por hablantes de diferentes lenguas, chol, yucateco, tzeldal y quiché, dentro de la familia maya, más otros que no están conectados de ninguna manera.
Ya que el Libro de Mormón no dice, ni implica nada sobre los caracteres escritos del “egipcio reformado” que nos haga pensar que se hablaba el idioma egipcio en la tierra de promisión nefita, no tenemos ninguna razón para pensar que los eruditos vayan a encontrar rasgos del habla egipcia en el Nuevo Mundo. De hecho, los lingüistas que trabajan en Mesoamérica no han sacado a la luz apenas ningún rastro de esto. Pero, como hemos visto, la escritura glífica extendida por el centro y sur de Mesoamérica es idéntica, en principio, a la escritura egipcia,[38] y eso puede ser todo lo que la escritura requiere con sus afirmaciones acerca del egipcio. De todos modos se debía utilizar el habla hebrea, por lo menos por los primeros nefitas, así que deberíamos encontrar indicaciones de se han conservado, al menos, algunas palabras en otras lenguas del área.
Identificar tales palabras prestadas es un asunto delicado. Aparecen por casualidad similitudes en palabras aisladas en algunas lenguas que no están relacionadas en absoluto. Sólo si descubrimos un modelo de paralelismos lingüísticos tendríamos justificación para pensar que las similitudes son significativas. David H. Kelley, de la Universidad de Calgary, piensa que hay tres nombres de días del calendario maya que están probablemente relacionados con el hebreo. Los días del calendario maya y sus símbolos asociados siguen una secuencia definida, cuyo orden se corresponde con el del alfabeto semítico del oeste de Asia; el orden de la secuencia alfabética también tenía significado en el calendario. El nombre maya manik era representado por una palabra que tenía la forma de una mano y se pronunciaba kaf (en hebreo kaf significa “mano”; en el maya yucateco kab significa “mano”). La siguiente palabra en la secuencia del alfabeto hebreo era lamed, mientras que la siguiente maya era lamat. La tercera en la secuencia es la palabra mem (“aguas”; comparar la griega mu en la misma posición secuencial, la cual puede estar relacionada con el mu asirio, “agua”), mientras que el siguiente nombre de día maya es mulu(c), cuyo equivalente entre los aztecas significa “agua”. Ni el profesor Kelley, ni nadie más, sabe completamente qué conclusión sacar de todo esto, pero ciertamente él tiene la impresión de que las escrituras, o las lenguas, del oeste asiático jugaron un papel en la formación de este segmento del calendario maya.[39]
Se puede citar más información interesante acerca del hebreo. Vamos a señalar sólo un estudio de interés.
Hace algunos años, se compararon listas de palabras de la familia lingüística de sólo el norte del istmo de Tehuantepec, que incluían el zapoteca y el mixteca, con el hebreo. Se descubrió cierto grado de similitud entre los dos grupos. La comparación no se hizo ni con rigor ni con profundidad, pero los resultados sí dieron indicios de una relación sistemática. Más tarde, otro investigador extendió la investigación más allá del hebreo, hasta incluir otros idiomas semíticos y el egipcio del Oriente Próximo, encontrando resultados aún más sugerentes.[40] Lo que ha hecho esta investigación es señalar la necesidad de invertir mucho más trabajo. Hasta ahora, la falta de eruditos competentes e interesados y de dinero ha evitado que se continuara.
Luego tenemos el libro de Barry Fell América B. C., que fue publicado en 1976. El afirma haber identificado en América y alrededor del Pacífico no menos de 11 escrituras, que representan por lo menos cinco idiomas, incluyendo el egipcio. Fell comete serios errores en su trabajo, pero las inscripciones que ha recolectado sí que constituyen un desafío que todavía no ha sido examinado cuidadosamente, ni explicado adecuadamente por los eruditos convencionales.[41]
Con respecto al lenguaje de los jareditas, poco se puede decir. La pequeña lista de nombres propios y palabras sin traducir que aparecen el libro de Eter, junto con la conexión de los jareditas con el norte de Mesopotamia (Eter 1:33, 43; 2:1), sugieren que hablaban un idioma semítico del norte, uno relacionado con el hebreo lejanamente. Los pueblos zapoteca y mixteca, que antes he mencionado, vivían en el área que identifico como la tierra central jaredita: Morón y sus alrededores. Si posteriores investigaciones confirmaran alguna relación entre los ancestrales idiomas zapoteca y mixteca y las lenguas del Cercano Oriente, sería posiblemente atribuible al habla semítica del grupo jaredita.
Lo que pudo haber ocurrido con las lenguas del Viejo Mundo de los linajes del Libro de Mormón se clarifica con el caso de los muy posteriores gobernantes de un pueblo de habla quiché en las tierras montañosas de Guatemala. El Popol Vuh y otras historias nativas del área nos dicen cómo estas élites extranjeras, poco numerosas, entraron en las tierras montañosas, que ya tenían cientos de miles de hablantes nativos de la lengua maya. Los intrusos hablaban una lengua nahua (relacionada con los idiomas de los aztecas, y lejanamente con las lenguas ute de la Gran Cuenca). Los recién llegados consiguieron el poder sobre los habitantes locales y los dominaron durante varios siglos. Después de la conquista española, los únicos vestigios detectables del habla nahua consistían en unas pocas palabras intrusas en el vocabulario quiché-maya.[42] Probablemente la suerte del hebreo hablado por los primeros nefitas fue la misma.
Claramente, los cientos de lenguajes de Mesoamérica están conectados, si lo están algo, sólo ligeramente con las lenguas del oeste asiático que los grupos inmigrantes del Libro de Mormón habían traído. La gran mayoría de las lenguas y los pueblos que las hablaban simplemente tienen que explicarse de otra manera. Pero vamos a considerar la próxima pregunta; después volveremos al asunto del idioma.
Extraños rostros
El Libro de Mormón no nos dice nada –literalmente nada- de las características biológicas de sus pueblos cuando salieron de Asia. Partiendo del texto, no sabemos si Nefi medía menos de metro y medio de alto o más de dos metros. No sabemos nada del color de pelo de Lamán ni del esqueleto de Saríah, la mujer de Lehi. No se nos da información de este tipo ni sobre los jareditas, ni sobre el pueblo de Zarahemla. Así que en un sentido estricto no hay nada específico para que comparemos la escritura y las fuentes externas. Ya que todo lo que tenemos a continuación son deducciones, queremos ser cautelosos, especialmente por cualquier inclinación que pudiéramos traer al tema de las condiciones actuales.
Probablemente, podemos inferir con seguridad que Lehi y su grupo mostraban características físicas dentro de la gama normal de las personas de su época en Palestina. (A este respecto, los pueblos de esa área no han cambiado mucho desde entonces hasta nuestros días.) Para guiarnos tenemos esqueletos y representaciones artísticas de tiempos antiguos, más los datos de sus descendientes que viven actualmente.
Toda esta información junta crea esta imagen. Los hombres medían aproximadamente un metro y sesenta y ocho centímetros. Las mujeres un metro y cincuenta y dos centímetros. Eran más los que pesaban menos de cuarenta y ocho kilos y medio que los que pesaban más. Su figura era esbelta y grácil, sin músculos pesados. (El artista que preparó las ilustraciones que han sido usadas en el Libro de Mormón en los años sesenta y setenta no conocía esta información.) El pelo variaba de negro a castaño. También los ojos eran más a menudo marrones, aunque podían variar hasta ser grises, azules o marrones verdosos. Era normal la piel marrón rojiza o de color cobre (sin estar bronceada); también en algunos se presentaba con un tinte oliva o blanco amarillento. En algunos hombres aparecía una barba moderada. En las elevaciones más bajas del Mediterráneo Oriental y el Próximo Oriente han predominado las personas con estas características durante miles de años. Las regiones montañosas justo al norte de los centros del Próximo Oriente pueden haber proporcionado genes que han producido una figura ligeramente más robusta y una nariz aguileña más prominente.[43]
Un pequeño grupo -un par de familias en el caso de Lehi- extraído del caudal de población de la Edad del Hierro de Israel podría, claro está, haber resaltado ciertas características atípicas que hubieran ocurrido casualmente en un grado poco común en los padres. A pesar de ello, cualquiera de esos énfasis especiales probablemente no habría cambiado mucho la apariencia de sus descendientes respecto a la imagen que acabamos de presentar.
Supongan que ese grupo fuera transplantado a la América tropical, donde sus descendientes vivieron después durante 2.500 años. ¿Qué apariencia tendrían ahora, asumiendo que no se mezclaron con otros? Simplemente, no hay modo de saberlo. Hoy en día nadie tiene suficiente conocimiento científico de los factores que se requieren para saber sólo cuánto y hacia qué dirección pudieron cambiar esos inmigrantes bajo el efecto de su nuevo medio ambiente. Cambios que sucederían, naturalmente. Nueva dieta, nuevos trabajos y nuevas enfermedades y fatigas podían favorecer, todas ellas, ciertas potencialidades en su biología y desfavorecer otras. La plasticidad debida a los cambios del medio ambiente podría aumentar si se mezclaron con otros grupos.
¿Qué otros grupos? ¿Había otros pueblos alrededor? Ya hemos visto, por la información que se encuentra en el Libro de Mormón concerniente a la dimensión de sus tierras, que el libro habla de un territorio de sólo cientos de millas de longitud. Eso deja mucho espacio en las Américas que pudo haber albergado a millones de personas, aquellas a las que se refiriera el padre Lehi cuando aseguró a sus hijos que incluso en sus días otros pueblos estaban esperando entre bastidores, por así decirlo: “muchas naciones sobrellenarían la tierra”, si tan sólo supieran de su existencia (2 Nefi 1:8). El poder divino contendría a esos pueblos mientras los inmigrantes guardaran los mandamientos de Dios (versículo 9), pero, más tarde, profetizó Lehi, el Señor “traerá sobre ellos a otras naciones”. Esto ocurriría cuando los descendientes de Lehi se hubieran rebelado y “degeneren en la incredulidad” (versículo 11).
Figuras de los murales de Bonampak (800 d.C.)
Pueden ilustrar parte de la diversidad de colores de piel que existía en los pueblos mesoamericanos
Los lamanitas fueron rebeldes, casi desde el día de su primer desembarco; los nefitas no fueron fieles por mucho tiempo (ver los libros de Jarom y Omni). En cuanto a las personas que acompañaron a Mulek, no fueron apenas mejores que los lamanitas (Omni 1:16-17). ¿No habría, la justicia divina, traído “sobre ellos a otras naciones” incluso en esos primeros siglos? La mayoría de los lectores Santos de los Ultimos Días han supuesto que las “otras naciones” eran los “gentiles” europeos (1 Nefi 13:1-3) que invadieron el país después del descubrimiento de Colón, pero ¿tiene sentido que el destino profetizado por Lehi se retrasara hasta 1.100 años después de Cumorah? “Muchas naciones” próximas dentro de las Américas podrían haber entrado en las tierras de los grupos americo-israelitas en poco tiempo. La reconstrucción lingüística nos habla de unos de los últimos grupos, los hablantes del nahua, que incluye a los aztecas. Ninguno de ellos llegó a Mesoamérica propiamente hasta después de que el relato del Libro de Mormón hubiera sido sellado, pero pronto llegaron a dominar gran parte del área.[44]
Dentro del mismo territorio, ocupado primeramente por los nefitas y lamanitas, otros pueblos podrían haber estado viviendo cuando llegó el grupo de Lehi. Existe considerable evidencia indirecta dentro del Libro de Mormón de que los supervivientes de la época de los jareditas continuaron viviendo durante la época nefita e influyeron en gran manera en este último grupo. Hugh Nibley ha llamado la atención sobre alguna de las evidencias.[45] Pero, ¿no lo habrían dicho los historiadores nefitas así de explícitamente?
Consideremos por un momento la posición de aquellos historiadores cuando nos hablan de los primeros lamanitas. Ellos escribían desde la limitada perspectiva de su pequeña colonia asediada (2 Nefi 5:14; Jacob 7:26). Su comprensible esquema mental habría visto a todas las personas con las que entraban en contacto “allá afuera” como “lamanitas”; para el esquema de pensamiento nefita de ese tiempo, ¿quienes más podrían ser esos espías de piel oscura del bosque?
Podemos estar seguros de que no charlaban con ellos sobre su ascendencia. Cualesquiera personas que veían eran, en todo caso, enemigos, puesto que sin duda pronto iban a ser dominados por los agresivos descendientes de los hermanos mayores de Nefi.
La información arqueológica sobre la zona costera de Guatemala o el Salvador en la época del desembarco nefita (alrededor del 575 a.C.) es particularmente imprecisa. No hay evidencia de la existencia de estructuras que daten de antes de esta época en el valle de Guatemala, probablemente la primera tierra de Nefi. Se han encontrado depósitos de cerámicas antiguas y otros artefactos representativos de una dispersa población rural (vagamente definidos como los períodos de “Las Charcas” y “Arévalo”).[46]
Con los datos que conocemos, es coherente suponer que sólo unas pocas aldeas agrícolas dispersas ocupaban el valle de Guatemala en la primera mitad del siglo VI a.C., cuando suponemos que Nefi y su grupo llegaron allí. Mientras tanto, la más clara secuencia arqueológica durante este período en la costa está cerca de la frontera entre Méjico y Guatemala, donde aparece un vacío en la ocupación alrededor del 600 a.C., aunque tierra adentro, en las proximidades de Izapa puede manifestarse un cierto grado de continuidad en los confusos materiales arqueológicos.[47] Cualesquiera que fueran los pueblos que ocupaban la región donde desembarcó el grupo de Lehi, si es que la ocupaba alguno, no parecen haber tenido gran cantidad de población o poder en esa época en concreto. Es razonable que los inmigrantes pudieran encontrar un hueco entre ellos e incluso dominarlos.
Otra pregunta es qué impacto tendría un pequeño grupo de colonizadores extranjeros, en la cultura arqueológica del área. David H. Kelley ha señalado el punto débil del énfasis que los arqueólogos dan a la aparente continuidad cultural en los asentamientos locales haciendo caso omiso a una importante invasión. Kelley advirtió que en los emplazamientos de pueblos rurales aztecas, incluso la conquista española (“la invasión más drástica que se conoce que ha sufrido Méjico”) se pone de manifiesto sólo tardía y débilmente.[48] Así que, en cuanto al punto inicial del desembarco de Lehi no tenemos idea de lo que los arqueólogos podrían encontrar para demostrar la llegada de una veintena de personas, más o menos, en el barco del grupo colonizador. Posiblemente las dos figurillas egipcias ushabti que se encuentran en el museo de San Salvador, El Salvador (que se dice fueron desenterradas cerca de la playa, al oeste de San Salvador), si se pudiera demostrar su autenticidad, serían un rastro tan directo de los intrusos del Próximo Oriente como jamás se pudiera encontrar.[49]
Una fuerte prueba en nuestro texto de la presencia de pueblos indígenas es la referencia constante de los primeros nefitas a los elevados números de lamanitas con los que se enfrentaban. Las personas que vivían en las condiciones que los nefitas atribuían a los primeros lamanitas -nómadas, cazadores, salvajes- no desarrollan poblaciones comparables a las que describieron los ambiciosos cultivadores nefitas de Enós 1:21. Entonces, ¿cómo llegaron los lamanitas a ser tan abrumadoramente numerosos? Casi la única respuesta es que los inmigrantes lamanitas incorporaron bajo su gobierno a personas nativas que ya vivían en la región.
La imagen es aún más complicada en lo que respecta al “pueblo de Zarahemla”. Mosíah rápidamente descubrió, cuando les localizó, que el jefe pretendía ser descendiente de los judíos (Omni 1:14- 15, 18), pero no se dice nada de la ascendencia del pueblo sobre el que reinaba este Zarahemla. Bien pudieron haber sido un grupo mezclado, incluyendo muchos descendientes del grupo de antepasados jaredita. En el campo filológico, Nibley detectó “influencia jaredita que llegó a los nefitas por conductos mulekitas”[50] Después de todo, las personas de la ciudad de Zarahemla consideraban a los destruidos jareditas “nuestros hermanos” (Alma 46:22). Pero con los “mulekitas” y “jareditas”, tal y como nosotros Santos de los Ultimos Días pensamos normalmente sobre ellos, no se pueden explicar todos los que estaban presentes. Es imposible explicar la presencia de 200 lenguas mesoamericanas sólo sobre la base de los grupos del Libro de Mormón. En cuanto al libro de escritura, Nibley nos advierte: “No hay ni una palabra en el Libro de Mormón que impida la llegada a este hemisferio de cualquier cantidad de personas provenientes de cualquier lugar del mundo en cualquier época, sólo con tal que vinieran dirigidos por el Señor; e incluso este requisito no se debe interpretar demasiado estrictamente.”[51]
Los hallazgos de la ciencia proporcionan una evidencia positiva de que los pueblos pre-nefitas presentaban continuidad cultural, lingüística y biológica con los encontrados en Mesoamérica después de la fecha de la llegada de los nefitas. Hemos visto que los datos sobre las personas que podían haber estado presentes alrededor del año 600 a.C. en la zona costera del Salvador y Guatemala, donde probablemente desembarcó el grupo de Lehi, son ambiguos. Entonces se estaban completando cambios drásticos como resultado de la muerte de la tradición de la civilización de la cual habían sido parte los jareditas. Esa agonía final afectó a la vida hasta el sur, hasta la “tierra de la primera herencia” nefita, como lo indican las pruebas arqueológicas. Parece posible que la población presente en las proximidades inmediatas de donde desembarcaron los israelitas era lo suficientemente escasa y débil como para no constituir un serio obstáculo para los colonizadores. De hecho, igual que las relaciones entre los indios de Massachusetts y los colonos ingleses del siglo XVII, los indígenas bien podían haber transmitido las habilidades y cultivos necesarios para el éxito de la nueva colonia. (Las enfermedades traídas por el grupo de Lehi, a las que ellos habían desarrollado inmunidad, podrían haber afectado pronto a los vecinos, debilitándolos aún más, pero no habría eliminado su contribución genética y cultural a la población posterior.) Se ha demostrado por la arqueología que las culturas localizadas en el sur y centro de Méjico y en el área del Istmo han perdurado a través del límite temporal entre los jareditas y nefitas, a pesar del espectacular colapso de la civilización “olmeca” principal. El pueblo de Zarahemla debe de haber estado incluido en uno de esos grupos puente (esto hace que se pueda comprender Omni 1:1). Ellos habrían combinado elementos genéticos y culturales de la civilización más antigua con lo que fuera que había introducido el grupo de Mulek, que eran viajeros provenientes del Mediterráneo. La información científica es inequívoca; hubo una definitiva continuidad de población desde las épocas más antiguas hasta los días de los nefitas. El relato del Libro de Mormón ni lo contradice ni lo confirma; pero semejante continuidad tampoco plantea ningún problema en particular para la escritura, tal y como yo la leo.[52]
¿Que hay de las características raciales “mongoloides” que los antropólogos físicos ven en los habitantes pre-colombinos del hemisferio oriental? Algunos hechos son bastante claros. Se encuentran características asiáticas, tales como el pliegue del párpado, la mancha pigmentada en la base de la espina dorsal de los niños pequeños y una forma especial del diente incisivo, en proporciones variables en cada grupo de indios americanos estudiado.[53] Sobre la base de estos rasgos, todo investigador que conoce los materiales asume con seguridad alguna conexión biológica con Asia. Lo que no está claro es la extensión y el significado biológico de estos hechos.
Parece que una parte importante de las características de los indios nativos americanos son el resultado de la adaptación a las condiciones medioambientales del Nuevo Mundo.[54] Se encuentran significativas variaciones en la distribución de diversos rasgos corporales; es decir, algunos grupos son mucho menos mongoloides que otros. Esto suscita la pregunta de si, en algún tiempo del pasado, ciertos pueblos en América podían haber sido completamente no mongoloides. Algunas representaciones artísticas muestran claramente personas de varios grupos raciales que no son indios ("semítico", chino, negro[55]), aunque ciertas personas mesoamericanas de la antigüedad sí que se parecían a los actuales nativos que habitan las mismas áreas. Además del arte, ciertos datos científicos también apuntan a la presencia de grupos mediterráneos y del Próximo Oriente dentro de Mesoamérica. El doctor Juan Comas, el antropólogo físico más eminente de Méjico, hizo la pregunta: “¿Son los amerindios un grupo homogéneo biológicamente?”; luego la respondió con un firme “no”.[56] Un sustancial grupo de otros expertos están de acuerdo con él. G. Alvin Matson, importante investigador de grupos sanguíneos, adoptó “una postura razonable” de que “los indios americanos no son completamente mongoloides.”[57] El profesor de Harvard Earnest Hooton llegó a una conclusión similar, como lo explicó, en el hilarante libro Men out of Asia[58], del arqueólogo independiente Harold S. Gladwin. Hooton vio características corporales en el Nuevo Mundo que hubieran encajado bien en Palestina.[59]
Más recientemente, el antropólogo polaco Andrzej Wiercinski analizó una larga serie de cráneos de excavaciones hechas en emplazamientos de Mesoamérica a los que ya se les había puesto fecha. Encontró pruebas, no sólo de tipos del norte y centro de Asia, sino además de rasgos chinos y caucásicos, incluyendo el subtipo “armenoide,” del Oriente Próximo, cuya larga nariz y barba recuerdan a la clásica figura yanqui del Tío Sam. Wiercinski afirma que “las antiguas series mejicanas se inclinan más hacia la variedad blanca, en el modelo de rasgos faciales, que a la de los clásicos mongoloides”. Por lo tanto, él consideró que “el antiguo Méjico estaba habitado por una cadena de poblaciones interrelacionadas que no se pueden considerar como típicamente mongoloides”. De hecho, él creía que, superpuestas a estas tres “razas amerindias básicas”, se encontraban características “introducidas por grupos extranjeros de inmigrantes esporádicos provenientes del área del Mediterráneo occidental”[60]. El arqueólogo Robert Chadwick, quien propone la presencia de “exploradores” de la Europa antigua en el Nuevo Mundo, está de acuerdo con esta postura.[61]
Recordemos, también, las características corporales de los israelitas, esbozadas anteriormente. Sus típicas pieles de color cobre-oliva, su pelo oscuro, sus ojos marrones y su esbelta constitución, significarían que el grupo de Lehi no destacaría mucho, en cuanto a la apariencia física, de muchos grupos de indios. Las características que ellos trajeron podían encajar fácilmente en el entorno biológico de América Central, y posiblemente desaparecer en él. ¿Pudieron, pues, los nefitas haber encajado biológicamente con la imagen que actualmente tenemos de las poblaciones mesoamericanas? La respuesta es sí, cuando entendemos la conformación física que les caracterizaba y cuando los vemos como un grupo relativamente pequeño que vive rodeado de pueblos con los que finalmente se mezclaron y que absorbieron a sus descendientes. Este escenario encaja con lo que ya hemos descrito en términos sociales y políticos; que el Libro de Mormón es un registro hecho por un grupo de élite que dominaba a un pueblo de características sin revelar al que encontraron residiendo en la tierra. Pero los Santos de los Ultimos Días que insisten en que millones de nefitas tenían la apariencia de europeos del norte no pueden justificar dicha postura.
¿Que hay de la “piel oscura” de los lamanitas y la “piel clara” de los nefitas? En primer lugar, los términos son relativos. ¿Cuán oscura es la piel oscura? ¿Cuán blanca es la piel clara? Un fraile español, Tomás Medel, observó alrededor del 1560 d.C. que los indios de las áreas más bajas y calientes de la costa del Pacífico de Guatemala, donde yo sitúo a los primeros lamanitas, eran más oscuros que los que se encontraban en las áreas más frías y altas, donde vivieron los primeros nefitas. Los habitantes de las tierras altas, dijo Medel, “parecían poco diferentes de los españoles”[62]. La observación aparece subrayada por un incidente histórico que sucedió al otro extremo de Mesoamérica durante la conquista de los aztecas por Cortés. Enfrentado a una rebelión en su base, en el Golfo de Méjico, el comandante envió espías desde el centro de Méjico para evaluar la situación. Entre el grupo de sus aliados indios envió dos españoles de tez relativamente oscura, vestidos como los nativos.
Tuvieron éxito, permaneciendo en el campo de los rebeldes españoles por un largo período de tiempo, y volviendo para informar sobre el estado de las cosas, sin que nunca se detectara su identidad española por sus compatriotas[63]. El padre Thomas Gage llamó a la población india del centro de Chiapas “de tez clara” y a los nativos de Nicaragua de un “blanco indiferente”[64]. Por otro lado, el color de otros indios se aproximaba a lo que podría denominarse “una piel de color negruzco” (2 Nefi 5:21)[65]; esta metáfora sólo se usa una vez en el texto, todas las demás referencias lo son sólo respecto a la “oscuridad”[66].
Los matices en el color de la piel de los pueblos supervivientes de las tierras del Libro de Mormón incluyen una considerable gama, desde el marrón oscuro hasta casi el blanco. Estos colores cubren casi la misma gama que los que fueron encontrados en el pasado alrededor de la costa mediterránea y del Oriente Próximo. Es probable que la distinción objetiva del matiz de piel entre los lamanitas y nefitas fuera menos marcada que la diferencia subjetiva. La escritura deja claro que los nefitas tenían prejuicio en contra de los lamanitas (Jacob 3:5; Mosíah 9:1-2; Alma 26:23-25). Esto debe de haber influido en cómo percibían ellos a sus enemigos. La descripción nefita de los lamanitas entra dentro de un esquema conocido en el Próximo Oriente. Los habitantes sumerios de las ciudades de Mesopotamia del tercer milenio a.C. veían a los amoritas, los parientes de Abraham que habitaban en el desierto, como “oscuros” salvajes que habitaban en tiendas, comían carne cruda, dejaban a los muertos sin enterrar y no cultivaban cosechas.[67] Los sirios urbanos siguen llamando a los nómadas beduinos “las bestias salvajes”. La imagen nefita de sus parientes, en Jarom 1:6 y Enós 1:20, suena tan similar a los epítetos del Próximo Oriente que probablemente este lenguaje se debe considerar como una fórmula literaria más que como una descripción objetiva, una calificación aplicada a cualquier pueblo temido, despreciado, “atrasado”[68]. Pero todo esto no excluye una diferencia cultural y biológica entre los dos grupos. La pregunta es cuán grande era la diferencia; podemos dudar de si era tan dramática como la describen los nefitas que guardaban el registro.
Hemos visto que el Libro de Mormón dice poco de toda la cuestión de la biología humana o “raza”. Repasando la apariencia que tenían las personas que vivían en el Oriente Próximo, descubrimos que, a los ojos de un observador descuidado, no hubieran diferido tanto de algunos grupos mesoamericanos. Tenemos pruebas de que en Mesoamérica habrían estado presentes antiguamente grupos con características del Oriente Próximo, junto con la población amerindia, más predominante. Estos hechos parecen indicar que las afirmaciones del texto de escritura pueden estar suficientemente conciliadas con los datos científicos. Sobre este punto no queda ningún problema importante.
Tierra pequeña, hemisferio grande
Ambas, la información lingüística y la biológica, demuestran que la historia étnica y cultural de las tierras que hemos identificado con el relato del Libro de Mormón -Mesoamérica central y sur- ha sido compleja. Esto no es sorprendente. Las tierras de la Biblia muestran ser igualmente complejas, históricamente. Un solo relato, particularmente uno que está preparado con énfasis religioso, sólo puede esbozar unas pocas escenas de cualquiera de las dos historias. Lo que aprendemos en las escrituras de sus pueblos y del transcurso de los hechos no es suficiente para que se nos presente una gran imagen histórica, de la cual el libro religioso sólo relata una pequeña parte.
La ley y los profetas de los israelitas tratan sólo brevemente la historia de Egipto, Persia o Grecia y está claro que de ningún otro país que se encontrara más lejos que estos en ninguna dirección. El Libro de Mormón no podría tener más esperanza de poner en claro lo que ocurría en todo el Nuevo Mundo, incluso aunque los escritores hubieran conocido esos hechos.
Pero cuando comprendemos la imagen histórica general, el registro de las escrituras encuentra un lugar razonable dentro de ella. En las tierras cuyo centro es el Atlántico podemos ver el desarrollo de un antiguo sistema de evolución que incluye la Reforma, la Carta Magna y la Revolución Americana, mas otros mil sucesos, todos culminando con la restauración del Evangelio. O vemos el arriesgado camino seguido por el diminuto Israel, dirigido por profetas, entre los gigantes del poder: Egipto, Asiria y Babilonia. Los sucesos de importancia sagrada tienen un contexto secular, tanto como lo tienen los sucesos meramente profanos.
¿No podría, la condición de los nefitas, seguir el esquema general del Israel del Antiguo Testamento? La “Tierra Prometida” mesoamericana en el Nuevo Mundo se encontraba en medio de la acción civilizadora. Así como Palestina probó ser el escenario del mundo antiguo, donde los efectos de todo lo que los israelitas hacían y decían podían ser difundidos en el exterior, igualmente Mesoamérica era el nexo cultural de este hemisferio. Aquí estaba el único lugar donde una civilización arcaica (una del tipo de las de Egipto o Babilonia en el Mundo Antiguo) podía hacerse grande o ser enterrada en la intensa competición entre pueblos. Si fuéramos a clasificar la complejidad de la civilización, en cualquier momento dado, del hemisferio occidental pre-hispánico, en una escala de 100, durante varios milenios Mesoamérica tendería a estar en lo más alto de la escala, a menudo cerca del 100. Los pueblos de Nuevo Méjico obtendrían un 20 y la cultura del centro del río Mississipi en el centro de los Estados Unidos, hace siete u ocho siglos, un 30. Los paiutes recolectores, de Nevada, estarían alrededor del 2, los esquimales un poco más. Démosle a lo que haya en Nicaragua un 35 como mucho y a la mayor parte de los pueblos en Brasil de un 10 a un 25. Perú se anotaría de 80 a casi 100. Estos niveles comparativos marcan dos cenits del desarrollo cultural: la zona mesoamericana y la andina.
Sólo en la primera hay pruebas de registros históricos.
Todo lo demás era sustancialmente menos complejo y menos interesante desde el punto de vista de la historia cultural del hemisferio. Sería comprensible que los nefitas estuvieran situados en el meollo de la civilización del Nuevo Mundo. Todas las historias locales americanas -la expansión de las poblaciones, la creación de monumentos, el ascenso y caída de jefes o “reyes”, la expansión de cultos y las escaramuzas entre bandas pequeñas- son casi tan variadas como la historia de Asia. Cientos de tribus y reinos, cientos de comunidades con su propia singularidad cultural, llenaron el hemisferio durante largo tiempo. ¿Cuántos de ellos tuvieron algo que ver directamente con los nefitas o los jareditas? Quizá tantos, o tan pocos, como las que se relacionaron directamente con los israelitas entre los pueblos de Eurasia. Sabemos que ciertas características culturales se extendieron desde Mesoamérica, en diferentes períodos, así que existen pocas áreas en el hemisferio que no fueran afectadas de alguna manera por las influencias de la nueva patria de Lehi. Probablemente algunas personas -algunos genes- iban con la cultura.
En general parece que estos difusos efectos eran normalmente de poca importancia, cultural y biológicamente, pero en ciertos lugares se produjeron fuertes resultados. Sabemos que en el norte de Méjico y el área de Arizona-Nuevo Méjico penetraron movimientos significativos de gentes e ideas mesoamericanas[69]. El valle del Mississipi, bajo y central, y los estados del sudeste sintieron, en varios períodos, una fuerte influencia[70]. Ecuador, en tiempo de los jareditas, y Perú, Ecuador y Colombia, en varias épocas posteriores,[71] también sintieron la huella de la vida mesomericana y probablemente de los genes de su gente. Los grupos que se encontraban en el área de acogida también mandaron obsequios culturales al área nefita.
Todo este tema tiene demasiadas ramificaciones para tratarlas todas aquí. La pregunta predominante en las mentes de los lectores Santos de los Ultimos Días es probablemente ésta: Si realmente todas esas personas no se describen en el Libro de Mormón, entonces, ¿deberíamos considerar que sus descendientes son “lamanitas”? Hoy en día los Santos hablan de ellos como lamanitas. ¿Es esto verdad, en un sentido biológico directo?
Primero, la profecía de Lehi acerca del futuro de sus descendientes nos enseña que “nadie vendrá a esta tierra a menos que sea traído por la mano del Señor.” (2 Nefi 1:6). Y que “esta tierra está consagrada” a quienquiera que el Señor traiga (versículo 7). El significado se vuelve aún más claro en el discurso del Salvador registrado en los capítulos veinte y veintiuno de 3 Nefi. Aquellos que han sido traídos aquí y desean aprovechar las bendición prometida a Lehi tienen que hacerlo siendo “contados entre este resto de Jacob” a los cuales se les ha dado la tierra por herencia (3 Nefi 21:22). Esto es tan cierto para los “gentiles” de los siglos recientes como para los primeros pueblos “nativos”. En resumen, las bendiciones de la tierra iban a estar disponibles para todos los que llegaran, si ellos estaban dispuestos a unirse “por adopción” con Lehi, al que le fue dada la tierra. Los términos de las afirmaciones del Salvador, si no de las de Lehi, ponen en claro que todo el hemisferio iba a ser la herencia de Lehi, no sólo la tierra inmediata que se menciona en el registro histórico de los nefitas. (3 Nefi 20:13, 20, 22; 21:4, 12, 23-25, 29; D. y C. 54:8). Así que, cualquier pueblo que se encontrara en el hemisferio occidental podía recibir las bendiciones de identificación con los israelitas americanos, bien sea bajo el nombre de “lamanitas”, si descendía de antepasados precolombinos, o como “gentiles” (inmigrantes de tradición cristiana, principalmente provenientes de Europa), bajo los términos de 3 Nefi 21:22. Todos los pueblos nativos del Nuevo Mundo pueden ser clasificarse así con propiedad como “lamanitas”. Esto no dice nada, ni en un sentido ni en otro, de una descendencia “literal”, lo que el Señor no considera de particular importancia en lo que respecta a la recepción de bendiciones (1 Nefi 17:32-35).
Si algún investigador encontrara nuevos métodos para continuar la investigación, basándose en las “líneas de ascendencia”, de un individuo, familia o pueblo en particular, él o ella, podría encontrar que algunos nativos americanos son descendientes directos de los nefitas de tiempos antiguos, que algunos son descendientes en parte de otros de los grupos de Lehi o Mulek, que otros tienen un origen jaredita, y que aún otros no tienen una conexión perceptible con ninguno de esos. No están disponibles los métodos científicos, genealógicos o históricos para resolver tales cuestiones; pero, lo que es más importante, la escritura indica que los resultados no importarían en lo que respecta a la Iglesia y el evangelio.
En esta sección hemos examinado tres preguntas acerca del Libro de Mormón en relación con los hallazgos de la ciencia. Cuidadosas consideraciones del texto de escritura, el examen de los hallazgos de la investigación, a veces descuidados, y un intento activo de hacer que concuerden todos estos materiales han reducido los “problemas” a casi una insignificancia.
Encontramos que los dos grupos de datos se acomodan ampliamente el uno con el otro. La escritura no presenta ningún problema en particular, pero tampoco la información de fuentes externas, acerca de los antiguos habitantes, demuestra que el registro de escritura sea erróneo. Alguno de nosotros puede que realmente tengamos que revisar nuestras ideas previas acerca del Libro de Mormón y los hallazgos de la ciencia, pero eso sería sólo una manifestación de nuestra saludable corrección de un error previo. El futuro trabajo nos podría enseñar más acerca de estos temas, pero por ahora parece que hemos “aclarado el terreno” por lo que podemos concentrarnos en nuevas preguntas.
[1] Robert CARMACK, Quichean Civilitation: The Ethnohistoric, Ethnographic, y Archaeological Sources (Berkeley: University of California, 1973), pp. 16-18.
[2] La versión en español ha alterado el término en la segunda de estas escrituras. (N. del T.)
[3] Robert CARMACK, Toltec Influence on the Postclassic Culture History of Highland Guatemala, MARI 26 (1968), pág. 86.
[4] Marie Kimball FREDDOLINO, “An Investigation into the ‘Pre- Tarascan Cultures of Zacapu, Michoacan, Mexico ” (Tesis doctoral, Yale University, 1973). William F. ALBRIGHT señala que los israelitas manipularon las genealogías de la misma manera en el Antiguo Testamento en su obra: Yahweh and the Gods of Canaan: A Historical Analysis of Two Contrasting Faiths (Garden City, Nueva
York: Doubleday, 1968), pág. 82.
[5] Por ejemplo: John A. TVEDTNES, “Hebraisms in the Book of Mormón: A Preliminary Survey,” BYU Studies 11 (otoño de 1970): 50-60; Hugh NIBLEY, Lehi in the Desert and the World of the Jaredites (Salt Lake City: Bookcraft, 1952), pág. 33; M. Deloy PACK, “Possible Lexical Hebraisms in the Book of Mormon (Words of Mormon-Moroni)” (tesis de licenciatura, Brigham Young University, 1973),
pp. 176-77.
[6] John H. WELCH, “Chiasmus in the Book of Mormon,” BYU Studies 10 (1969): 69-84; idem, "Chiasmus in the Book of Mormon,” en Chiasmus in Antiquity: Structures, Analyses, Exegesis, ed. John W. Welch (Hildesheim, West Germany; Gerstenberg Verlag, 1981), pp. 198-210.
[7] James B. ALLEN y Glen M. LEONARD, The Story of the Latter-day Saints. Salt Lake City: Deseret Book, 1976), pág. 41.
[8] Brigham H. ROBERTS, New Witnesses for God, vol. 2. The Book of Mormon, vol. 2 (Salt Lake City: Deseret News Press, 1926), pp. 95-100; Ídem., A Comprehensive History of the Church of Jesus Christ of Latter-day Saints. Century vol. 1 (Salt Lake City: The Church of Jesus Christ of Latter-day Saints, 1930), pp. 100-107.
[9] “The Book of Mormon as a Mexoamerican Codex,” Society for Early Historic Archeology, Newsletter and Proceedings (Provo) 139 (1976): 1-9, la cual, a su vez, se apoya en mi artículo “The significance of an Apparent Relationship Between the Ancient Near East and Mesoamerica,” en Man Across the Sea of Pre-Columbian Contacts, ed. Carroll L. Riley et al. (Austin: University of Texas Press, 1971), pp. 219-41.
[10] “Mesoamerican codex,” apéndice, columna de en medio.
[11] Julián H. STEWARD, Pueblo Material Culture in Western Utah, University of New Mexico, Bulletin 287, Anthropology Series 1 (Albequerque, 1936), pp. 1-63.
[12] E. Z. VOGT, “Recurrent and Directional Processes in Zinacatan”, 37º Congreso Internacional de Americanistas, Buenos Aires, 1966, vol. 1 (Buenos Aires, 1968), pág. 445. Una introducción práctica a este pueblo es el informe de Vogt The Zinacantecos of Mexico: A Modern Maya Way of Life, Case Studies in Cultural Anthropology (New York: Holt, Rinehart y Winston, 1970).
[13] A. M. TOZZER, ed., Landa´s Relacion de las cosas de Yucatan, HUPM 18 (1941), es la traducción más útil, pero se han publicado muchas otras. Fray Bernardino DE SAHAGÚN, Florentine Codex: General History of the Things of New Spain, Monographs of the School of American Research 14, ed. y trad. Charles E. Dibble y Arthur J. O. Anderson (Santa Fe, New Mexico: School of American Research and University of Utah Press, 1950-1963).
[14] Jane W. PIRES-FERREIRA, “Obsidian Exchange in Formative Mesoamesica,” en The Early Mesoamerican Village, ed. Kent V. Flannery (New York: Academic Press, 1976), pp. 301-6.
[15] Elizabeth K. EASBY y John F. SCOTT, Before Cortes: Sculpture of Middle América (New York: Metropolitan Museum of Art, 1970), ofrece un interesante panorama de este artista para el no especialista, combinado con un tratamiento relativamente exacto.
[16] Linton SATTERWAITE, Calendrics of the Maya Lowlands, HMAI 3 (603-31. Munro S. Edmonson, “The Mayan Calendar Reform of 11.16.0.0.0,” Current Anthropology 17 (1976): 713-17.
[17] D. J. SCHOVE y D. H. KELLEY cuestionan por separado esta continuidad, prefiriendo las correlaciones del calendario basadas en consideraciones astronómicas que la mayor parte de los arqueólogos encuentran imposibles de aceptar. La cuestión no está zanjada, pero casi, a favor del “GTM” o esquema del 11.16.0.0.0. La mejor (aunque indigerible) confirmación de la correlación del 11.16 se encuentra en la excelente obra de Gordon BROTHERSON A Key to the Mesoamerican Reckoning of Time: The Chronology Recorded in Native Texts, British Museum Occasional Paper 38 (London: British Museum, 1982). Para ver el punto de vista de Schove, leer “On Maya Correlations and Calendar Forms,” Current Anthropology 18 (1977): 749
[18] Gareth W. LOWE, “Algunos Resultados de la Temporada 1961 en Chiapa de Corzo, Chiapas,” Estudios de la Cultura Maya 2 (1962):185-96; Joyce Marcus, “The Origins of Mesoamerican
Writing,” Annual Review of Anthropology 5 (1976):49-51.
[19] Tatiana PROSTKOURIAKOFF, “Historical Implications of a Pattern of Dates at Piedras Negras, Guatemala ,” American Antiquity 25 (1960):454-75; Robert L. RANDS, “The Classic Collapse in the
Southern Maya Lowlands: Chronology,” en The Classic Maya Collapse, ed. T. Patrick Culbert (Albuquerque: University of New Mexico Press,1973), pp. 48-53; John P. MOLLOY y William L. RATHJE, “Sexploitation among the Late Classic Maya,” en Mesoamerican Archaeology, New Approaches, ed. Norman Hammond (Austin: University of Texas Press, 1974), pp. 431-44.
[20] Una introducción general: Willard F. LIBBY, “RadiocarbonDating,” Endeavour 13 (1954):5-16. Actualizaciones: Joseph W. MICHELS, Dating Methods in Archaeology (New York: Seminar Press,1973); y E. K. RALPH, H. N. MICHAEL y M. C. HAN, “RadiocarbonDates and Reality,” MASCA Newsletter (Philadelphia: UniversityMuseum, University of Pennsylvania) 9, nº 1 (agosto de 1973): 1-20.
[21] MICHELS, Dating Methods.
[22] RALPH et al., “Radiocarbon Dates,” pág. 1.
[23] MICHELS, Dating Methods.
[24] Ibid.; Daniel WOLFMAN, “A Re-evaluation of MesoamericanChronology: A.D. 1-1200” (Ph. D. diss., Universidad de Colorado,1973), cap. 5.
[25] Lyle CAMPBELL y Terrence KAUFMAN, “A Linguistic Look atthe Olmecs,” American Antiquity 41 (1976): 80-9.
[26] Morris SWADESH, “Lexicostatistic Classification”, HMAI 5(1960), pp. 79-115; idem, “Diffusional Cumulation and ArchaicResidue as Historical Explanation”, Southwestern Journal ofAnthropology 7 (1951): 1-21. Las críticas son resumidas porCampbell en American Anthropologist 80 (1978): 159-61, pero élexagera las objeciones.
[27] Los datos utilizados en este ejemplo han sido sacados del libro de mis maestros, Ralph L. BEALS y Harry HOIJER, An Introduction to Anthropology, 4ª ed. (New York: Macmillan, 1971), pp. 490, 487.
[28] Terrence KAUFFMAN, Idiomas de Mesoamerica (Guatemala: Editorial José de Pineda Ibarra y Ministerio de Educación, 1974). Gran parte de la misma información aparece en inglés en la
Encyclopedia Britannica, 15ª ed., en el artículo de Kauffman sobre “Languages: Mesoamerica”.
[29] En la versión inglesa aparece la palabra “language” en las dos ocasiones, la que se ha vertido al castellano como “lenguaje” e “idioma” respectivamente. Con esto se pierde la potencial
ambigüedad según la que “language” puede ser tanto un idioma como un sistema notacional (N. del T.).
[30] Los primeros representantes de esta discusión fueron los profesores Hugh Nibley y Sidney Sperry. El primero cree que el registro nefita se conservó en idioma egipcio, un punto de vista
apoyado por Robert F. Smith. Ver Lehi in the Desert and the World of the Jaredites (Salt Lake City: Bookcraft, 1952), pp. 13-19. Sperry sostiene que se usó el hebreo: Our Book of Mormon (Salt Lake City: Bookcraft, 1950), pp. 30-33. El último punto de vista me parece más persuasivo a mí y a la mayor parte de los que estudian este tema hoy en día aunque no sin dificultades.
[31] WELCH, “Chiasmus in the Book of Mormon (1981)”; TVEDTNES, “Hebraisms”.
[32] A. L. KROEBER, Anthropology, rev. ed. (New York: Harcourt, Brace, 1948), pág. 512. La explicación de Kroeber del egipcio y sistemas relacionados es inusualmente clara. Ver pp. 371-72 y 509- 14.
[33] C. F. y F. M. VOEGELIN, “Typological Classification of Systems with Included, Excluded and Self-sufficient Alphabets,” Anthropological Linguistics 3 (1961): 55-96. También ver Marshall DURBIN, “Linguistics and Writing Systems”, Estudios de Cultura Maya 7 (1968): 49-57.
[34] VOEGELIN y VOEGELIN, “Typological Classification”, pág. 76.
[35] J. E. S. THOMPSON, Maya Hieroglyphic Writing, HMAI 3 (1965), pág. 646.
[36] KROEBER, Anthropology, pág. 514.
[37] John TVEDTNES, “Linguistic Implications of the Tel-Arad Ostraca”, Society for Early Historical Archaeology, Newsletter and Proceedings 127 (1971): 1-5; J. W. CROWFOOT y G. M. CROWFOOT, “The Ivories from Samaria”, Palestine Exploration Quarterly, o.s. Enero 1933:13. Comparar con VOEGELIN y VOEGELIN, “Typological Classification”, pág. 75.
[38] Linda Miller VAN BLERKOM, “A Comparison of Maya and Egyptian Hieroglyphs”, Katunob 11 (Agosto 1978):1-8. Muestra que se utilizaron los mismos seis tipos de signos en ambos sistemas jeroglíficos.
[39] “Calendar Animals and Deities”, Southwestern Journal of Anthropology 16 (1960): 325-29; también H. A. MORAN y David H. KELLEY, The Alphabet and the Ancient Calendar Signs (Palo Alto: Pacific Books, 1967).
[40] Nunca se ha presentado un informe completo pero está resumido en A. M. REED, Ancient Past of Mexico (New York: Crown, 1966), pág. 10; y SEHA Newsletter 112 (febrero de 1969): 4-5. La
obra, sin publicar, de R. H. SMITH contiene la versión extendida; poseo una copia. Brian STUBBS ha producido un informe más extenso, “Observations in Uto-Aztecan” (1983), publicado por la Fundación para la Investigación de la Antigüedad y Estudios Mormones (F.A.R.M.S.). El informe compara las lenguas semítica y uto-azteca en un extensa variedad de características. Ver también un artículo sin publicar de la lingüista Mary LeCron FOSTER, de la Universidad de Berkeley, “California, Old World. Language in the Americas,” ponencia para Annual Meeting of the Language Origins Society, de la Universidad de Cambridge, Septiembre de 1992.
[41] Barry FELL, America B. C.: Ancient Settlers in the New World (New York: Quadrangle/The New Yok Times Book Co., 1976). Yo lo revisé en BYU Studies (verano del 1977) demasiado optimistamente. Pero una importante revisión de las obras de Fell, por el profesor David H. KELLEY, aceptan la mayor parte de sus resoluciones, a pesar de sus errores. Ver “Proto-tifinagh and Proto-ogham in the Americas ,” The Review of Archaeology (primavera de 1990), pp. 1- 10.
Concerniente a la complicadas pruebas a favor o en contra de los viajes del Viejo Mundo al Nuevo en la antigüedad, los eruditos más famosos insisten en que tales viajes produjeron poco o ningún efecto en las características culturales, lingüísticas o biológicas de los pueblos americanos antes de Colón. Pero han ignorado la gran cantidad de pruebas que contradicen sus obstinadas opiniones. Recientemente una extensa obra ha hecho accesible estas pruebas, así que pronto veremos si pueden cambiar las antiguas opiniones Ver John L. Sorenson y Martin H. Raish, Pre-Columbia Contact across the Oceans: An Annotated Bibliography. 2 vols. Provo: Research Press, 1990. Comprende más de 800 páginas.
[42] CARMACK, Toltec Influence, pp. 71-72.
[43] Carleton S. COON, The Living Races of Man (New York: Knopf, 1965), pp. 79-80; C. C. Seltzer, Contributions to the Racial Anthropology of the Near East, HUPM 16, nº 2 (1940), pp. 5-9, 11, 60, grabados 1, 3.
[44] Terrence KAUFMAN, “Arqueological and Linguistic Correlations in Mayaland and Associated Areas of Meso-America”, World Archaeology 8 (1976): 114-6.
[45] Hugh NIBLEY, Lehi in the Desert, pp. 238-42.
[46] Richard W. KIRSCH, Mound A-VI-6: A Terminal Formative Burial Site and Early Postclassic House Platforms PSUO 9 (1973), pág. 328. Comparar con la afirmación de Michel citada en la pág. 280.
[47] En el emplazamiento excavado por Coe, La Victoria, entre “Conchas I” y “II”. Dee F. GREEN y Gareth W. LOWE, Altamira and Padre Piedra, Early Preclassic Sites in Chiapas, Mexico, NWAF 20 (1967), pág. 73; Lowe personal communication, 1977. Comparar con Susanna M. EKHOLM, Mound 30a and the Preclassic Ceramic Sequence of Izapa, Chiapas, Mexico , NWAF 25 (1969), pp. 97-98.
[48] Current Anthropology 15 (junio de 1974): 180.
[49] Mi obra “An Apparent Relationship”, pág. 223.
[50] Lehi in the Desert., pág. 245.
[51] Ibid., pág. 253.
[52] Toda esta discusión sobre la posibilidad de que se encontraran esos “otros” pueblos allí cuando llegó el grupo de Lehi, que ha ocupado estas últimas páginas, se encuentra ampliada en un árticulo mío, “Were others present when Lehi´s party landed?” Journal of Book of Mormón Studies 1, no. 1(1992): 1-34.
[53] COON, Living Races, pp. 152-54 y láminas 17-29.
[54] Ricardo FERRE D’AMARE, “The Origins of the American Indian: A Reappraisal”, Actas, 41a Congreso Internacional de Americanistas, Méjico, 1974, vol. 1 (Méjico, 1975), pp. 166-71.
[55] Alexander VON WUTHENAU, The Art of Terracotta Pottery in Pre-Columbia Central and South America (New York: Crown, 1969); idem, Unexpected Faces in Ancient America (1500 a.C.- 1500d.C.): The Historical Testimony of Pre-Columbian Artists (New York: Crown, 1975).
[56] “¿Son los Amerindios un Grupo Biológicamente Homogéneo?” Cuadernos Americanos 152 (mayo-junio de 1967): 117-25. Los principales libros de los homogeneicistas contra los diversicistas se citan en el valioso resumen de Comas, Antropología de los Pueblos Ibero-Americanos (Barcelona: editorial Labor, S.A., 1974, pp. 35-42. Ver también en ese libro su “paso de Caucasoides Prehistóricos por el Atantico Septentrional”, pp. 52ff. Comparar con W. O. HILL, “The Soft Anatomy of a North American Indian”, American Journal of Physical Anthropology 21 (Septiembre de 1963): 245-64. Hill concluyó, después de un estudio único del cadáver de un indio cherokee que “no se extrae ninguna prueba real que indique características mongoloides. La teoría de Brinton de que América fue poblada por una inmigración proveniente de Europa [muy antiguamente] es apoyada, hasta donde es posible, por la evidencia de sus partes blandas” (pág. 263).
[57] G. Alvin MATSON et al. “Distribution of Hereditary Blood Groups among Indians in South America” IV. In Chile ,” American Journal of Physical Anthropology 27 (1967):188.
[58] Hombres fuera de Asia. (N. del T.)
[59] Men out of Asia (New York: McGraw-Hill, 1947).
[60] Andrzej WIERCINSKI, “Inter- and Intrapopulational Racial Diferentation of Tlatilco, Cerro de las Mesas, Teotihuacan, Monte Alban and Yucatan Maya”, Actas, Documentos y Memorias, 36ª Congreso Internacional de Americanistas, Lima, 1970, vol. 1 (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 1972), pp. 231-48. También “Afinidades Raciales de Algunas Poblaciones Antiguas de México”, Anales, Instituto Nacional de Antropología e Historia, 1972-1973 (México, 1975), pp. 123-44.
[61] Robert CHADWICK, “The Archaeology of a New World Merchant Culture” (Tesis doctoral, Tulane University, 1974).
[62] F. W. McBRYDE, Cultural and Historical Geography of Southwest Guatemala, SISA 4 (1945), pág. 9.
[63] Bernal DÍAZ DEL CASTILLO. The Bernal Diaz Chronicles, trad, y ed. Albert Idell (Garden City, New York: Doubleday, 1956), pág. 227.
[64] J. E. S. THOMPSON, ed., Thomas Gages´s Travels in the New World (Norman: University of Oklahoma Press, 1958), pp. 149, 94.
[65] En la traducción oficial al castellano del Libro de Mormón se traduce sólo como“color oscuro” (blackness), mientras que la palabra en inglés hace alusión al color negro “negruzco”. (N. del T.)
[66] McBRYDE, Cultural and Historical Geography, pág. 9; Hugh NIBLEY, Since Cumorah (Salt Lake City: Deseret Book, 1967), pág. 247.
[67] William F. ALBRIGHT, From the Stone Age to Christianity, 2ª ed. (Garden City, New York: Doubleday [Anchor Books], 1957), pág. 166.
[68] Comparar con: Hugh W. NIBLEY, Since Cumorah, pp. 246-51. Algunas de sus interpretaciones de este punto estan sujetas a advertencia porque están basadas en escasa información, pero el empuje general es válido.
[69] C. C. DI PESO, Casas Grandes: A Fallen Trading Center of the Gran Chichimeca, vols. 1-3, Amerindian Foundation Series 9 (Flagstaff, Arizona: Northland Press, 1974); J. C. Kelley, Mesoamerica and the Southwestern United States, HMAI 4 (1964), pp. 95-110; B. C. Hedrick et al., The Mesoamerican Southwest (Carbondale: Southern Illinois University Press, 1974).
[70] C. H. WEBB, “The Extent and Content of Poverty Point Culture”, American Antiquity 33 (1968), pp. 297-321; C. R. WICKE, “Pyramids and Temple Mounds: Mesoamerican Ceremonial Architecture in Eastern North America”, American Antiquity 30 (1965): 409-20; James B. GRIFFIN, “Mesoamerica and Eastern United States in Prehistoric Times,” HMAI 4 (1964), pp. 111-32.
[71] Por ejemplo: Betty J. MEGGERS, “Cultural Deverlopment in Latin America: An Interpretative Review,” ed. Betty J. Meggers y Clifford Evans, Smithsonian Institution Miscellaneous Collections 146, nº 1 (Washington, 1963), pp. 131-40.
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