sábado, mayo 09, 2009

Un Escenario para el Libro de Mormón en la América Antigua Capítulo 3

John L. SORENSON


UN MARCO GEOGRÁFICO PARA EL LIBRO DE MORMÓN EN LA AMÉRICA ANTIGUA


Deseret Book Company. Salt Lake City, Utah, 1985


Traducción: Estrella Lafont


Capítulo 3


LA CULTURA Y LA HISTORIA EN LAS TIERRAS DEL LIBRO DE MORMÓN


Muchos de nosotros hemos observado, de primera mano, los pueblos, aparentemente eternos, de Nuevo Méjico y Arizona, hogar de los hopi, los zuñi, los acoma y otros grupos indios. Dan la apariencia de que el paso de un siglo les importaría poco a ellos o a sus habitantes. Hay mucha verdad en esta afirmación. La tradición está de acuerdo con la investigación: la esencia de la forma de vida de Pueblo ha existido por muchísimo tiempo, en su pintoresco y árido emplazamiento. Algunos modelos de vida tradicionales en las tierras de la Biblia también han perdurado durante largos periodos. También, si fuéramos a examinar la cultura de un poblado chino, incluso hoy en día nos sorprendería hasta que punto se han conservado las costumbres básicas, muy localizadas.


La razón principal de este conservadurismo en la comunidad es clara. Los desafíos de cómo salir adelante en un medio ambiente en particular tienden a no cambiar; las ovejas, los viñedos y los campos de grano de Palestina, cosechados a mano, eran la clave de la supervivencia personal y cultural de los habitantes en los días de Abraham igual que en los de Cristo, más de dos mil años después. Y la manera de cultivar maíz no ha cambiado de manera significativa en algunas áreas del sur de Méjico en un período aún más largo.


Una segunda razón para la continuidad es la renuencia psicológica de las personas a cambiar. Los humildes, que siempre heredan la tierra una vez que los capitanes y reyes mueren, prefieren quedarse con sistemas ya probados. La mayoría de los cambios tienen que probar primero que son útiles, y normalmente se incorporan al modelo de cultura sin revolucionarla, “Cuantas más cosas cambian, más se quedan igual.”


Mientras que las vidas cotidianas de la mayoría de las personas sí muestran continuidad, el curso de la civilización en la que viven puede alterarse en algunas ocasiones por una revolución genuina, de manera bastante rápida e irreversible. Desde la perspectiva, en particular, de un grupo de indios de los Grandes Llanos, en la última mitad del siglo pasado, la vida continuaba día tras día tan normalmente que probablemente ocultó la revolución que estaban viviendo -la extensión de las vías del ferrocarril y las vallas, y las matanzas de búfalos- todo dentro de más o menos una década. Las tierras ocupadas por los nefitas han atravesado por ambos procesos. Para algunas personas, familias y localidades remotas, la vida ha continuado sin reestructuraciones drásticas a través de siglos. Algunas de las antiguas formas de vida –el sacrificio humano, por ejemplo- se extinguieron, afortunadamente. Los machetes de hierro, el ritual cristiano, el licor destilado, los caballos e incluso la penicilina han sido aceptados sin alterar drásticamente el curso básico de la vida. Pero el mundo que rodea a estas islas de estabilidad cultural ha sido en verdad transformado a medida que se arremolinaban en torno suyo corrientes más amplias de la historia.


La revolución cultural tuvo mayor impacto en parte de Mesoamérica en 1519, cuando Cortés llegó a la costa este de Méjico, cerca de lo que actualmente es Veracruz. En dos años los españoles controlaban la capital azteca, Tenochtitlan (la cual llegaría a ser la ciudad de Méjico), y unas grandes porciones del centro de Méjico. (Ver el mapa interior de la cubierta de atrás.) En unos pocos años más, la nueva suerte había sido echada. La civilización mesoamericana, una tradición continua que se había desarrollado en el transcurso de quizás 180 generaciones, estaba muriendo en lo que la identificaba como tal. Todavía podemos vislumbrar partes de ella, pero la transformación esencial había sido determinada por el fantástico éxito de los conquistadores españoles, los primeros gentiles provenientes del otro lado del Océano, a los que Nefi había visto en visión (1 Nefi 13:13-15). Los conquistadores atribuyeron el mérito de su sorprendente éxito a la mano de Dios. Ni ellos mismos podían apenas creer lo que había pasado. Ni pudieron comprender claramente las consecuencias de encontrar toda una civilización que unos pocos años antes nadie, en Europa, sabía ni que existía. Cortés dijo, informando a su rey, “Hablaré de algunas de las cosas que he visto, que, aunque mal escritas, sé muy bien que causarán mucha admiración, que serán difíciles de creer, porque, incluso nosotros, que las vemos aquí, con nuestros propios ojos, somos incapaces de comprender su realidad”[1].


La Vida en los Tiempos de los Aztecas


La cultura que conocemos por el nombre de Azteca comenzó a tomar forma cuando un pequeño grupo de cazadores y recolectores nómadas, que se llamaban a sí mismos mexica, entraron en el valle de Méjico provenientes del noroeste poco después del 1300 d.C. Los numerosos habitantes que contenía ya el valle eran portadores de una tradición cultural heredada de los legendarios toltecas de unos pocos siglos antes.


Divididos entre ellos en pequeñas unidades políticas, los habitantes locales prestaron poca atención a los intrusos, a los que consideraban rudos “paletos”. Los mexica se asentaron en una parte pantanosa del valle que nadie más quería. Aprendieron ávidamente muchas habilidades de la civilización de los que les rodeaban.


Por medio de amenazas y maniobras políticas temerarias, los recién llegados aumentaron su fuerza hasta que fueron capaces de aliarse con las dos comunidades más prominentes a lo largo de la orilla del lago que había entonces en el fondo del valle. Aún más tarde, antes del 1500 a.C., su propia y floreciente ciudad había llegado a dominar, no sólo a sus vecinos locales, sino también a pueblos que se encontraban a cientos de millas de distancia. La proeza militar, basada en el temor inducido por su despiadada demanda de víctimas para el sacrificio, había colocado a más de cinco millones de personas bajo el gobierno poco preciso de este imperio azteca en la época en que los españoles pusieron sus pies en la playa.


A través del territorio que controlaban los aztecas, al igual que en otras zonas de Mesoamérica en las que sólo ellos tenían influencia, las bases económicas de la civilización habían sido, durante largo tiempo, el cultivo, a mano, de tres cosechas: el maíz, las alubias, y la calabaza. En unos pocos lugares se podían cultivar dos o incluso tres cosechas al año, y existían muchas variedades de veintenas de cultivos, adaptados a los diferentes climas y condiciones del suelo. También crecían otras plantas, pero el maíz era el cereal clave de Mesoamérica. Se ha mostrado que una dieta de estas tres cosechas es nutritiva, siempre que contenga proteína suplementaria; en aquel tiempo se obtenía principalmente de los animales de caza y de unos pocos animales domésticos[2].


Aunque el buen suelo y las condiciones de cultivo favorecieron particularmente a algunas áreas, la mayor parte de la agricultura mesoamericana no era altamente productiva. Hay vastas áreas montañosas, amenazadas por la escarcha o con abundantes bosques. Ciertos lugares, como el valle de Méjico, presentaban especiales ventajas una vez que se dominaban las técnicas de cultivo correctas. Las áreas favorecidas usaban alguna irrigación pero no eran comunes las fuentes de agua fiable y una tierra a la que pudiera ser conducida cómodamente. Aparentemente nunca se utilizó la fuerza animal para preparar los terrenos. No se podían conseguir buenos animales de tiro para los arados. En vez de esto, los cultivos se sembraban a mano en un terreno nivelado y se desherbaban a mano.


De todos modos, se podían producir suficientes cosechas de maíz meramente dejando caer las semillas en los agujeros hechos con un palo afilado en terrenos despejados de árboles y arbustos, cortándolos y después quemando los restos secos. Regado por las lluvias (el tiempo de plantar maíz se calculaba de modo que precediera a lo que se esperaba fuera la estación lluviosa), el maíz normalmente daba una fuerte producción de energía alimenticia por cada unidad de trabajo que se habría invertido. A veces el maíz y las alubias se plantaban en el mismo campo, porque maduraban en diferentes épocas. Actualmente, en las zonas rurales del centro y sur de Mesoamérica, todavía es posible ver granjas donde los métodos agrícolas difieren poco de los que se empleaban hace miles de años.


En las áreas más húmedas y más pobladas de árboles, a menudo era necesaria la práctica de la rotación de cultivos. Después de que un campo había sido despejado y cultivado por un año más o menos, los cultivos se hacían menos productivos por la pérdida de la fertilidad en los suelos, que eran normalmente poco espesos, y por el crecimiento de hierbas, malezas y arbustos. El cultivador tendría pronto que despejar otro nuevo campo y comenzar el proceso otra vez. Un trozo de tierra, una vez usado, necesitaba hasta diez años para recuperarse, antes de que pudiera cultivarse otra vez. Este tipo de cultivo requiere mucha tierra y dispersaba los terrenos a través de un amplio paisaje. Pocas personas podían vivir en comunidades concentradas ni tampoco se podía suministrar fácilmente el excedente de comida a las ciudades por las distancias que esto traía consigo y los obstáculos del terreno.


Es difícil resumir la imagen del asentamiento sin simplificar demasiado, debido a la variedad de condiciones por toda Mesoamérica, pero sobresale un aspecto. Aunque la población del área alcanzaba los diez millones, la mayor parte de los colonos estaban esparcidos, o por lo menos había extensiones de yermo que separaban las partes más densamente habitadas. El crecimiento de la población significaba una presión en los recursos. Después de cualquier período en el que se mantuviera el crecimiento, algunas personas se verían forzadas a asentarse en las tierras de los alrededores menos deseables, a emigrar a regiones distantes o a intentar conseguir los recursos de los vecinos. Cuando ninguna de estas opciones estaba abierta, la competición por los recursos causaba disensión.


La distancia desde un área de un asentamiento intensivo a otra significaba también que el gobierno operaba con un nivel muy bajo de sofisticación. Las “naciones” no eran tanto grupos de gente unificados y gobernados centralmente como complejas zonas de asentamiento unidas por lealtades poco precisas que se manifestaban por el pago de un tributo (un equivalente a los impuestos), por parte de los que vivían lejos, a las oficinas centralizadas del poder. Sin embargo, los gobernantes tenían una limitada influencia para imponer sus demandas. En varias áreas los nobles estaban unidos por parentesco y matrimonio, y compartían las prácticas religiosas, pero si los lazos de esa clase de relación no lograban mantener unidas las áreas bajo un gobierno escasamente unificado, la única alternativa real para asegurar el orden político era la fuerza. Las regiones sometidas consideraban periódicamente que el tributo recaudado era demasiado difícil de soportar, con lo cual se revelaban. La solución azteca era enviar un ejército para dar a los rebeldes una lección y reemplazar al líder local por otro más sumiso. (Sin embargo, dos grupos cercanos, los tlaxcalanos y los tarascanos, demostraron ser demasiado difíciles de dominar, incluso para los sangrientos aztecas.) Damos por descontado que las instituciones, como la burocracia con un extenso mantenimiento de registros, las leyes codificadas, los tribunales y un personal permanente para la aplicación de la ley, no existían como tales. Auque no hubiera otra razón, las limitaciones de la tecnología evitaron la producción de un excedente de artículos suficiente para mantener un gran equipo de especialistas.


Tampoco se podía mantener a un gran ejército. Los gobernadores locales no sólo eran jefes arbitrarios. Ellos realizaban muchos servicios necesarios, como aclarar disputas, decidir cómo iban a ser distribuidos los escasos recursos y administrar las reparaciones en los sistemas de irrigación y otros servicios públicos. También organizaban y dirigían ejércitos. A cambio de llevar a cabo estas tareas, a menudo desagradables y exigentes, recibían tributo y vivían de él, y cierta comida y rituales se reservaban para ellos. Los mitos, los ritos y los sacerdotes justificaban la posición de las élites, atribuyéndoles poderes sagrados. Los gobernantes realizaban ceremonias clave, así que en un sentido también eran sacerdotes.


Bajo el gobierno de los aztecas se reconocían muchos seres sagrados y que eran objeto de adoración, aunque podemos suponer que la gente común percibía sólo una versión simplificada de las creencias y las ceremonias. Lo que a veces nos parece una multitud de dioses puede haber sido visto como aspectos de unos pocos dioses principales o incluso de una sola deidad[3].


El ritual siempre era de central importancia. Para los aztecas, los poderes divinos necesitaban recargarse, por así decirlo, y los ritos proporcionaban el mecanismo para poder hacerlo. El ayuno y el autocastigo (como el derramamiento de sangre) eran prácticas regulares. Se pensaba que el sacrificio humano era esencial, se necesitaba el poder representado por las vidas humanas para mantener el poder divino universal que mantenía funcionando la tierra y el universo. Como resultado de esto, la guerra se convirtió en necesaria, para producir victimas para el sacrificio y para obtener el pago de los tributos que hicieron que las espectaculares ciudades aztecas se consolidaran.


La escala de sacrificios humanos es difícil de comprender. En una semana, poco antes de la llegada de los españoles, ¡se decía que 70.000 víctimas fueron asesinadas en los altares![4]


Otro aspecto del ritual era la predicción del futuro. Se empleaba la astrología para predecir la fortuna de cada persona, partiendo de la base de su fecha de nacimiento; el nombre de su fecha de nacimiento llegaba a ser su nombre personal. La preocupación por la predicción también estaba unida a su inquietud por el tiempo meteorológico. Como el éxito de la cosecha de maíz dependía de la llegada de la época de las lluvias después de que la semilla había sido plantada, había necesidad de determinar si las estaciones iban a seguir de acuerdo con lo que estaba previsto. Les parecía que un retraso en la llegada de las lluvias, o demasiada lluvia podía convertirse en un desastre si no lo predecía el ritual. Mucha de la preocupación de los pueblos de Mesoamérica por la astronomía y el cálculo del tiempo meteorológico se derivaba de su inquietud por predecir los cambios estacionales del tiempo, los cuales consideraban determinados por poderes sagrados. Naturalmente, sólo podían dominar la matemática del calendario y las complejidades de la astrología y las deidades los especialistas, que guardaban registros detallados. Aunque los “científicos” eran en realidad sacerdotes. El monopolio de este crucial conocimiento les daba gran poder.


Naturalmente estaban aliados con los gobernantes, que normalmente eran elegidos de entre la nobleza así que el poder “político” y el “religioso” eran meramente las dos caras de la “estructura” de élite. (Como nos lo revela el que el rebelde Korihor intentara ganar el poder agitando al pueblo en contra del poder sacerdotal. Lo que leemos en Alma 30:23-28 es especialmente revelador.)


La mayor parte de los plebeyos estaban esparcidos por la tierra, siendo cultivadores. Se sentían en ciertos aspectos dependientes de las actividades de los señores y sacerdotes, pero como la mayoría de las personas del mundo pre-moderno, sus preocupaciones principales eran los problemas de la vida diaria. Sin el tiempo, las ayudas o la motivación para llegar a saber leer y escribir, dependían del conocimiento popular de su comunidad para guiar la mayor parte de sus vidas, que a menudo eran arduas. Su primera preocupación era probablemente que las personas en el poder les dejaran en paz, pero la guerra, el hambre y otras catástrofes impredecibles les hacían ser fatalistas, reconociendo las fuertes limitaciones que tenía su poder para controlar sus propias vidas. Además, la escasez de recursos, que no estaba solucionada todavía, obligaba a que, o bien se conformaban dentro de su comunidad o grupo familiar, o se les privaba su sustento y su seguridad. Estas circunstancias desalentaban al individualismo y especialmente a manifestaciones que desorganizasen la sociedad tales como el amor romántico.


La separación geográfica y ecológica de las áreas de población estimulaba también el comercio. Las marcadas diferencias en cuanto a la existencia de minerales, la altitud y el suministro de agua significaban que ciertos productos deseables eran más fáciles de conseguir mediante la importación que en casa. Se comerciaba abundantemente con tales productos. Los artículos comunes y pesados, por ejemplo, los alimentos básicos, normalmente no se trasladaban a grandes distancias por falta de largas extensiones de ríos navegables o de una forma conveniente de transporte por tierra. La fuente principal del comercio era la demanda por parte de la élite de artículos de lujo. Pero se vendían y transportaban algunos artículos más prácticos. Siempre había demanda de obsidiana o cristal volcánico proveniente de los limitados depósitos donde podía ser obtenida. Constituía un material esencial para la manufacturación de muchas clases de instrumentos cortantes; los afilados bordes de sus pedazos o trozo serán más efectivos que cualquier otro material disponible. Se llevaban buenas piedras para hacer metates (losas de moler para preparar la harina de maíz) a las áreas que carecían de ellas. Además, desde luego, también merecía la pena el costo y los problemas del transporte de una variedad de materiales decorativos y rituales por los cuales la élite pagaba bien: plumas exóticas, jade y otros minerales preciosos, oro, cacao, incienso, conchas marinas y ropas finas (tanto como para que las especies, tan buscadas después en el Europa occidental, llevaran a la época de los descubrimientos). Gran parte de los beneficios del comercio, dicho sea de paso, iban a aquellos de la nobleza que financiaban las expediciones. Mientras tanto, el deseo de conservar abiertas y seguras las rutas comerciales empujaba a los gobernantes a mantener vínculos diplomáticos con líderes de pueblos distantes. En la época de la conquista española, los representantes del comercio azteca estaban operando en lugares tan lejanos como Panamá. Había numerosos artesanos dentro de la capital azteca de Tenochtitlán, en sus alrededores y en otras áreas densamente colonizadas. Se intercambiaban los adornos de oro, plata y cobre, las herramientas, los utensilios de madera y piedra, los textiles, la cerámica y muchos otros productos de artesanía, en concurridos mercados locales. Los españoles se quedaron impresionados por la variedad de artículos y el orden que los gobernantes mantenían en los mercados.


También había especialistas en arquitectura, en construcción y en una especie de ingeniería; se construían abundantes calzadas, murallas defensivas y grandes monumentos. Los escribas conservaban voluminosos registros en papel hecho de la corteza de la higuera.


Había ciudades -centros de los rituales y del mercado- esparcidas a intervalos bastante regulares, en la mayor parte de las regiones mesoamericanas, pero había pocas ciudades genuinas. Con mucho, la ciudad más impresionante en la época azteca era la capital.


Los invasores españoles la consideraban en pie de igualdad con las ciudades de su patria. Tenochtitlán tenía un mínimo de población de 150.000[5].5 Teniendo en cuenta la ausencia de vehículos de ruedas que proporcionaran el transporte, el alimentar a semejante masa de población era un desafío. En este caso era esencial el transporte por agua; una horda de canoas se deslizaba por el lago y los canales del valle de Méjico, llevando provisiones para el consumo de los habitantes de las ciudades. En realidad, Tenochlitlán se había sido construido en una parte poco profunda del gran lago que ocupaba gran parte del valle. Los mexicas habían llenado gradualmente las áreas de construcción, conectándolas con carreteras elevadas o puentes que dejaban una red de vías de agua que permitían el transporte por medio de canoas. En tierra, los esclavos capturados en las guerras junto con trabajadores plebeyos, transportaban los materiales necesarios sobre sus espaldas. Así pues, la metrópolis era un eje del comercio y del tributo cuyos vínculos se extendían de manera rutinaria casi 150 millas hacia el exterior[6]. A las expediciones comerciales se las mandaba aún más lejos.


Los detalles del sistema que aquí se ha esbozado brevemente variaban entre los muchos pueblos de Mesoamérica, pero para el 1519 d.C., cuando llegaron Cortés y sus hombres, los elementos esenciales del modelo se extendían hasta 600 millas al noroeste de la capital azteca y 900 millas al sureste. El total de la población afectada podría haber sido de 30 millones[7].


En Otras Partes del Hemisferio


Un vistazo al escenario del hemisferio nos ayuda a apreciar la complejidad de Mesoamérica. El único rival en extensión y en complejidad social se encontraba en Perú y los alrededores del área andina, gobernada por los incas. Ellos aparecieron en escena aproximadamente al mismo tiempo que los aztecas, surgiendo de la oscuridad hasta llegar a la hegemonía en el transcurso de los tres siglos anteriores a la invasión de los españoles, en 1532. La tecnología y los cultivos estaban aproximadamente en el mismo nivel de desarrollo que en Méjico. La utilización de la llama como animal de carga hizo que hubiera una pequeña diferencia en la capacidad de transporte, pero lo accidentado de las montañas de los Andes probablemente contrarrestó eso. No se guardaron registros -no se conoce ninguna clase de escritura perola transmisión oral de información era altamente sistemática. Los incas eran mejor administradores que los aztecas; ellos ejercían un control eficaz sobre aquellos a quienes dominaban colocando algunos de su propio pueblo en puestos de gobierno de las regiones conquistadas[8]. En general, los dominios azteca e inca eran igualmente complejos, aunque no tenemos evidencia directa de que las dos sociedades se comunicasen la una con la otra.


El nivel cultural se hacia más bajo en todas los lugares fuera de estos dos elevados enclaves. Colombia, Panamá y América Central formaban una zona intermedia que compartía algunas de las características de estos dos territorios de elevada cultura, pero es dudoso que alguna de estas áreas intermedias contuviera lo que podríamos llamar una ciudad real. Ambos, Méjico y Perú, por el contrario, contenían un considerable número de ciudades.


Los indios del valle del río Missisippi y parte de los del sureste de los Estados Unidos compartían importantes aspectos de la vida mesoamericana, algo diluida en su transmisión hacia el norte. Las personas de estas áreas mostraban sofisticación en algunas actividades, pero ningún erudito les llamaría civilizados en ningún periodo, como debemos llamar a los mesoamericanos. También los pueblo de Nuevo Méjico y Arizona, sus vecinos, y una hilera de tribus extendidas a lo largo del montañoso oeste de Méjico recibieron mucho de la civilización que estaba al norte.


Los problemas de vivir en un medio ambiente hostil limitaban su habilidad para explotar los estímulos culturales que recibían, dejándolos a un nivel no más alto que el de los grupos del valle del Mississippi. En ambas zonas secundarias de Norteamérica, parte de la cultura y de la población eran una extensión de la mesoamericana y, por lo tanto, es probable que de los pueblos del Libro de Mormón. De hecho todos los pueblos agrícolas de Norteamérica, que se encontraban más al norte, como son los del centro de Utah, los de Wisconsin y los de Ohio, fueron más o menos influenciados por la cultura mesoamericana. Más al norte sólo había pueblos recolectores y cazadores, pocos en número y de poca importancia en la historia del continente.


El área del Caribe vivía aproximadamente al mismo nivel de Centroamérica: un poco menos que civilizada. Las tribus del este de Sudamérica a veces alcanzaban niveles de población elevados, pero los problemas medioambientales, si no otros, limitaban su camino hacia la consecución de una cierta complejidad social y cultural. La tierra más al sur de Sudamérica, que en su mayor parte no tenía agricultura y era un fin de tierra literal, contaba poco en esta gran panorámica.


Durante miles de años, prevaleció aproximadamente la misma panorámica en el hemisferio[9]. Mesoamérica y la zona central andina representaban los puntos álgidos de la cultura; todo lo demás era inferior. En algunos periodos, la influencia mesoamericana y quizás incluso algunas gentes llegaron a ciertas partes de Sudamérica pero las dos áreas estaban sólo ligeramente conectadas, en el mejor de los casos.


Desde el Principio


Como un modo para comprender más completamente los modelos azteca y mesoamericano en general vamos a comenzar ahora con los vestigios más antiguos de vida civilizada y a esbozar brevemente los adelantos hasta la conquista española.


Detectaremos una considerable continuidad y unas pocas revoluciones en las tendencias culturales. Los modelos importantes pasaron de generación en generación hasta el tiempo de los aztecas. También veremos ciertos cambios claves que hicieron resaltar esta historia. El relato del Libro de Mormón se interpretará como un registro del desarrollo cultural, al lado del registro mesoamericano. Aquí el espacio es demasiado limitado para tratar la historia con excesivos detalles. En vez de esto, nos concentraremos en las regularidades culturales, los modelos típicos de pensamiento y acción que parecen hacer encajar el registro del Libro de Mormón con el panorama de Mesoamérica.


El Gran Panorama


Entrar directamente en una presentación detallada de la vida antigua en Mesoamérica sería abrumador para los lectores que sean nuevos en el tema. La mejor orientación es un breve resumen. Examinar el desarrollo general de la civilización de mesoamericanos proporcionará el contexto para aquellas porciones de la secuencia que se relacionan con el Libro de Mormón.


Los antiguos libros de la “historia del mundo”, que algunos de nosotros estudiamos en la escuela secundaria, simplificaban claramente las cosas.


Grandes porciones de tiempo y amplios sucesos eran resumidos a tal grado que, por lo menos, se nos daba la idea de que las pirámides egipcias se construyeron mucho antes de Roma, a la que siguió la Edad Media, y así sucesivamente. Aquí debemos suprasimplificar con el mismo atrevimiento, justificado por la claridad resultante.


Lo que ocurrió en Mesoamérica puede concebirse como el despliegue de dos tradiciones de civilización sucesivas, más restos de la mitad de las tradiciones de cada una. La más antigua de las dos se extendió en un periodo de desde quizás el 2500 a.C. hasta inmediatamente después del 600 d.C. Una de las mitades es el descolorido resto de la Primera Tradición, que se alargó hasta superponerse a la Segunda. Esta última había desarrollado su forma esencial para el 100 a.C.; continuó en un progreso irregular hasta una lenta decadencia, para después expirar antes del 600 d.C. La mitad final representa los intentos de resurgimiento; varios pueblos siguieron tratando de juntar los pedazos del cascarón roto de la gloria de las dos tradiciones desde el 600 d.C. hasta la conquista europea.


Cabeza olmeca de piedra gigante de La Venta,


que probablemente representa a un líder guerrero.


La palabra tradición, tal y como se utiliza aquí significa más que una civilización por si misma. Por ejemplo, la civilización romana tenía su propia unidad. La tradición occidental, mucho más extensa, de la cual Roma era una parte, mostraba variaciones entre sus varias manifestaciones regionales y cronológicas. Sin embargo, un modelo básico unía esas variantes –tales como la romana- en una poco precisa estructura de consistencia. Hilos vitales de la historia, símbolos, valores y comportamiento los unían significativamente en un conjunto reconocible. Las dos tradiciones estaban en un nivel igualmente importante.


Los Olmecas


La Primera Tradición de Mesoamérica culminó con la cultura olmeca, al igual que la civilización clásica romana fue el clímax en su línea. Los investigadores modernos han conferido el nombre de olmeca a un pueblo (aunque puede haber incluido a más de uno) y su cultura, manifestada en un notable conjunto de emplazamientos arqueológicos y un estilo de arte característico. Los restos se encuentran principalmente en un área semicircular, en el istmo de Tehuantepec y justo al norte del mismo. No tenemos manera de saber el nombre que este pueblo se daba a sí mismo; olmeca, que significa “pueblo de la tierra que produce caucho” es simplemente un nombre conveniente que la leyenda atribuye a un grupo muy anterior que habitaba aproximadamente el mismo territorio.


La cultura olmeca llegó a su apogeo alrededor del 1200 a.C. (cómo correlación, poco después que las tribus de Israel ocuparan las tierras de Canaán bajo Josué). El emplazamiento de San Lorenzo Tenochtitlán, en el corazón del istmo, muestra los restos más espectaculares que se acreditan a esta cultura. El lugar fue primero poblado alrededor del1700 a.C. Una colina poco extensa domina el llano, fácilmente inundable, que la rodea y que en cada estación lluviosa se convierte en un pantano. En unos pocos siglos los pobladores empezaron un atrevido proyecto. Reconstruyeron el emplazamiento a gran escala. Se vertieron millones de cestas llenas de tierra en las laderas de la colina para extender el área de construcción hacia fuera. Así la cumbre de la colina adoptó la forma de dos cordilleras paralelas en las cuales los pobladores construyeron espectaculares emplazamientos ceremoniales[10]. Suponemos que fue un centro religioso por las exóticas esculturas y estructuras de piedra que se han encontrado allí. Los estilos de cerámica y de artefactos de San Lorenzo se difundieron hacia el sur hasta la zona costera de Guatemala y, por el norte, hasta el centro de Méjico.


La sofisticación de la escultura fue pocas veces igualada en cualquier otro periodo de Mesoamérica. Todo el desarrollo ha parecido misterioso tanto por su brillantez como por lo repentino de su crecimiento.


Sólo en la última década hemos comenzado a ver que el clímax olmeca no fue realmente tan abrupto o tan misterioso como parecía al principio. En realidad, detrás de él yacía un largo periodo de desarrollo que ahora sólo estamos empezando a vislumbrar.


Particularmente en los estados mejicanos de Chiapas, Oaxaca, Puebla y Morelos, los emplazamientos investigados en años recientes hacen retroceder muchas de las ideas que llevaba consigo la vida olmeca a una época anterior al florecimiento de esa cultura en el centro de su tierra, en la costa del golfo[11].


Conocer estos hechos está sorprendiendo a los eruditos que, hace sólo unos pocos años, se dieron cuenta de que la cultura olmeca por sí sola era mucho más antigua de lo que ellos habían supuesto. Hace nomás de treinta años algunos arqueólogos muy respetables estaban seguros de que los restos olmecas provenían de una época no muy lejana a la de Jesucristo. Después, una serie de recientes dataciones, realizadas por radiación de carbono, mostraron que su duración probable era del 800 al 400 a.C. Aún más recientemente, mejores métodos y más trabajo han mostrado que la fecha correcta para la cultura olmeca y otras relacionadas con ella abarca desde el 1500 a aproximadamente el 600 a.C. Y ahora nos enfrentamos con los restos pre-olmecas que se extienden claramente hasta muchos siglos antes del 1500[12].


Un caso paralelo en el viejo mundo fue cuando se comprendió, hace décadas, que la civilización griega realmente tenía sus raíces en las culturas minoica y micénica, casi mil años antes. Investigaciones posteriores han identificado incluso predecesores más distantes, mucho más atrás de lo que los mismos griegos recordaban.


Alrededor del 3000 a.C., estaban en escena los rudimentos de las dos principales tradiciones de Mesoamérica. Los cultivadores de maíz vivían entonces en pueblos y mostraban sus habilidades en la manufactura de cerámica en cierto número de lugares en el centro-sur de Méjico. La imagen que tenemos de la vida en esa época es difuminada, porque los restos son escasos. No vemos muchas manifestaciones artísticas y religiosas en la vida pública hasta cerca del1500 a.C., pero la investigación durante los próximos años seguramente sacará más detalles a la luz. Lo que se sabe hasta ahora ha quitado una gran cantidad de misterio al fenómeno olmeca. Ese modelo de vida se desarrolló continuamente durante un periodo. Aún así, el desarrollo fue tan rápido y espectacular que debemos preguntarnos el porqué.


Hay cada vez más científicos que hacen la misma pregunta. La doctora Betty Meggers, de la Institución Smithsoniana, en un importante artículo publicado en marzo de 1975, propuso que el desarrollo olmeca se originó por la transmisión directa de elementos culturales clave a través del océano Pacífico, desde China, durante el periodo Shang (1750-1100 a.C.), cuando la tradición china adquirió por primera vez su configuración característica.[13] Anteriormente Meggers y su marido, el doctor Clifford Evans, habían descubierto que ciertos fragmentos de cerámica antigua del Ecuador, en la costa oriental de Sudamérica no se podían distinguir de las cerámicas encontradas en Japón antes del 3000 a.C. Sugirieron que los viajeros habían llegado al Ecuador, desde Asia, por barco[14]. En otro artículo hablaron de las posibilidades de un viaje marítimo atravesando el norte del Pacífico, donde la corriente del Japón llega rápidamente cerca de las islas Aleutianas y de Alaska antes de hacerse paralela a la costa de California en su camino al sur[15]. Los registros históricos del último siglo relatan que muchos barcos de pesca japoneses fueron llevados por el viento fuera de la costa, hacia el mar, y que sus supervivientes desembarcaron en la costa oeste de Norteamérica, de forma que la travesía era posible. Meggers y Evans concluyeron que hace miles de años habría sido factible el efectuar un viaje con un destino determinado. La velocidad de la corriente es tal que se podría haber efectuado un viaje desde el Japón hasta el oeste de Méjico con una nave bastante simple en aproximadamente un año[16]. (El viaje de los jareditas a través del océano, el cual me parece que fue al norte del Pacífico, en “barcazas”[17] sin velas les llevó 344 días (Eter 2:16; 6:11.) Además, la primera cerámica que conocemos de Mesoamérica, que puede datar del 3000 a.C., está localizada en el oeste de la costa mejicana, cerca de Acapulco[18]. Varios investigadores han puesto en tela de juicio la interpretación de Meggers y Evans, pero hay prominentes estudiosos del tema para los que ésta permanece como una posibilidad seria. Robert Heine-Geldern, David H. Kelley, Paul Tolstoy y George F.Carter se encuentran entre aquellos que han sostenido, en círculos profesionales, que deberíamos acudir a las fuentes transoceánicas para explicar completamente cómo se originó la civilización en Mesoamérica[19]. Más recientemente Harold K. Scheider, de la universidad de Indiana, ha sostenido que cualquier explicación del surgimiento en América de elevadas civilizaciones, que no incluya el desplazamiento de otras culturas cruzando los océanos, es teóricamente débil[20]. De manera creciente, algunos antropólogos y arqueólogos -aunque todavía una minoría- están reuniendo pruebas para demostrar que los primeros viajeros provenientes del Viejo Mundo podían, y probablemente lo hicieron, haber atravesado el océano y haberse asentado en el Nuevo Mundo. Los mormones lo llevan diciendo desde 1829.


Se han publicado muchas evidencias que muestran importantes elementos culturales específicos presentes en Mesoamérica y varias civilizaciones del Viejo Mundo. Los artículos de Meggers, Tolstoy y Schneider, a los cuales ya nos hemos referido, presentan parte de esa información, principalmente comparando el este de Asia con nuestra área de interés del Muevo Mundo. En mi artículo del volumen Man Across the Sea[21], una obra de erudición clásica sobre viajes transoceánicos, se presentan pruebas de una posible conexión entre Mesoamérica y el Próximo Oriente, de donde son originarios los pueblos del Libro de Mormón. Ahí se da una detallada lista de las características sociales y culturales compartidas por las dos áreas, completada con referencias. Hay más de 200 rasgos que son altamente arbitrarios, poco comunes y complejos. Encuentro más difícil de creer que éstos fueran casualmente inventados dos veces que el que fueran llevados a través del océano por viajeros.(Muchos puntos de comparación entre la visión del mundo de los nefitas y las ideas mesoamericanas y del Próximo Oriente descritas en el capítulo 2 están tomadas de ese artículo.)


A pesar de la acumulación de pruebas sobre la significativa influencia transoceánica en Mesoamérica, no hay duda en absoluto de que muchos de los aspectos -quizás la mayoría- de ambas tradiciones, la Primera y la Segunda, evidentemente no vinieron del Viejo Mundo. Una configuración única de modelos de vida y pensamiento distintivos caracterizan esta área en un nivel fundamental; ninguna introducción posterior, por medio de difusión, la habría cambiado mucho[22]. Pero esto es como decir que la primera cultura egipcia no era como la de Mesopotamia.


Aunque eso es verdad, también está claro que la vida egipcia quedó significativamente afectada por las costumbres e ideas mesopotámicas, y las dos áreas estuvieron en comunicación desde los primeros tiempos[23].


En esta ocasión no podemos demostrar que las civilizaciones de Mesoamérica se originaran por la influencia del otro lado del océano, pero en años recientes la idea, de la que se reían los profesionales, primero se convirtió en una hipótesis medio-respetable y ahora se sostiene como plausible más que como meramente posible. Queda clara la orientación.


Nuestra imagen del origen de la Primera Tradición permanece oscura, pero su decadencia y caída pueden verse más claramente. Naturalmente no ocurrió todo de golpe. Destrucciones periódicas, revoluciones o decadencias deben haber precedido a la espectacular caída del San Lorenzo olmeca, que tuvo lugar poco antes del 1.000 a.C.; el lugar fue asolado, quizás por algún tipo de levantamiento interno. Veintenas de esculturas sobresalientes fueron desfiguradas, todo lo que el decidido martilleo permitía, sobre la piedra dura y después enterradas ceremonialmente con gran esfuerzo. La sociedad local perdió gran parte de su vigor e influencia[24]. Después se intentaron nuevos desarrollos aquí y allá. Surgieron otros importantes emplazamientos olmecas, particularmente La Venta –en una isla, en un terreno pantanoso a 60 millas al este de San Lorenzo- y Laguna de los Cerros -al noroeste de la caída capital cultural-. Siguieron continuos cambios en las formas culturales y en la distribución geográfica de los centros creadores. Monte Negro, en las tierras montañosas de Oaxaca, fue completamente incendiado en cierta ocasión[25]. El valle de Oaxaca fue siempre influyente. Alrededor del 550 a.C., La Venta, la cual había llegado, por su esplendor, a ser un nuevo San Lorenzo había quedado abandonada; también sus esculturas habían sido desfiguradas por personas furiosas. La mayoría de los eruditos marcan su caída como el final de la tradición olmeca.


Estos surgimientos y caídas de ciudades y regiones, la intrincada sucesión de desarrollo e influencias y los complicados factores en juego en la historia de la Primera Tradición todavía están siendo desenmarañados. Después de todo, la cuestión implica decenas de millares de millas cuadradas y más de dos mil años de sucesos. En el estado del conocimiento actual, podemos ofrecer sólo unas pocas impresiones, aunque son intensas. Primero, el nivel tecnológico era impresionante en unos pocos aspectos particulares, pero era vulnerable. Los primeros habitantes obviamente usaban menos variedades de cultivos, adaptados a las muchas zonas ecológicas, que los que se habían desarrollado en la época de los aztecas. Los primeros pueblos puede que estuvieran siempre resistiendo, al borde del desastre ecológico, y parece que algunas veces les alcanzó. También la inestabilidad política podía haber supuesto un problema. Son evidentes los sorprendentes logros en la organización, como el reclutamiento de personas para construir el emplazamiento de San Lorenzo. Se piensa que los bustos gigantes de roca volcánica, que pesaban más de 20 toneladas, mostraban jefes o “reyes”, con sus cascos, gloriándose de su poder, pero sus rostros también se estropearon al final. El comercio de larga distancia caracterizó la vida durante la Primera


Tradición; en otras épocas parece evidente una restricción a lo local. La larga historia se nos manifiesta en exasperantes visiones momentáneas de ciertos puntos culminantes; el proceso histórico –el porqué de lo que ocurrió- nos sigue eludiendo.


Como una especie de taquigrafía, he usado olmeca en un sentido más amplio que el que a menudo utilizan los arqueólogos. Generalmente el término se restringe a los restos y a los pueblos que se encuentran en la zona de tierras bajas alrededor de las montañas Tuxtla.


Ahí las ruinas son las más espectaculares del periodo. Simultáneamente estaban teniendo lugar importantes desarrollos en las tierras altas, pero no existe un solo nombre para ellos, así que he agrupado a ambos desarrollos regionales bajo un mismo nombre: olmeca.


Finalmente, no podemos evitar el estar fascinados, como un erudito dijo, de “el modo en que termina esto. . . Nos quedamos sin nada olmeca, ni siquiera para que se pueda considerar … [esto es, mucho] después del … 600 a.C.”[26]


Los Restos


Fue el sistema el que desapareció al término de la época olmeca, no todo el pueblo ni todas las costumbres. La red de gobierno, prestigio, comercio, poder y riqueza que produjo y mantuvo los espléndidos monumentos y emplazamientos olmecas llevaba siglos decayendo en calidad, aunque todavía funcionaba a una escala impresionante. Por el 700 a.C. la apariencia de las estructuras de las pirámides, los frontones de pelota y los centros semi-urbanos indicaban una cultura muy modificada de la olmeca clásica[27]. Probablemente la causa de la caída final fueron los conflictos internos. En la zona central sur de Veracruz y en La Venta, la revolución, al parecer, era casi total. La continuidad en los estilos de cerámica sugiere que sobrevivieron pequeñas comunidades en los lugares pantanosos y en los alrededores apartados, pero desaparecieron las comunidades importantes y sus espectaculares obras.


Hacia los límites de lo que había sido Mesoamérica, nuevas personas sacaron provecho del colapso de la sociedad que habitaba el centro para trasladarse allí, como lo harían los toltecas y los aztecas mucho más adelante. Así, aparentemente, los habitantes de Ticomán y Cuicuilco, en el valle de Méjico, llegaron de más allá del límite oeste de lo que había sido un país de gran cultura, difundiendo su más sencilla versión de la vida a través de la meseta central de Méjico[28]. Unos cuantos de estos desarrollos locales, aproximadamente entre el 550 y 200 a.C., mantuvieron fragmentos y partes de las costumbres olmecas: la fase francesa en Chiapas, anteriormente, la del Monte Albán en Oaxaca, el desarrollo Totemihuacan en Puebla. Algunas de ellas llegaron a ser bastante poderosas, como por ejemplo, Cuicuilco y Monte Albán. Sin embargo siguieron siendo culturas localizadas, que comerciaban poco con sus vecinos, regidas por jefes que peleaban con otros del mismo estilo mientras intentaban descubrir la clave de la gloria y la prosperidad que la leyenda les debía de haber dicho que habían disfrutado sus antecesores. No consiguieron hacerlo en ninguna parte. En Cuicuilco, con su peculiar pirámide redonda, el floreciente desarrollo local cayó hecho pedazos, poco antes del 200 a.C., bajo el impacto de pueblos aún más recientes (el pueblo chupicuaro) provenientes del oeste, más allá del límite de la civilización. Saquearon Cuicuilco, interrumpiendo cualquier recuperación que hubiera estado en curso a través de la mayor parte de Méjico central; después tuvieron sus propias breves décadas de modesto éxito, antes de sucumbir a la dominación del naciente Teotihuacán[29]. Monte Albán, en Oaxaca, también había llegado a ser un próspero centro local, pero su poder político se hallaba restringido principalmente al valle de Oaxaca. Los pobladores de la fase Mamón en las tierras bajas de la península del Yucatán se expandieron ampliamente, pero permanecieron desperdigados y, sobre todo, políticamente débiles.


A este amasijo de culturas locales es a lo que yo llamo la “mitad” de una tradición. El doctor Ignacio Bernal se ha referido más o menos al mismo grupo de personas con el nombre de “olmeca III”[30]. Algunos rasgos de la primera tradición de civilización se transmitieron a través del tiempo por vía de estas gentes esparcidas, pero el centro o la esencia de lo que había sido la civilización olmeca no se encontraba en ninguna parte. Durante algunos siglos no hubo, sencillamente, ninguna fuerza unificadora bien definida que ocupara el lugar del primer modelo.


¿Cuál fue, pues, la herencia mesoamericana de la tradición olmeca? Primero, naturalmente, consistió en un conjunto de exitosos ajustes ecológicos. Las plantas cultivadas eran una importante contribución por sí mismas: el maíz, la calabaza, las alubias, el chile y varios frutos. Los restos físicos prueban el papel principal de estos cultivos en la dieta desde mucho antes. Naturalmente esto incluía más que las propias plantas. También se transmitieron las técnicas para plantar y cosechar y un conjunto de conocimientos acerca de las estaciones, suelos y clima, además de otros factores relevantes para ganarse la vida. El sistema jeroglífico de escritura y el calendario, que más tarde se convirtió en el medio para realizar los registros de la civilización maya, habían comenzado, por lo menos parcialmente, en la época olmeca[31].


También conocemos detalles específicos del simbolismo, tradiciones y rituales que continuaron, especialmente a nivel popular. En cierto sentido la Primera Tradición proveyó muchas de las materias primas culturales que los creadores de la Segunda Tradición utilizaron en su nueva configuración. Vienen fácilmente a la mente paralelismos europeos de este proceso. Los elementos griegos y romanos eran claramente ancestrales al modelo de vida europeo, digamos en el 1500 d.C. La reina Isabel, que financió a Colón, no hablaba ni griego ni latín, pero sin la herencia grecolatina de la que disfrutaba, gracias a sus antepasados, pocas cosas de su vida, o de España habrían sido como eran en su época.


La Tradición Jaredita


Las palabras del Libro de Eter nos cuentan la historia jaredita de una manera que no se puede comparar directamente con la imagen que acabamos de esbozar. Primero, el Libro de Eter tiene que ser traducido a términos culturales e históricos con más detalle que lo que podemos hacer aquí. Las limitaciones de espacio de este capítulo permiten sólo unas pocas comparaciones, pero parecen significativas.


Primero, vamos a explicar el origen de los jareditas en términos históricos y culturales. ¿Cuándo se originaron los jareditas como pueblo? Los textos históricos y la investigación arqueológica en Mesopotamia, su tierra de origen, nos dice que esas grandes plataformas de templos, en forma de pirámide, llamadas ziggurats empezaban a erigirse ya bastante antes del 3000 a.C.[32] Sólo una de ellas cumple con los requisitos para ser la “gran torre” a la que se refiere Eter 1:33. Si la salida del grupo jaredita de su hogar original hubiera sido muchos siglos antes del 3000a.C., o antes del 3300 a.C., su relato acerca de “la gran torre” sonaría extraño en términos de la historia del Próximo Oriente. (Casualmente, la fecha cero que seha calculado en los calendarios mesoamericanos es el 3113 a.C., lo que podría o no ser una coincidencia.) Ya hemos visto que las primeras evidencias de algunos de los indicadores básicos de civilización en Mesoamérica -agricultura estable, vida en pueblos y cerámicas- databan de alrededor del 3000 a.C.


Por cierto, no hay ninguna evidencia sólida que apoye la idea de atrasados comentarios bíblicos según los que la gran torre (“de Babel”) habría sido erigida cerca del 2200 a.C., como algunos Santos de los Ultimos Días continúan creyendo. De hecho abundan datos contrarios.


La extensión de territorio jaredita afectada nunca fue grande, como ya hemos visto. Una capital, la tierra de Morón, fue el centro jaredita desde el principio hasta el final. Los jareditas quedaron confinados esencialmente a la tierra del norte hasta la época del rey Lib (Eter 10:21), alrededor del 1500 a.C.[33] El Libro de Mormón nos informa de que, en esa época, Lib construyó una gran ciudad en la estrecha lengua de tierra, lo que sugiere una mayor penetración en la tierra del sur. La impresionante “ciudad”, representada por el emplazamiento arqueológico de San Lorenzo Tenochtitlán, situado en la línea de río que se encuentra entre las tierras del norte y del sur, fue construida aproximadamente en esa época. El registro arqueológico nos dice que, antes, los asentamientos de la Primera Tradición se habían concentrado al norte del istmo, pero que, después del 1500 a.C., se manifestó al sur del istmo una significativa, aunque todavía secundaria, actividad olmeca.


Tras una historia de linaje con altibajos, llegó la decadencia de la suerte jaredita. El capítulo 11 de Eter deja claro que, desde la época del gobierno de Com, el sistema tuvo problemas. La cronología interna del registro sitúa la sensacional destrucción de San Lorenzo cerca de la época de los problemas mencionados en Eter 11:4 y 6, aunque, naturalmente, no tenemos modo de confirmar una correlación directa. Al parecer, la rivalidad entre los linajes prominentes fue una dificultad clave para la estabilidad jaredita.


Todo el Libro de Eter es, naturalmente, un registro de su linaje (Eter 1:6-33), que fue fundado por Jared. Sólo se hace una breve mención del linaje del líder religioso, “el hermano de Jared” probablemente porque esa línea se concentraba en asuntos sacerdotales. (Nótese la diferencia de actitud expresada por los dos hermanos hacia la monarquía [Eter 6:23-24] y la negativa de Palag y sus hermanos a asumir un papel político [versículos 25-26].) Pero finalmente uno de su linaje sí se apoderó del gobierno (Eter 11:17), con lo cual el rey legítimo se halló cautivo. Los hijos que le sucedieron sufrieron la misma suerte. Encontramos aquí un indicio de la razón para la rivalidad dinástica de la que habla Eter 10:30-32 y 11:17-19: la dinastía sacerdotal buscó y obtuvo también el poder secular.


Figura 1


Una comparación de los sucesos y de las condiciones existentes en Mesoamérica, el Libro de Mormón y el antiguo Cercano Oriente. (Los datos más antiguos están representados en la parte inferior, como lo estarían en los restos arqueológicos)


Cercano Oriente



Fechas



Libro de Mormón



Mesoamérica



Alejandro



200 a.C.


500 a.C.


1000 a.C.


1500 a.C.


2000 a.C.


2500 a.C.


3000 a.C.



Nefitas/Lamanitas


Pueblo de Zarahemla


Mosíah



Segunda Tradición


-“Teocrática”-



Ciro


Lehi


Isaías


David



Asiria



Destrucción jaredita


· Coriántumr/Eter


· Ethem


Guerra y destrucción


· Guerra, hambre, destrucción



Final de la civilización olmeca


· Disolución creciente


· La Venta - Culturas de las “tierras altas” relacionadas con los olmecas


· San Lorenzo



Moisés


José


Jacob



· Com/muchos años de guerra


· Combinaciones secretas otra vez


· Gobernadores del linaje de Eter


Morón cautivo


Comercio extendido


· Gran ciudad en la franja


· Rey Lib


Estabilidad general y prosperidad



· Destrucción de San Lorenzo


Culminación olmeca


· Influencia y extensión del comercio


· Origen de San Lorenzo


Desarrollo general de la civilización



Abraham


Sargón


Pirámides egipcias



* Riplakish


* Órdenes secretas


* Emer gobierna


* Rey Omer


* Asentamientos pioneros




Villas agrícolas


Cerámica, comienzan las villas agrícolas



Sumeria



Torres



“La Gran Torre”




La destrucción final de la línea de gobierno de Jared podría haber ocurrido ya en el 580 a.C. o más tarde, en el 400 a.C. El Libro de Mormón no nos dice lo suficiente para permitirnos determinarlo con más precisión, aunque yo creo que es preferible una fecha hacia el primer final de ese lapso de tiempo.


Actualmente el registro arqueológico ha fijado bastante bien la fecha del fin de la Primera Tradición en el 550 a.C. aproximadamente.


Tomando juntos el asentamiento geográfico, los modelos culturales, la concordancia en las fechas y muchos hechos específicos, en los que no podemos entrar en este momento, resulta muy razonable identificar la cultura en la que se hallaban inmersos los jareditas con la Primera Tradición o la Tradición Olmeca.


Los Remanentes


La charla de Nibley sobre los “supervivientes jareditas” hace años hizo notar que muchos Santos de los Ultimos Días habían suprasimplificado lo completa que fue la “destrucción” de los jareditas[34]. El sostuvo, y la evidencia es persuasiva, que persistieron importantes elementos jareditas hasta las épocas mulekita y nefita. En capítulos posteriores de este libro se ofrecen otras pruebas de la continuidad cultural desde la época jaredita hasta más tarde. Realmente no hay dudas sobre esto. Las contribuciones jareditas a los pueblos posteriores fueron sustanciales, justo de la forma y grado en que la tradición olmeca continuó hasta la época post-olmeca.


Ahora, consideremos los mulekitas, término comúnmente aplicado a las personas a las que ser efiere el Libro de Mormón como el pueblo de Zarahemla, aunque el libro nefita no utiliza en ningún sitio el término mulekita. El registro nefita dice tampoco de ellos que tenemos escaso material para compararlo con los datos externos. Probablemente llegaron a la tierra del sur en las décadas posteriores al 600 a.C., ya que su salida de la tierra de Israel se produjo después de la conquista de Jerusalén por Babilonia en el 586 a.C. En términos mesoamericanos ellos entraron en escena cuando concluyó la tradición olmeca[35]. Al leer acerca de los jefes del pueblo de Zarahemla en el Libro de Omni uno tiene la impresión de que estaban limitados geográficamente y eran poco sofisticados (por ejemplo, no sabían leer ni escribir). Esas características parecen verdad en lo que respecta a lo que ocurría durante el mismo periodo en Mesoamérica. También encajan las referencias al ambiente de guerra de los siglos anteriores al 200 a.C. (Omni 1:17)[36]. A la luz de estos concordancias, es razonable que los descendientes de la tripulación que constituía el grupo de Mulek fueran capaces de encontrar un hueco para sí mismos en la tierra, incorporando entre ellos al resto de las personas que se habían quedado en la tierra del sur después de que los olmecas abandonaran La Venta de, y también gobernar sobre ellas[37]. Pero las dificultades culturales y ecológicas deben de haberles limitado. Ni su tamaño ni su vigor valían mucho en la época en la que los nefitas les encontraron. Ni siquiera Zarahemla reclamó el título de “rey”, y el grupo permaneció confinado a un territorio diminuto. Cuando Mosíah, el líder nefita apareció con su grupo entre los zarahemlitas, estos últimos parecían deseosos, casi patéticamente, de que alguien les dirigiera hacia lo que ellos consideraban una auténtica civilización. Sobre las limitadas bases de los hallazgos históricos parece que otros grupos, de los siglos post-olmecas inmediatos tenían ambiciones similares.


Se da un resumen de la Primera Tradición de Mesoamérica y sus repercusiones en relación con el registro jaredita en forma de diagrama en la figura 1.


Ese breve vistazo general muestra sorprendentes paralelismos entre la imagen arqueológica por un lado, y lo que dice el Libro de Mormón, por el otro. Son visibles suficientes paralelismos para que podamos ser optimistas acerca de futuros resultados más detallados de las investigaciones. Más adelante se presentaran en este libro algunos detalles, pero ahora debemos echar un vistazo al siguiente episodio importante de la civilización.


La Segunda Tradición


A menudo, los eruditos han calificado de teocráticas a las culturas mesoamericanas más conocidas por el público (las espectacularmente visibles, tales como los emplazamientos mayas clásicos de Tikal y Teotihuacán). El significado de esta denominación es confuso pero una de las cosas que sugiere es la idea del dominio de la religión o del sacerdocio en la sociedad. La única característica de la Segunda Tradición, que es la más obvia, es el centralismo de la religión y sus portadores sacerdotales.


Es cierto que los olmecas y sus contemporáneos no ignoraban el lado religioso de la cultura, sin embargo no pareció cobrar ni con mucho tanta importancia en su vida cotidiana como en las culturas que les sucedieron. Para los pueblos posteriores, el ritual y el pensamiento en un poder sobrenatural llegó a ser casi una obsesión. El comportamiento religioso estaba ligado cercana y complejamente a todos los elementos de sus vidas: ganarse la vida, casarse, tener hijos, gobernar, guerrear, la expresión artística, cualquier cosa. La mayor parte de su arquitectura y artefactos infundían un intrincado, sutil y sagrado simbolismo.


(Cuando hayamos descubierto más información acerca de la era olmeca, podría, desde luego, mostrar las mismas características en igual grado.) Las principales culturas de los primeros siglos de la era cristiana en Mesoamérica ponían más o menos el mismo alto grado de énfasis a lo sagrado que los antiguos pueblos israelita y el egipcio.


La Estela 3 de La Venta (Tabasco, Méjico).


Este imponente monumento, que data del siglo VI a.C. parece mostrar el encuentro de los líderes de dos grupos étnicos.


El hombre de la derecha se parece mucho a los judíos se aquella época.


¿Dónde y cómo se originó este modelo? Como vimos con relación a la Primera Tradición, identificarlos comienzos de cualquier modelo cultural no es un asunto claro. Obviamente, habrá menos datos cuanto más atrás en el tiempo quieran seguir sus investigaciones los eruditos, porque la cantidad de personas y los restos que quedan serán más escasos.


Antes que consideremos los borrosos comienzos, vamos a ver qué aspecto tenía el modelo de la Segunda Tradición cuando por primera vez tomó forma definida, más o menos en el siglo anterior al nacimiento de Cristo. En terminología de los arqueólogos el último periodo Pre-Clásico se convirtió entonces en lo que se ha llamado el “Proto-Clásico” o Pre-Clásico Terminal, que abarca desde aproximadamente el 100 a.C. hasta el 50 d.C.


En ese tiempo era evidente una configuración cultural en varios sitios del sur de Mesoamérica que proveía el esquema esencial del llamado periodo “Clásico” posterior. Algunos consideran que el Clásico había comenzado ya para el 50 d.C., pero todos los expertos están de acuerdo en que estaba en pleno florecimiento para el 300 d.C. En trabajos recientes se demuestra que el modelo existía en centros urbanos de gran tamaño, en una cantidad de regiones, no más tarde del 200 d.C. Sus características incluían una fuerte preocupación por el calendario y la predicción de elementos claves en términos de ese calendario; ceremonias públicas extensas; una jerarquía de sacerdotes cuyo poder procedía principalmente del conocimiento de los complejos símbolos que eran usados en el ritual, el arte y la arquitectura; trabajados edificios públicos para uso religioso y un extenso comercio interregional. Los edificios eran impresionantes a la vista, usando a veces piedra tallada donde en épocas anteriores había sido escasa. También eran importantes las diferencias entre las clases sociales y la exhibición de riqueza, socialmente prestigiosa, llegó a convertirse en una práctica habitual.


Debemos recordar que estas características distintivas eran la guinda del pastel. Debajo de este exterior de estilo sofisticado estaba la vieja agricultura de maíz, alubias y calabaza, complementada con alimentos secundarios pero valiosos como el aguacate y el cacao. Para la mayor parte de las personas, la vida diaria podía no haber sido apreciablemente diferente de las de los siglos anteriores. No podemos saber el efecto del ostentoso ceremonial religioso en las vidas privadas de los plebeyos, aunque debe de haber tenido alguno. Pero al final, desde aproximadamente el 650 d.C., en el centro de Méjico, o el 900 d.C., en Yucatán, mientras la superestructura dejó de existir, la vida del pueblo continuó, con pocos cambios. Debajo de la pompa y las ceremonias, los modos de vida básicos permanecieron de muchas maneras.


Antes de la cristalización del primer siglo antes de Cristo se había estado desarrollando la base para la Segunda Tradición durante varios siglos. Había crecido una gran cantidad de población en lugares propicios, especialmente en el sur del istmo. Las poblaciones principales, si no eran ciudades, llegaron a serlo. Las redes de comercio comenzaron a abarcar áreas más grandes. Se elaboró y compartió un sistema de escritura y de calendario. Comenzaron a surgir importantes distinciones de riquezas, rango social y poder. Luego, alrededor del 125 a.C. los cambios se aceleraron en cierto número de estos pueblos locales, poniéndose en marcha para aterrizar en una importante civilización, como un avión que comienza a recorrer la pista. Para el 75 a.C. los resultados llegaron a ser impresionantes. En menos de tres siglos más, después de algunos retrasos en el camino, este modelo había llegado a ser enteramente el modo de vida clásico.


Varios centros dinámicos eran el foco de su crecimiento; por ejemplo, la base de la península del Yucatán, el pie de las colinas sobre la costa del Pacífico de Guatemala y el oeste de El Salvador con el valle de Oaxaca. Otro centro abarcaba la depresión central de Chiapas. Ahí se había desarrollado un gran número de asentamientos desde aproximadamente el 300 a.C. Después, en un periodo entre el 125 y el 75a.C., el crecimiento se aceleró; aumentó notablemente la sofisticación de la sociedad local y la evidencia de comercio. Aproximadamente en el 75 a.C. ocurrió un cambio bastante repentino. Las personas abandonaron muchos de los asentamientos dispersos y se trasladaron a comunidades mayores. Esto no hubiera ocurrido sin un poder político nuevamente concentrado.


Sin duda, un elemento vital de este poder, y parte del “pegamento” que mantenía unido el sistema social, erala religión, pero el cambio bastante repentino en los asentamientos se explica mejor por la amenaza de guerra[38].


En el primer siglo a.C., probablemente entre el 50 y el 25 a.C., algunos rasgos culturales y, quizás, grupos migratorios se trasladaron del centro de Chiapas aciertos lugares distantes. Pruebas específicas muestran la influencia de Chiapas en los centros de las tierras bajas mayas de Tikal y Altar de Sacrificios, en el valle de Oaxaca, en Tlapacoya, en el límite sur del valle de Méjico, y en el centro de Veracruz[39]. Partiendo de una cultura localizada cien años antes, el modelo de Chiapas había llegado a ser, temporalmente, algo parecido a un modelo con una extensa influencia.


Al mismo tiempo floreció el valle de Guatemala. El centro era claramente el enorme emplazamiento de Kaminaljuyu. Aproximadamente entre el 100 y el 50a.C. surgieron también allí dramáticas diferencias sociales. La más clara demostración de las nuevas distinciones de rango nos llega de las tumbas encontradas en algunos de los grandes túmulos piramidales que se erigieron en esta época. La mayor parte de éstos nunca se excavaron hasta antes de ser destruidos en décadas recientes, pero el que se investigó, el Túmulo E-III-3, la estructura más grande del emplazamiento, tenía unos setenta pies de alto[40].


De hecho, su volumen era más grande que el del famoso Ziggurat de Ur, al sur de Mesopotamia y la tierra amontonada para construir el túmulo contenía fragmentos de un vasto número de vasijas de cerámica. Las dos tumbas, construidas en el centro de la estructura, incluían muchos y hermosos tarros, junto con otros ricos bienes dejados como ofrendas por el difunto. Los allí enterrados deben de haber sido prominentes líderes, a juzgar por los cuerpos de los siervos sacrificados que acompañaban a las figuras alas que se honraba.


La región costera adyacente a Guatemala, junto con el área de Kaminaljuyu, parece haber sido la cuna de la Segunda Tradición. Allí encontramos, desde siglos antes de la era cristiana, pruebas de esa especial fijación en el ritual que iba a llegar a ser tan destacada en la mayor parte de Mesoamérica con el paso del tiempo[41]. Desafortunadamente, hasta ahora la investigación arqueológica ha sido muy limitada como para encontrar una respuesta a las siguientes preguntas que nos gustaría hacer acerca de los orígenes de la Segunda Tradición.


El Pueblo de Nefi en Relación con la Segunda Tradición


Esta información acerca de túmulos, cerámica y clase social puede parecer ajena al libro de Mormón, pero no lo es. Los nefitas y los lamanitas eran también, después de todo, de carne y hueso, enterraban a sus muertos de determinadas maneras, cocinaban en ollas, comerciaban, tenían gobernantes y seguían otros modelos característicos de cultura. Cuando leemos la historia del Libro de Mormón para descubrir esa cultura, encontramos interesantes maneras en las que los descendientes del grupo de Lehi se relacionan, deforma plausible con la Segunda Tradición e incluso pudieron haber sido un catalizador en sus comienzos. Los detalles deben esperar a otros capítulos, pero podemos mirar inmediatamente unos pocos puntos importantes de la relación.


En el capítulo 1 decíamos que era posible identificar el centro de Chiapas con la tierra de Zarahemla y Kaminaljuyu, en Guatemala, con la ciudad de Nefi. Cuando Mosíah, el mayor de su grupo, dejó Nefi, en algún momento poco antes del 200 a.C. (Omni 1:12), saliendo de las tierras altas (Guatemala) hacia un lugar del río Sidón (Chiapas central), comenzó a reinar sobre el “pueblo de Zarahemla”, al que encontró allí. El trabajo arqueológico demuestra, en ese mismo periodo de tiempo, que esos dos centros vitales de influencia en el desarrollo de la Segunda Tradición en Mesoamérica estaban relacionados culturalmente el uno con el otro en un grado notable, como sería de esperar por lo que nos dice el Libro de Mormón[42].


La escritura nos informa también que el control sacerdotal y el énfasis en las ceremonias eran característicos de los primeros nefitas (ver Enós 1:23; Jarom 1:3-5). Además, debe de haber sido alrededor del 125 a.C., durante el reinado de Mosíah hijo, cuando la simplicidad social y política que todavía había prevalecido bajo el rey Benjamín -quien hizo hincapié en que él mismo cultivaba la tierra- comenzó a complicarse. Antes de que pasara mucho tiempo, el surgimiento de rangos sociales, el crecimiento de las riquezas, la aparición de pretendientes a la nobleza (los “realistas”) y otros indicadores muestran un modelo significativamente diferente de aquel de los granjeros sin clase social de los que se componía en gran parte la sociedad nefita hasta aquella época.


Una versión tardía del elaborado estilo artístico de Izapa,


proveniente del Cerro de Mesas, Veracruz (Estela 6).


El mismo estilo básico, encontrado en Dainzu, Oaxaca, medio milenio anterior.


(Ambas esculturas demuestran la extensión de la influencia cultural y del pueblo de Chiapas en la tierra del norte más allá del istmo.


Aproximadamente en el mismo periodo, los disidentes nefitas comenzaron a dirigir a los lamanitas por el mismo sendero hacia la diferenciación de clases (ver Mosíah 24:3-4, 6-7). El sacrificio de los sirvientes que acompañaban al ocupante de la tumba en el túmulo EIII-3 recuerda el duro reinado del rey de los lamanitas en la época de los misioneros nefitas (Alma 17:28-29).


El “sepulcro” preparado para el enterramiento del rey lamanita (Alma 19:1) podía bien haber sido una tumba como las que los arqueólogos excavaron en Kaminaljuyu. Además, en el Libro de Mormón se relata el incremento de la riqueza por medio del comercio entre nefitas y lamanitas. Aproximadamente en la misma época encontramos el comercio mesoamericano expandiéndose notablemente, de acuerdo con el registro arqueológico del primer siglo a.C.


Uno de los desarrollos cruciales para los nefitas fue el prolongado periodo de guerra descrito con tanto detalle al final del libro de Alma. (Incluso antes de que terminara formalmente, la guerra se renovó periódicamente a lo largo del siglo siguiente).


Personas como Amalickíah, Moroni, Teáncum, Helamán y sus jóvenes guerreros y muchos otros con los que los lectores del Libro de Mormón se hallan familiarizados, consiguieron ocupar un lugar prominente en el relato de esta guerra. Debido a ese conflicto, se mandó a los pobladores a nuevos lugares por razones militares estratégicas. Los asentamientos existentes se veían a menudo amenazados y a veces destruidos. Los gobernantes hacían uso de duras conveniencias políticas (Alma 51:15-22; 60:33-36) para enfrentarse a las necesidades de la guerra que revolucionó la vida nefita (Alma 62:39-41). Todo esto encaja impresionantemente con lo que vemos que ocurrió en Chiapas desde alrededor del 75 a.C., aproximadamente la misma fecha que el registro nefita asigna a tales sucesos.


Se encuentran pruebas de la difusión del modelo de sociedad teocrática de Chiapas en las áreas circundantes aproximadamente en la época en la que, de acuerdo con el Libro de Helamán, el pueblo de la tierra del sur comenzó a emigrar en cantidades significativas a la tierra del norte del istmo mientras los disidentes nefitas estaban influyendo en las tierras lamanitas del sur.


En medio de esta expansión, la tradición del sur parecía perder su empuje, pero mejoró la actividad en el territorio del norte. Se tambaleó la tendencia hacia una sociedad dominada por las ceremonias y las clases, que se había acelerado alrededor del final de la era pre-cristiana. Detuvo su continuo desarrollo algo que sólo podemos ver vagamente. En el 50 d.C., aproximadamente, unas pocas décadas más o menos, en dos de los más conocidos centros de Santa Rosa y Chiapa del Corzo, se quemaron importantes edificios[43].43


Inmediatamente después, apareció en escena un desarrollo cultural más restringido, drásticamente diferente. Evidentemente ahora actuaba recíprocamente, no tanto con las tierras altas de Guatemala, como había sido antes el caso, sino con el área del istmo. Estos hechos nos traen a la memoria el Libro de Mormón, que describe el incendio de


Zarahemla y de otras ciudades de la tierra del sur, parte de la destrucción que señaló la muerte de Jesucristo, alrededor del 30 d.C. Después de todo, naturalmente, el Salvador se apareció a los supervivientes nefitas en Abundancia. Después, sus enseñanzas condujeron al establecimiento de una nueva sociedad sin clases en la cual todas las cosas se tenían en “común”. Se extendió desde el sagrado centro del istmo a las tierras circundantes, incluyendo Zarahemla, ya reconstruida (4 Nefi 1:1-8).


Existen pruebas interesantes, aunque limitadas por el momento, de que hubo catástrofes naturales que sorprendieron a varias regiones mesoamericanas, aproximadamente en esta época. La pausa en el precipitado curso del desarrollo, que se produjo durante el primer siglo d.C., podría haber sido su resultado, en parte, de interrupciones debidas a causas naturales[44]. (En el capítulo 8 hablaremos de la destrucción.) Las interrupciones por causa de problemas sociales internos pueden haber sido también la razón de esa reducción en la velocidad de su desarrollo (obsérvese 3 Nefi 7).


El registro arqueológico nos dice poco de los 150 años siguientes, así como el Libro de Mormón tampoco revela muchos detalles acerca de la vida desde el 50 d.C. hasta el 200. La relativa simplicidad, dignidad y orden de la sociedad y la cultura que se infieren de la escritura no entra en conflicto en absoluto con el escaso registro que tenemos de la mayor parte de Mesoamérica. El arte y los artefactos reflejan un intervalo caracterizado por mostrar “grandiosidad y refinamiento”. Se habían abandonado algunos antiguos rituales (como se informa en 3 Nefi 9:19)[45], pero los ostentosos cultos que florecerían unos pocos siglos después todavía no habían llegado a ser evidentes. Sin embargo, está claro que la adoración al dios conocido como Quetzalcoatl se remonta por lo menos hasta esta fecha tan temprana[46].


Hay una importante excepción a esta regla general de un modelo cultural tranquilo dominante durante estos primeros siglos d.C. En ese tiempo en la frontera norte de Mesoamérica se encontraba el valle de Teotihuacán, una extensión del valle de Méjico. En el siglo I a.C., aproximadamente, cuando las influencias del sur habían comenzado a ejercer una notable presión en las tierras del norte del istmo[47], la población de Teotihuacán empezó a experimentar un dramático crecimiento. En el siglo siguiente o algo después hay evidencia de actividad volcánica insinuando la posibilidad de una pausa temporal en el crecimiento del emplazamiento; pero principalmente vemos un crecimiento continuo[48]. La construcción de la gran Pirámide del Sol, como fue llamada por los aztecas, fue entre el 125 d.C. y el 150. Para el 200 d.C. la metrópolis de Teotihuacán había crecido hasta ser la más grande en la historia de Mesoamérica, teniendo posiblemente 100.000 habitantes. Alrededor del 250 d.C. su influencia se extendió a un ritmo sin precedentes hacia partes distantes de Mesoamérica[49].


Se estaba produciendo un espectacular florecimiento de la Segunda Tradición. Por las mismas fechas en las tierras bajas la sociedad maya también había cristalizado todos los elementos esenciales de su modelo, con monumentos esculpidos y datados así como con elaborados ceremoniales. Comparte con Teotihuacán un modelo básico, a pesar de las obvias diferencias de estilo entre los dos. Ambos eran expresiones de “un antiguo sistema teocrático”, como apunta el profesor Kubler, en el cual el arte tiene un “carácter litúrgico fuertemente marcado” y donde “cada mural o vasija decorada es una oración”[50]. Las variaciones regionales en los temas de la Segunda


Tradición se hacen visibles en otros centros de florecimiento, como el de Cerro de las Mesas, Trajín, Monte Albán y Kaminaljuyu.


Este inmenso vigor -tanto en su naturaleza como en su poder- rara vez se ha descrito mejor que en estas palabras del Libro de Mormón:


“Y ahora, en este año, el doscientos uno, empezó a haber entre ellos algunos que se ensalzaron en su orgullo, tal como el de lucir ropas costosas, y toda clase de perlas finas, y las cosas lujosas del mundo. Y de ahí en adelante ya no tuvieron sus bienes y posesiones en común entre ellos. Y empezaron a dividirse en clases; y empezaron a edificarse iglesias con objeto de lucrar; . . . sí, había muchas iglesias que profesaban conocer al Cristo, . . . Y ocurrió que habían transcurrido doscientos cuarenta y cuatro años, . . . Y la parte más inicua del pueblo se hizo fuerte, y llegó a ser mucho más numerosa que los del pueblo de Dios. Y continuaron edificándose iglesias y adornándolas con todo género de objetos preciosos. . . . Y ocurrió que, cuando hubieron pasado trescientos años, tanto el pueblo de los nefitas como el de los lamanitas se habían vuelto sumamente inicuos, los unos iguales a los otros. Y aconteció que los ladrones de Gadiantón se extendieron por toda la superficie de la tierra; . . . Y acumularon oro y plata en abundancia; y traficaban en mercaderías de toda clase”. (4 Nefi 1:24-27, 40-41, 45-46).


Esta es una exposición muy exacta de lo que nosotros sabemos de la entrada en plena vida Clásica, la cual fue la culminación de la Segunda Tradición en Mesoamérica. El comienzo de lo que yo llamo el Clásico Inicial (50 d.C.-200) condujo rápidamente a una definitiva maduración del modelo, visible en el Primer Periodo Clásico, a partir del 200 d.C. Este tipo de sociedad rica, influyente y altamente autoritaria -ejemplificada por la de Teotihuacán- aparece en el registro arqueológico precisamente cuando el Libro de Mormón describe los cambios radicales citados anteriormente, desde el 200 d.C. hasta el 300[51].


Culminación y Decadencia


La Segunda Tradición alcanzó su punto álgido de fuerza entre el 250 y el 300 d.C. Más adelante, aparecen indicadores de una versión de civilización más grande pero no mejor; sin embargo, este tipo de periodo fue único por su dinamismo, algo parecido a la Atenas de la primera mitad del siglo V a.C. Había un vigor rebosante, una expansión geográfica y una exploración de las formas y de los supuestos inherentes a las culturas regionales que comprendía la Segunda Tradición. El interesante análisis, hecho por Levey de los dibujos de las vasijas de Teotihuacán confirman la imagen; su interpretación tomó ciertos motivos decorativos como lo que los psicólogos llaman “la necesidad del logro”. Ese factor se correlaciona con creatividad, crecimiento y progreso.


El concluyó que fue precisamente al terminar el siglo, en el 300 d.C., cuando este trayecto se encontraba en su clímax, seguido rápidamente de una precipitada decadencia[52].


El simbolismo religioso de los murales de la gran metrópolis ha sido interpretado también como muestra de la decadencia. Se piensa que los sacerdotes elaboraron la teología de Quetzalcoatl más de lo que la gente común podía comprender y aplicar para satisfacer sus necesidades básicas de adoración[53]. También es evidente el uso más manifiesto de drogas alucinógenas, aparentemente por la clase sacerdotal, a medida que avanza el Clásico[54]. Además, ahora parece que no fue erigido casi ningún edificio público significativo después del año 300, a pesar de que la población continuaba siendo numerosa[55]. En cierto sentido Teotihuacán podía haber estado “viviendo de las rentas” una vez que entró en el siglo IV. No mucho después, comenzaron a aparecer con más frecuencia en el arte hombres armados, y se han encontrado evidencias físicas de canibalismo, cerca de Teotihuacán, que datan del 450 d.C.[56] En todo esto parece que estamos presenciando la progresiva erosión de la esencia de la civilización y la barbarización de la tradición teocrática.


El mismo proceso estaba ocurriendo entre los pueblos de las tierras bajas de Guatemala y Yucatán, que hablaban maya. Situados hacia el límite de los centros de desarrollo, fueron ligeramente más lentos que otros pueblos en conseguir la completa expresión de la tradición Clásica. Eso significó que entre ellos el modelo teocrático comenzó y se desintegró al poco de alcanzar la madurez. Estos grupos, que los eruditos pensaron durante largo tiempo que eran totalmente pacíficos, ahora son vistos de una manera bastante diferente. En 1964, Samuel Lothrop dijo: “Se ha creído que los mayas llevaron una existencia pacífica. Sin embargo, desde el comienzo de la era Clásica se presenta a los victoriosos pisoteando a los cautivos, y estas escenas esculpidas en piedra aumentan en cantidad y complejidad con el paso del tiempo”[57]. Doce años después nuevos hallazgos permitieron a Webster afirmar con mucha más firmeza que “se practicaba la guerra en las tierras bajas mayas por lo menos desde la Primera época Clásica (300-550 d.C.) en adelante”[58].


Ahora, incluso esa afirmación no consigue hacer justicia a nuestra imagen de las manifestaciones militares en los orígenes de la vida mesoamericana. En semejante escenario no podemos ver la exterminación de los nefitas, cerca del fin del siglo IV d.C., como un caso aislado causado por unos celos étnicos únicos. En cambio, lo que estaba sucediendo en esos tiempos era “una completa revolución por toda la faz de la tierra” (Mormón 2:8). Después que los nefitas se extinguieran, como grupo, las guerras entre los lamanitas y los “ladrones” que quedaron continuaron siendo “extremadamente furiosas” (Moroni 1:2; Mormón 8:8). Nefi había visto en una profecía que las “multitudes” de gente que permanecería después de Cumorah (1 Nefi 12:20-21) continuarían luchando, generación tras generación. La batalla “final” de los nefitas lo fue sólo desde el punto de vista nefita. Hacia finales del siglo IV, los nefitas sólo eran un grupo que no se distinguía de ninguna manera en particular de otros grupos (Mormón 5:15-17; Moroni 9:9-19) excepto quizás por ser poco numerosos (Mormón 4:17; 5:6; 6:8). (De manera similar, los relatos de los santos de los últimos días, naturalmente, tienden a hacer del viaje de sus antepasados pioneros a Utah un hecho central en la historia del oeste americano, pero un punto de vista más amplio lo ve como una modesta, aunque altamente dramática, parte de una amplia corriente de migración hacia el oeste, a través de Norteamérica, que todavía no ha terminado.)


El comienzo de la fase militar de la decadencia nefita, tal como se describe en su registro, ocurrió cuando fueron expulsados del área de Zarahemla por los lamanitas provenientes de la antigua área de Nefi, en las tierras altas. En términos de la geografía que estamos utilizando, esto evidenciaría un notable despoblamiento del centro de Chiapas cerca del fin del periodo Clásico Inicial (alrededor del 350 d.C.), mientras que los pueblos de las tierras altas guatemaltecas llenarían el vacío. El capítulo 8presentará datos arqueológicos detallados que nos muestran precisamente esa secuencia. En resumen, en el emplazamiento de Mirador, que podía ser lo que los nefitas llamaban en aquel tiempo Angola o parte de la tierra de David (Mormón 2:4-5), la estructura clave, que está representada en el Túmulo 10, fue destrozada por un intenso fuego que destruyó totalmente el edificio. A un periodo de abandono le siguió una nueva población que tenía contactos culturales con las tierras altas de Guatemala[59]. Esta fue la manifestación, a la que se puede dar una fecha próxima al 350 d.C. en el registro arqueológico, de una desaparición de la sociedad Clásica Inicial en el centro de Chiapas bastante general, seguida de un asentamiento disperso de un grupo sucesor.


El trabajo arqueológico hecho en el área donde tuvo lugar la última batalla nefita -suponiendo que fuera alrededor de las montañas Yuxtla de Veracruz- no es lo suficientemente detallado como para que se puedan identificar evidencias de batallas. Algún día tendremos una imagen más clara; sin embargo, la historia, sin duda, era complicada como lo son todas las guerras.


Incluso mientras continuaban las guerras, obviamente la vida normal también continuaba en cierta medida.


Después de todo, el maíz y las alubias tenían que plantarse y cosecharse anualmente. Y se enseñó a la generación más joven gran parte del modelo de estructura social, el conocimiento y los valores. Entre el 400 y 500 d.C. se extendieron, cada vez más, a otras áreas “peces gordos” ambiciosos desde Teotihuacán, haciéndose con todo el control local que podían del lugar donde ellos estaban asentados. Estos mejicanos del centro parece que se enriquecieron a costa del tributo de las comunidades locales y gracias al comercio de objetos de lujo que ellos promovían[60].


Hacia el 500 d.C. se habían instalado en puntos clave, en el espectacular Tikal de las tierras bajas mayas, en Kaminaljuyu y en otros lugares, precisamente cuando el nivel de cultura y prosperidad de su área de procedencia, del centro de Méjico, menguaba. En cierta manera los logros culturales de esta época del Clásico Medio fueron notables, pero continuaba la tensión social. En Becán, en medio de la península de Yucatán, los aventureros de Teotihuacán parece que arrebataron el control a los dirigentes locales mayas, que anteriormente habían erigido un enorme muro alrededor del lugar para fortificarlo. Las excavaciones han mostrado fragmentos de restos humanos en los escombros de alrededor del lugar, probablemente restos de una batalla[61].61 Al mismo tiempo, la guerra y las tensiones prevalecían en otras áreas.


Figura 2


Comparación de los sucesos y de las tendencias en Mesoamérica y en el Libro de Mormón, tanto en la tierra del norte (áreas sombreadas), como en la tierra del sur (áreas en blanco). (Los datos más antiguos están representados en la parte inferior, como lo estarían sus restos arqueológicos; por lo tanto, estudiar este gráfico de abajo arriba para seguir la secuencia cronológica.)


Fecha



Libro de Mormón



Mesoamérica




Norte



Sur



Norte



Sur





Tradición “Media”, dominio secular


“Hueco” maya



Clásico Medio


600 d.C.



Cumplimiento de las profecías:


guerras, continuas “abominaciones”


500 d.C.



Continúan las guerras entre unos y otros



Finaliza el dominio de Theotihuacan


Los grupos de Theotihuacan


se dispersan ampliamente



Guerras


400 d.C.



Los nefitas


son destruidos



Aumenta el militarismo



Clásico Temprano


300 d.c.



Se extiende la guerra y la agitación


Comercio, grupos secretos


Sociedad dinámica, global


Se multiplican las “iglesias”; clases ricas


Reaparición de las clases sociales



Cierto empeoramiento de la calidad



Chiapas reducido


200 d.C.



Culminación dinámica de la cultura


Fuertes facciones teocráticas


Surgen manifestaciones de cultos y clases


Condiciones sociales estables y ordenadas


100 d.C.



Sociedad sin clases



Aparente pausa en crecimiento y vigor. Volcanes



Protoclásico


1 a.C.



Gran catástrofe


Migraciones al Norte



Las facciones teocráticas se desarrollan extensamente


100 a.C.



Expansión de la cultura nefita y lamanita



Distinción de clases



Elementos


del sur


aparecen


en el norte



Complejo de


facciones


religiosas



Clásico Tardío


200 a.C.



Supervivientes jareditas



Pueblo de Zarahemla



Primeros nefitas y lamanitas


300 a.C.



Grupos locales olmecoides



Clásico Medio


400 a.C.



500 a.C.




Final de la sociedad jaredita (¿)



Fin de la tradición olmeca



Ahora parece que el último aliento de lo que yo he denominado la Segunda Tradición llegó alrededor del 550 d.C.[62] Por entonces todos los principales centros estaban completando un cambio desde modelos de vida teocráticos a los seculares. Nunca más se pretendió mantener allí las formas de los viejos ceremoniales. Primero se desmanteló el sistema de Teotihuacán, yeso fue como arrancar la piedra de la clave de un arco. Y después del 534 d.C. (el monumento con fecha más tardía del Clásico Medio), los mayas del otro extremo de Mesoamérica, desfiguraron muchas de sus estelas talladas y no se molestaron en hacer otras durante casi setenta y cinco años[63]. (Ver la figura 2.)


La nueva “mitad de la tradición” que surgió de las ruinas tenía, a decir verdad, diferentes objetivos que los de la civilización anterior, incluso aunque muchos de sus “adornos” culturales parecían iguales que los anteriores. “La glorificación personal, el culto a la guerra y la aparición de linajes dinásticos fueron las características de la nueva sociedad que surgía de los siglos posteriores al 500 d.C. señaló J. Eric Thompson[64]. “Bajo este nuevo orden de cosas, los asuntos que tenían que ver con lo sagrado eran secundarios en vez de primarios. La religión se convirtió en un medio con fines seculares en vez de ser un fin en si misma. Los sacerdotes servían a los gobernantes y sus propósitos; antes, por lo menos, se había dado la apariencia de que los cultos o “iglesias” eran centrales. En el periodo Clásico Final (600-830d.C.) los objetivos eran claramente el prestigio, la riqueza y el dominio del linaje.


En ese punto, el curso que siguió el resto de la historia mesoamericana hasta la llegada de los españoles es claro. Se extendieron prácticas bárbaras como el sacrificio humano (comparar con Mormón4:15; Moroni 9:8-10). La guerra llegó a institucionalizarse; de hecho los eruditos a veces han caracterizado toda la era Post-Clásica como “militarista”. Los toltecas de esa era fueron un grupo de personas que durante un periodo de varios siglos buscaron heredar las glorias que veían reflejadas en las ruinas y las tradiciones clásicas. Su manera de proceder era, con harta frecuencia, conseguir, partiendo de un centro de poder político ya existente, explotar un área en particular y a la población sometida. Los documentos tradicionales como el Popol Vuh de Guatemala muestran cómo funcionaba el sistema. (No es exagerado compararlo con una “familia” mafiosa con “derechos territoriales” en los negocios ilícitos de una determinada ciudad.) Y esto nos trae de vuelta a los aztecas, los últimos que pretendían ser toltecas.


Lo que hemos estado viendo, en todo este resumen demasiado breve, sobre lo que ocurrió en Mesoamérica es lo que el Libro de Mormón nos dice de su historia cultural; cuando se lee cuidadosamente, concuerda con las líneas principales de la sucesión histórica mesoamericana. En algunos puntos esta concordancia es realmente asombrosa. No entran en conflicto serio en ningún punto, si nos damos cuenta del punto de vista subjetivo que inhibió de escribir más detalles a los escribas que guardaron el registro para el linaje de Nefi.


Hay otra cuestión que también es vital. Los Santos de los Últimos Días siempre han repetido lo que el mismo Libro de Mormón dice, que está dirigido principalmente a los descendientes de los antiguos pueblos cuya historia presenta. Pero nunca ha estado claro cómo se tenía que hacer la conexión entre, digamos, Nefi en el desierto arábigo, en un extremo del tiempo, y por, el otro, al indio moderno. Ninguna conexión histórica ni vinculación psicológica funcionará a menos que se pueda establecer una continuidad creíble del uno al otro. Hacer eso exige prestar atención a esos pueblos que ocuparon América, y especialmente Mesoamérica, después de que terminara el relato del Libro de Mormón. Debemos preocuparnos por ellos, porque están en la línea de descendencia cultural y biológica desde Lehi hasta sus descendientes modernos. Si esos descendientes van a volver sus corazones a sus padres (Malaquías 4:6; 3Nefi 25:6), ¿cómo lo podrán hacer a menos que les ayudemos a relacionarse con sus antepasados del 1600, del 1300 y del 600 d.C.? Para algunas personas las formas de vida que se han transmitido a través de las tradiciones mesoamericanas son una herencia que hay que comprender, no meramente unas trivialidades exóticas. Nosotros, que tenemos una herencia diferente deberíamos estar llenando las lagunas, conectando el pasado real y el presente real -concreta, creíble y verazmente- y no simplemente continuar construyendo historias y espectáculos que después llamamos “lamanitas”. Si los Santos de los Últimos Días creen que el Libro de Mormón es real, como dicen, deberían tratar su marco geográfico como una realidad.


[1] Michael D. Coe, America’s First Civilization: Discovering the Olmec (New York: American Heritage Publishing Co. en asociación con The Smithsonian Institution, 1968), pág. 12.


[2] Robert S. Harris, “The Indigenous Plants of Latin America”, International Review of Vitamin Research 23 (1952):404-14.


considera los dioses reconocibles de la antigua Mesoamérica “fueron realmente inventados en el valle de Oaxaca” (la tierra que yo propongo como Morón). Sin embargo Tatiana Proskouriakoff sigue una línea diferente teniendo en cuenta a los mayas: “Probablemente había muchos pequeños dioses locales, pero pienso que la noción de que la civilización maya tenía muchos grandes dioses es completamente equivocada. Nunca encontramos representados dioses antes del periodo postclásico, en el que hay una gran proliferación de ídolos. Ni en la cultura de Teotihuacán, ni en la maya clásica, ni en ninguna de las primeras culturas, hubo lo que se podría llamar realmente un ídolo o dios al que pudiéramos identificar. Pero ellos sí los tenían ... pienso que los símbolos que son combinados y recombinados de diversas maneras representan entidades cósmicas.” Elizabeth P. Benson, ed., Dumbarton Oaks Conference on the Olmec (Washington: Dunbarton Oaks, 1968), pp. 142, 176. El eminente estudioso de los mayas J. E. S. Thompson dijo: “He llegado a creer que los mayas de la época clásica estaban cerca de tener un culto monoteísta; tenían un dios supremo, con sus ayudantes, que eran dioses menores; pero la idea de un solo dios estaba muy avanzada.” (Entrevista en El Heraldo, Ciudad de Méjico, 27 de enero de 1972).


[4] George C. Vaillant, The Aztecs of Mexico (Harmondsworth: Penguin Books, 1950), pág. 200. Esta es una de las fuentes mejor escritas para el principiante, aunque sustancialmente anticuado en los detalles.


[5] Edward E. Calnek, “The Internal Structure of Cities in America ; Pre-Columbian Cities: The Case of Tenochtitlan,” Actas y Memorias, 34a Congreso Internacional de Americanistas, Lima, 1968, vol. 2 (Lima, 1972), pp. 347-58.


[6] William T. Sanders y Barbara Price, Mesoamerica: The Evolution of a Civilization (New York: Random House, 1968) pp. 151, 189-93, 209.


[7] Henry F. Dobyns, “Estimating Aboriginal Population: An Apraisal of Techniques with a New Hemispheric Estimate,” Current Anthropology 7 (1966): 395-416.


[8] Una sólida y breve introducción a la vida inca se encuentra en The Peoples and cultures of Ancient Peru de Luis G. Lumbreras (Washington: Smithsonian Institution Press, 1976).


[9] Una corta y bastante típica introducción a la prehistoria del hemisferio es America Past de Thomas C. Petterson (Glenview, Illinois: Scott Foresman, 1973).


[10] Coe, America´s First Civilization, pp. 73-89.


[11] David C. Grove, “The Highland Olmec Manifestation: A Consideration of What It Is and Isn´t,” en Mesoamerican Archaeology: New Approaches, ed. Norman Hammond (Austin: University of Texas Press, 1974) pp. 109-28; Gareth W. Lowe, The Early Preclassic Barra Phrase of Altamira, Chiapas, NWAF 38 (1975); Norman Hammond, “The Earliest Maya,” Scientific American 236 (Marzo 1977):116-17.


[12] Gran parte de la literatura profesional actual utiliza una cronología anticuada o por lo menos inexacta. La fuente publicada más detallada es, por el momento, R. E. Taylor y C. W. Meighan, eds., Chronologies in the New World (New York: Academic Press, 1978), que incluye un artículo de Gareth Lowe sobre “Mesoamérica Oriental”. Más completo y más coherente internamente que cualquier otro por el momento, a pesar de algunos problemas, es mi “An American Chronology: abril de 1977”, basado en un artículo anterior, “Mesoamerican C-14 Dates Revised”. Ambos fueron publicados sin mi autorización en Katunob: A Newsletter-Bulletin on Mesoamerican Anthropology 9, no. 4, (febrero de 1977). Esta es una de una larga serie de revisiones de mi A Chronological Ordering of the Mesoamerican Pre-Classic, MARI 18 (1955), pp. 41-70. Un nuevo tratamiento con extensión de monografía está en preparación.


[13] “The Transpacific Origin of Mesoamerican Civilization: A Preliminary Review of the Evidence and Its Theoretical Implications,” American Anthropologist 77 (1975), pp. 1-27.


[14] Betty Meggers, “Cultural Development in Latin America: An Interpretative Overview”, en Aboriginal Cultural Development in Latin America: An Interpretative Overview, ed. Betty Meggers y


Clifford Evans, Smithsonian Miscellaneus Collections 146, no. 1 (1963), pp. 132, 139, comparar 79 -80.


[15] C. Evans and B. J. Meggers. “Transpacific Origin of Valdivia Phase Pottery of Coastal Ecuador,” Actas, 36a Congreso Internacional de Americanistas, Sevilla, 1964, vol. 1 (Sevilla, 1966) pp. 63-67. Los críticos de sus puntos de vista declaran que las similitudes en las cerámicas son coincidencias.


[16] Carl L. Hubbs y Gunnar I. Roden, Oceanography and Marine Life along the Pacific Coast of Middle America, HMAI 1 (1964), pp. 148, 153-55.


[17] La traducción oficial al español les llama barcos, pero la palabra inglesa barges equivale a barcazas. (N. del T.)


[18] Paul Tolstoy, “Mesoamerica,” en Prehispanic America ed. Shirley Gorenstein (New York: St. Martin´s Press, 1974), pág. 38.


[19] Ver artículos y referencias bibliográficas de su trabajo en Man Across the Sea: Problems of Pre-Columbian Contacts de Carroll L. Riley et., eds. (Austin: University of Texas Press, 1971). También ver referencias en el artículo citado.en la nota 20


[20] “Prehistoric Transpacific Contact and the Theory of Culture Change,” American Anthropologist 79 (1977):9-25.


[21] “The significance of an Apparent Relationship between the Ancient Near East and Mesoamerica,” en Riley et al. Man Across the Sea, pp. 219-41, lo cual es tratado por Schneider en la página 19. El mismo material ha sido condensado algo, omitiendo documentación, en “Ancient America and the Book of Mormon Revisited,” Dialogue 4 (1969):80-94.


[22] La mayor parte de lo que se ha escrito sobre el tema asume este punto pero es poco frecuente una documentación adecuada. Buenos ejemplos son: Richard S. MacNeish, “Ancient Mesoamerican Civilization,” Science 143 (7 de febrero de 1964):531-45, y Peter T. Furst, “Morning Glory and Mother Goddess at Tepantitla, Teotihuacan: Iconography and Analogy in Pre-Columbian Art,” en Norman Hammond, ed., Mesoamerican Archaeology: New Approaches (Austin: University of Texas Press, 1974) pp. 187-91.


[23] Henry Frankfort, The Birth of Civilization in the Near East (New York: Dobleday, Anchor Books, 1956), pp. vii y apéndice.


[24] Coe, America´s First Civilization, idem, “San Lorenzo and the Olmec Civilization,” en Benson, Dumbarton Oaks Conference, pp. 41-78.


[25] Ignacio Bernal, The Olmec World (Berkeley: University of California Press, 1969), pág. 195.


[26] Benson, Dumbarton Oaks Conference, pág. 39.


[27] Gareth W. Lowe, “The Mixe-Zoque as Competing Neigbors of the Early Lowland Maya,” en The Origins of Maya Civilization, ed. R. E. W. Adams (Albunquerque: University of New Mexico Press, 1977), pp. 230-39.


[28] G. C. Vaillant, Excavations at Ticoman, American Museum of Natural History, Anthropological Papers 32, parte 2 (New York, 1931).


[29] Harold W. McBride, “The Extent of the Chupicuaro Tradition,” en Natalie Wood Collection of Pre-Columbian Ceramics from Chupicuaro Guanajuato, Mexico, en UCLA, ed. J. D. Frierman (Los Angeles: University of California, Los Angeles, Museum and Laboratories of Ethnic Arts and Technology, 1969), pp. 33-49; J. A. Bennyhoff, “Chronology and Periodization,” Teotihuacan: Onceaba Mesa Redonda (Mexico: Sociedad Mexicana de Antropología, 1966), pp. 23-24.


[30] Bernal, The Olmec World, pág. 112.


[31] Joyce Marcus, “The Origins of Mesoamerican Writing,” Annual Review of Anthropology 5 (1976):35-67. La tesis del origen olmeca del sistema de escritura y del calendario no está tan bien establecida como el entusiasmo de Marcus da a entender, pero es probable. Ver, especialmente, Vincent Malmstrom, “A Reconstruction of the Chronology of mesoamerican Calendrical Systens,” Journal for the History of Astronomy 9 (1978):105-16.


[32] Durante una generación los eruditos estaban de acuerdo en una fecha, en las proximidades del 3100 a.C. para la primera aparición del zigurat, pero ahora la datación por medio del radiocarbono ha situado el acontecimiento un poco más atrás. James Mellart, “Egyptian and Near Eastern Chronology: A Dilemma?” Antiquity 53 (1979):6-18; 54 (1980): 225-27.


[33] Todas las fechas jareditas son de mi artículo “The Years of the Jaredites,” leído en una conferencia sobre el Libro de Mormón en BYU en 1972, pero sin publicar hasta que empezó a ser difundido por la Fundación para la Investigación de la Antigüedad y Estudios Mormones (FARMS), Provo, Utah, como un Informe Preliminar en 1984.


[34] Hugh Nibley, Lehi in the Desert and the World of the Jaredites (Salt Lake City: Bookcraft, 1952), pp. 238-47.


[35] El supuesto antecesor de Zarahemla, Mulek, se supone que fue hijo de Sedequías, rey de Judá hasta que ésta fue capturada por los babilonios en el 586 a.C., cuando éste tenía poco más de treinta años. “Mulek” habría sido un niño a lo sumo. No sabemos cuanto tiempo le llevó a este grupo llegar al Nuevo Mundo, pero de Omni 1:15-16 se infiere que no fue mucho.


[36] Sólo en años recientes se ha reconocido la existencia de guerras en Mesoamérica y todavía no se comprende su alcance ni siquiera entre la mayor parte de expertos mesoamericanos. Ver, particularmente David L. Webster, Defensive Earthworks at Becan, Campeche, Mexico: Implications for Maya Warfare, MARI 41 (1976), pp. 103-13.


[37] El suyo puede no haber sido el único viaje trasatlántico que se hiciera por esa época. Ver Constance Irwin, Fair Gods and Stone Faces (New York: St. Martin´s Press, 1963).


[38] Gareth W. Lowe y J. Alden Mason, Archaeological Survey of the Chiapas Coast, Highlands, and upper Grigalva Basin, HMAI 2 (1965), pp. 217-18. También ver un artículo sin publicar de Bruce W. Warren, “The Central Depresion of Chiapas: Its Role within Evolution of Mesoamerican Civilization,” pp. 20-21, que está en mi posesión.


[39] Sobre Tlapacoya y Tikal, Bruce W. Warren, comunicación personal; sobre Altar de Sacrificios, R. E. W. Adams, The Ceramics of Altar de Sacrificios, HUPM 63, no. 1 (1971), pág. 147. También el artículo de Warren mencionado en la nota 38.


[40] Edwin M. Shook y Alfred V. Kidder, Moud E-III-3, Kaminaljuyu, Guatemala, CIWP 53 (1952), pág. 45 y figura 56.


[41] Se muestra alguna continuidad en este concepto desde los centros del último periodo olmeca (por ejemplo, Izapa y Tzutzuculi) hasta los centros ceremoniales de los últimos tiempos, como Andrew J. McDonald ha mostrado en un artículo sin publicar. Ningún americanista competente cuestionaría este punto en general. Pero se puede ver un concepto muy diferente de “recinto ceremonial” en Kaminaljuyu, en la fase de las “Majadas-Providencia”, del 550-125 a.C., que incluía túmulos de enterramiento cónicos, dispuestos a lo largo de una plaza con forma de calle que funcionaban como “un centro de ritual para el funeral de elementos de élite de la población”. William Sanders y Joseph W. Michels, Kaminaljuyu Project -1968 Season Part 1. The Excavations, PSUO 2 (1969), pp. 165-66. Sin embargo, Shook y Proskouriakoff piensan que Sanders y Michels no ven las cosas correctamente y que la primera disposición de Kaminaljuyu no es notablemente diferente. Tatiana Prokouriakoff, “Early Architecture and Sculpture in Mesoamerica,” en Observations on the Emergence of Civilization in Mesoamerica, ed. Robert F. Heizer y John Graham, UCAR 11 (1971), pág. 145.


[42] William Sanders, Ceramics Stratigraphy at Santa Cruz, Chiapas, Méjico, NWAF 17 (1965), pp. 77-78.


[43] Agustín Delgado, Excavations at Santa Rosa, Chiapas, Mexico, NWAF 13 (1965) pp. 77-78.


[44] Sobre el volcanismo cerca de El Salvador y también en la zona de Chalchuapa, Payson D. Sheets, “An Ancient Natural Disaster,” Expedition 14 (otoño de 1971): 24-31; R. J. Trotter, “Unravelling a Mayan Mistery,” Science News 111 (20 enero 1977): 74-78; Stanley H. Boggs, Pottery Jars from the Loma del Tacuazin, El Salvador, MARI 28 (1967); Payson D. Sheets, “Preliminary Results of Research in the Zapotitan Basin, El Salvador, “Mexico 1, no. 2 (15 de mayo de 1979): 15-17. La cronología que proporciona Sheets sobre la erupción no es coherente en varios informes, que al parecer se basan en demasiada poca información sobre fechaciones absolutas como para ser concluyente ya aunque en ocasiones tienen visos de ser ciertas. Sobre los indicadores volcánicos de Tres Zapotes, Michael d. Coe, Archaeological Synthesis of Southern Vera Cruz and Tabasco, HMAI 3 (1965), pág. 695. Del valle de Méjico, Rene Millon y James A. Bennyhoff,” A Long Architectural Sequence at Teotihuacan,” American Antiquity 26 (1961): 518-19; y “Noticias de los Museos, Pieza del Mes,” Boletin INAH (marzo 1968): 51.


[45] La razón se encuentra en mi “A Chronological Ordering”, pp. 53, 57 con citas de las obras.


[46] Laurette Sejourne, “El Simbolismo de los Rituales Funerarios en Monte Albán”, Revista Mexicana de Estudios Antropológicos 16 (1960):85-90. Ver también la nota 52.


[47] Ejemplo: Ignacio Bernal, Archaeological Synthesis of Oaxaca, HMAI, vol. 3 (1965), pág. 801.


[48] Millon y Bennyhoff, “Sequence at Teotihuacan”.


[49] Rene Millon, The Teotihuacan Map, vol. 1 (Austin: University of Texas Press, 1973) pág. 56; Daniel Wolfman, “A Reevaluation of Mesoamerican Chronology, A.D. 1-1200” (Ph.D. diss., University of Colorado, 1973), pág. 30.


[50] George Kubler, The Iconography of the Art of Teotihuacan, Dumbarton Oaks Studies in Pre-Columbian Art and Archaeology 4 (1967), pp. 12-13.


[51] Mi tratamiento -bastante “histórico” por su preocupación por la secuencia de hechos específicos- no es el más popular ahora mismo. Hay una gran cantidad de escritos actuales sobre Mesoamérica que adoptan una postura cultural y ecologista. Ver, por ejemplo, una obra muy popular de William T. Sanders y Barbara Price, Mesoamerica: The Evolution of a Civilization (New York: Random House, 1968). Una valiosa crítica de la postura ecologista es una reseña de ese libro de Paul Tolstoy en American Anthropologist 71 (1969): 554-58. En esencia, este enfoque ignora los detalles históricos agrupando los datos en amplias fases dispuestas en orden cronológico para mostrar una escala creciente (“evolución”) en la sociedad. Un paralelismo sería si los médicos clasificaran los registros de altura, peso e ingestión calórica de una persona desde la infancia hasta la muerte y después dijeran que habían hecho una biografía. El enfoque determinista, evolucionista y ecologista, normalmente ignora las sutilezas cronológicas del tipo de las que consideran vitales los que están interesados en la historia. Sobre este último punto, ver la reseña que se encuentra en American Antiquity 43 (enero del 1978):127, de Warwick Bray, sobre una obra basada en el valle de Méjico influenciada por Sanders y Price. Se dice que padece las mismas insuficiencias que su libro desde el punto de vista histórico. Sin embargo, no se debe pensar que estos comentarios significan que pienso que ese enfoque no tiene ningún valor. Complementan, pero no reemplazan, un tratamiento detallado de los sucesos con una cuidadosa especificación de lugares, pueblos y fuerzas en compleja y cronológica interacción.


[52] El brusco punto álgido sucedió en la Primitiva Tlamimilolpa (200-300 d.C.). W. T. Levey, “Early Teotihuacán, An Achieving Society”, University of the Americas , Mesoamerican Notes 7-8 (1966), pág. 52. Comparar lo que se dice del Periodo II y Transición en el Monte Albán, que juntos ocupaban el siglo tres: “El intenso poder e individualidad de la Epoca II, naturalmente, desembocó en la Primera Época de Transición, que le sucedió”. Y hay “una sorprendente monumentalidad en el diseño de las urnas” y “gran fuerza y sensibilidad” en este “apogeo del arte de Oaxaca”. F. H. Boos, The Ceramic Sculptures of Ancient Oaxaca (South Brunswick, New Jersey: A. S. Barnes and Co., 1966) pág. 23.


[53] Enrique Fiorescano, “La Serpiente Emplumada, Tlatoc y Quetzalcoatl”, Cuadernos Americanos 133 (no. 2, marzo-abril de 1964):121-66.


[54] Furst, “Morning Glory and Mother Goddess”, pp. 196-201.


[55] Ignacio Bernal, “Discurso Pronunciado durante la visita del Sr. Presidente de la República a la Zona Arqueológica de San Juan de Tehotihuacán”, Boletín INAH (septiembre del 1964):4. Los argumentos de Millon y otros de que la datación por medio del carbono en la que se basaba la afirmación de Bernal no se podía aceptar fueron examinados por Daniel Wolfman en “A Re-evaluation of Mesoamerican Chronology: A.D. 1-1200” (Ph. diss., University of Colorado, 1973), pp.35-38, y contestó con fundamentos persuasivos. También un intento de agrandar la Pirámide del Sol, dió sólo como resultado algunos cimientos incompletos. Rene Millon, “The Teotihuacan Map”, Urbanization at Teotihuacan, Mexico , vol. 1 (Austin: University of Texas Press, 1973) al pie de la figura 17a.


[56] William T. Sanders, The Cultural Ecology of the Teotihuacan Valley: A Preliminary Report of the Resuts of the Teotihuacan Valley Project (State College. Pennsylvania: Department of Sociology and Anthropology, 1965), pp. 179, 183. La fecha era del 450 d.C. aproximadamente.


[57] Samuel K. Lothrop, Treasures of Ancient America (Geneva: Editions d´Art Albert Skira, 1974), pág. 107.


[58] Webster, Defensive Earthworks, pág. 6.


[59] Pierre Agrinier, Mounds 9 and 10 at Mirador, Chiapas, Mexico, MARI 43 (1977), pág. 9.


[60] Ray T. Matheny, “Teotihuacan Influence in the Chenes and Rio Bec Areas of the Yucatan Peninsula, Mexico,” enLas Fronteras de Mesoamérica: las Memorias de la 14a Mesa Redonda, Vol. 2 (Mexico: Sociedad Mexicana de Antropología, 1976).


[61] Joseph W. Ball, The Archaeological Ceramics of Becan, Campeche, Mexico, MARI 43 (1977), pág. 170.


[62] Ver el apéndice y el diagrama de mi “A Mesoamerican Chronology, April 1977”.


[63] Gordon R. Willey, “The Classic Maya Hiatus: A Rehearsal for the Collapse?” en Mesoamerican Archaeology: New Approaches, ed. Norman Hammond (Austin:University of Texas Press, 1974), pp. 417-30.


[64] Lothrop, Treasures of Ancient America, pp. 96-107; J. E. S Thompson, Archaeological Synthesis of the Southern Maya Lowlands, HMAI 3 (1965), pág. 343.

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