“porque es preciso que
haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo...no se
podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la
santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal.” (“2Nefi 2:11)
Por
Juan Javier Reta Némiga
Este
brevísimo ensayo está dirigido a lectores Santos de los Últimos
Días. Es mi interés presentar en las siguientes líneas una crítica
al pensamiento positivo y su subrepticia presencia en nuestro
vocabulario, hacer cotidiano y hasta en los discursos y clases que
llegamos a dar dominicalmente. Es difícil sustraernos de él, porque
a menudo forma parte de nuestro lenguaje
y creencias personales, y en otros casos, hasta de nuestra formación
intelectual. Pero el visualizarlo nos permitirá poner más atención
a la hora de hacer uso de dicho lenguaje, y de ser posible, erradicar
parte del mismo, a la vez que recuperamos el de las escrituras,
particularmente aquellas que hemos recibido por medio de la
restauración.
La
crisis de la modernidad
El siglo XX fue una época de desencantos, de abandono de los metarrelatos y el fin de la razón ilustrada.
Como
nunca antes la humanidad pasó por experiencias aterradoras en nombre
de ella misma: La búsqueda del hombre nuevo se convirtió en
crímenes de lesa humanidad, la tecnología y la ciencia lejos de
estar al servicio del hombre, estuvieron al servicio de su propia
destrucción; el paraíso prometido se convirtió en grandes
superficies carcelarias; y la bandera de la libertad, la igualdad y
la fraternidad produjo mayor opresión, mayores riquezas para unos
pocos y por supuesto, menos empatía y solidaridad.
Y
la respuesta fue, por un lado, una filosofía posmodernista que
clamaba por el abandono de los paradigmas de la racionalidad y el
refugio nihilista; y por la otra una búsqueda de experiencias
alternas a la metafísica dominante.
Occidente,
lo que menos quería era saber de si mismo, así que buscó refugio
en “nuevas” filosofías que “redescubrieran a la humanidad
perdida” y que por supuesto, cicatrizaran y mandaran al olvido las
luchas anteriores fueran estas justas o no. Así fue como buena parte
de su intelectualidad se echó en brazos de la “Nueva Era o Nuevo
Pensamiento”, una resignificación del orientalismo para consumo
del mundo decadente.
En
nuestro siglo XXI, este pensamiento permea fuertemente nuestras
prácticas, lenguajes y modos de interactuar. Sutilmente, llega a
formar parte de nuestros discursos y visión de vida. Es parte pues,
de la normalidad. Cinco son los ejes de este relato: El relativismo
moral, la multiplicidad de verdades, una visión postmetafísica del
conocimiento y la existencia, el multiculturalismo plurigenérico y
el pensamiento positivo.
En
el presente documento deseo centrarme en este último. No sólo
porque es el vehículo para los otros ejes, sino porque es el que se
presenta como el más inocuo. ¿Cómo podría algo que invita a
pensar positivamente contener riesgos o praxis reproductoras de
dispositivos de control y dominación?
Una
breve genealogía del pensamiento positivo.
El pensamiento positivo tiene dos raíces: El
protestantismo postcalvinista y la reapropiación del orientalismo.
El calvinismo fue la corriente más exitosa de la llamada reforma
religiosa protestante, la cual se expresó a través de la moral
puritana, el destino manifiesto y el control jerárquico. Severo e
hipócrita, creo dispositivos de control social que posteriormente
pasaron a formar parte de las praxis misma de los estados nacionales
y de la ética que regulaba las interacciones societales.
Como una crítica a su expresión religiosa,
hacia finales del siglo XIX surgieron movimientos como los de Mary
Baker Eddy y otros, que consideraban que un Dios omnipotente no podía
ser tan severo con sus hijos y que la vida no podía ser tan cruenta;
sino que lo que faltaba era tener una actitud positiva que permitiera
la reconciliación del hombre con su creador y con su entorno. Si la
realidad era adversa, era porque estaba dominada por el gran
adversario de Dios, Satanás; y que por lo tanto, esta realidad no
era verdadera en sí. El sufrimiento era una ilusión y la enfermedad
era el fruto de no tener los pensamientos adecuados. A este tipo de
pensamiento, su creadora denominó: “Leyes de la atracción”.
La base de esta corriente se conoce como
monismo, la cual es la creencia de que existe una fuerza divina que
creó el universo y está presente en todas partes de la naturaleza y
sus manifestaciones, incluyendo por supuesto, a cada ser humano.
Estando presente dicha fuerza en todo ser humano, éste tiene la
capacidad para que a través de su pensamiento, tal fuerza emerja y
lo transforme, incluso saneándolo de sus males y dolencias. Para
atraer a esta fuerza a nuestra vida se requiere de una profunda
meditación, oración y sobre todo centrarse en pensamientos
positivos. Los pensamientos positivos atraerán con mayor poder a
esta fuerza, pero lo mismo ocurrirá con los pensamientos negativos,
los cuáles darán lugar a la enfermedad y la muerte.
Deseando darle un carácter de verosimilitud,
Baker le llamó Ciencia Cristiana.
Y por ende, empezó a tomar prestados términos de la ciencia para su
nueva corriente religiosa. Como en ese entonces, lo más “científico”
era el electromagnetismo, adoptó los términos más populares de
dicha rama de la Física: fuerza, positivo, negativo, atracción,
polos opuestos, energía, potencial, etc. pasaron a formar parte de
la terminología religiosa. Algo muy parecido ocurre en la
actualidad, cuando esta corriente del pensamiento positivo retoma
términos de la Física relativista y la Mecánica Cuántica para
expresar ideas que nada tienen que ver con el quehacer científico.
Aunque
no fue la única, ni la primera, (otros pensadores como Emerson o
Ernest Holmes le precedieron) Baker sí fue la primera en
popularizar tales ideas, principalmente, porque las presentó como
cristianas.
Tras el
desencanto que provino de dos guerras mundiales y los acontecimientos
de 1968 en todo el orbe occidental, el nihilismo posmodernista que
alimentó a dicha generación buscó una religiosidad similar a la
descrita anteriormente, pero sin el carácter de cristiano. Y como
todo lo que se presenta coma nueva filosofía, requiere de buscarse
raíces antiguas, (que
mientras más arcaicas, más puedan cubrirse de un velo de misterio
y trascendencia)
los desencantados apostaron por mirar a oriente. Se
apropiaron de sus signos, a
la vez que los despojaban de todo su carácter histórico y cruento;
de su propia forma de control y dominación, de su despotismo y
sumisión.
Artes, cuyo
apellido marcial, ya nada le dijeron
a la gente de su carácter bélico, se adoptaron
como una forma de “reencontrarse con el yo interno”. Ceremonias
que indican claramente sumisión y despotismo, se presentaron como
reverenciales y trascendentes. La oración fue sustituida por la
meditación y el yoga; la
búsqueda de Dios, por la autorrealización. No hay más dios que
uno mismo, no hay más pecado que el que tu mismo te infliges. En
casos extremos el sacerdote o ministro fue sustituido por el gurú de
turno. De esa forma se abandonaba al decadente occidente y se entraba
en equilibrio con la naturaleza.
Hacia finales
del siglo XX sobrevino un desencanto también con el orientalismo,
pero no así con sus prácticas. Las mismas fueron recogidas por
corrientes psicológicas y convertidas nuevamente en ciencia.
Se individualizó y adaptó a la
reproducción del sistema capitalista posfordista. A su vez se
convirtió en la base de tendencias ecologistas y feministas que
optaron por un nuevo misticismo y por el abandono del pensamiento
crítico.
El buenismo del
pensamiento positivo, su buen rollo, su carácter de trascendencia se
volvió su principal
herramienta para implantarse como un pensamiento cada vez más
dominante, que al estar hibridado incluso con tendencias libertarias
de izquierda hace difícil su crítica, haciendo
que sus detractores sean
etiquetados de conservadores, heteropatriacales, antiecologiscas, y
por supuesto, gente negativa.
Los
riesgos del pensamiento positivo
¿Pero qué riesgos se pueden correr con la ideología del
pensamiento positivo? Si lo que más le interesa es que las personas
se sientan bien y tengan una mejor actitud hacia la vida ¿Qué hay
de malo en ello?1) Un paradigma erróneo en torno a las elecciones. El Libro de Mormón enseña:
“Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos, a menos que sea por el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.” (Nefi 2:26)
Es decir, el ser humano tiene la capacidad tanto
para discernir, como para actuar por sí mismo Es libre, aún en las
condiciones más adversas y sólo se actúa sobre el cuando
transgrede las leyes que le garantizan la felicidad.
En cambio en la ideología del pensamiento
positivo, el hombre es víctima de las circunstancias, de las cuáles
puede ser librado insuflando pensamiento positivo que hará que
cambie su entorno y acontecer. “Piensa positivamente y ya verás
que todo saldrá bien” “Piensa positivamente y verás como quedas
sano de tal enfermedad” “Piensa positivamente y verás como
saldrás de la miseria”. Pero en el plan de felicidad, no se nos
promete ser librados de las circunstancias adversas o que estas
desaparecerán tan pronto oremos, sino que aún en medio de ellas
podremos actuar a fin de elegir el bien. No que seremos librados del
dolor, sino que podremos sobrellevar nuestras cargas.
Cambiar nuestras condiciones materiales de
existencia implica actuar por nosotros mismos, según los
mandamientos de Dios y no un poder ignoto derivado de una corriente
de pensamiento que hará cambios en el orden molecular de nuestro
cuerpo o de lo que nos rodea.
2). La idea de pensamiento positivo rechaza las
nociones de bien y felicidad.
“Y si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Si decís que no hay pecado, decís también que no hay rectitud. Y si no hay rectitud, no hay felicidad. Y si no hay rectitud ni felicidad, tampoco hay castigo ni miseria” (2 Nefi :13)
A menudo el
pensamiento positivo se nos presenta con frases como “No es que
esté mal, todo depende de las circunstancias, ve el lado positivo”
“No es que tú te hayas equivocado, sucede que hay pensamientos
negativos que a veces nos perjudican” “No le podemos llamar
pecado, no te tienes que sentir mal por ello, velo como una
experiencia que te hará más fuerte en la vida. Todos cometemos
errores”.
Pero pensar
positivamente no es sinónimo de felicidad, al contrario,
generalmente se presenta como una justificación o como una dispensa
para no elegir la rectitud. El pensamiento positivo es una forma
lisonjera para no acudir al arrepentimiento o como Nefi lo expresa:
Y he aquí, a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno; y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay liberación. (“ Nefi 28:22).
El pensamiento
positivo procura llenar la mente de “ideas positivas” que
destierren todo rastro de que se ha obrado mal, de tal forma que el
individuo se sienta bien consigo mismo. Este es el cambio que ofrece.
Un cambio para pacer, en lugar de un cambio para arrepentimiento.
Dado que el arrepentimiento suele ir acompañado de sentir pesar o
dolor, los positivistas optan por evitar tal situación, con lo que
nunca pueden experimentar un verdadero arrepentimiento.
Por eso el pensamiento
positivo no habla de rectitud, ni de bien, sino de circunstancias. Su
plan de felicidad es evitar el dolor, incluso si ese dolor es
necesario para dar un verdadero cambio. Para esta forma de pensar, el
mal no radica en la elección del pecado, sino en la insuficiencia de
positividad en la mente y el alma.
3.
En el pensamiento positivo la mente es la medida de todas
cosas y la fuente de felicidad.
Lo
anterior deviene en que la mente es la fuente de todo felicidad. Es
la que atrae lo bueno a nuestra vida. Tiene un poder de
trascendencia, porque entra en vibración y armonía con el universo
mismo. En cambio el Libro de Mormón enseña:
Él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer los fines de la ley, por todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer los fines de la ley.
No es por nuestros
méritos, ni por mucho esfuerzo que hagamos por ser positivos que
llegaremos a ser felices o sentirnos mejor, sino únicamente a través
de la expiación sanadora de Jesucristo. Aquél que es aún mayor
que el universo mismo.
4. A través del
pensamiento positivo podemos desterrar de nosotros las circunstancias
que nos hacen infelices, incluso las enfermedades, la
violencia y aquello que nos perjudique.
Los
seguidores del pensamiento positivo afirman que existe una ley de la
atracción. Que si alguien está enfermo o padeciendo circunstancias
adversas, es porque en cierta forma se lo ha buscado, lo ha atraído
para sí, por lo que necesita sacar de su mente “las malas vibras”
y de su entorno el negativismo. Esto a veces va acompañado incluso
en un reacomodo y reorientación de los muebles y enseres de la
casa-habitación donde vive la persona. Incluso se le llega a pedir
que deje a tal o cual familiar, porque es “una mala influencia” o
porque dicha persona “atrae energías negativas” que le están
perjudicando.
Por
su lado , el Libro de Mormón llama a nuestra vida, nuestros días de
probación. Y enseña que:
Pero he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe. 2 Nefi 2:24).
No podemos elegir las circunstancias en las que
viviremos, ni las adversidades que nos sobrevendrán, algunas de las
cuáles ni siquiera tendrán que ver con nuestras propias elecciones
o las elecciones de quienes nos rodean. Y muchas de ellas no tendrán
que ver con si somos justos o fieles, o tenemos pensamientos
positivos. Nos llegarán. Y a veces, donde más nos duele, donde no
nos gustaría ser probados. Pero no se nos prometió que no
pasaríamos adversidad ni dificultades, sino que podríamos triunfar
en medio de ellas: Se le enseñó a José Smith:
“tu adversidad y tus aflicciones no serán
más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas
bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos. (D
y C 121: 8)
No se le dijo: “Y si
tienes pensamientos positivos y buscas las buenas vibras y entrar en
armonía con el universo triunfarás, sino se le pidió que las
sobrellevara hasta que pasaran. Algunos de nosotros no quisiéramos
tener que tomar la amarga copa, pero es hasta después de ello que
seremos confortados.
Se que es doloroso
pasar por enfermedades que a veces no tienen explicación o cura. O
nacer o tener hijos con condiciones especiales de desarrollo. Pero
el pensar positivamente no quitará de en medio lo uno o lo otro. En
cambio, la expiación no solo nos consolará durante el transcurso de
tales circunstancias, sino que además nos da esperanza para el
futuro.
A menudo la ideología
del pensamiento positivo hará recaer la culpa de enfrentar
condiciones adversas en la persona, sumiéndola en una mayor
depresión de la que dice quiere rescatarle. “No eres
suficientemente positivo, pues entonces es tu culpa que ese linfoma
haga metástasis”. “Necesitas rebalancear tu energía a fin de
que tus chacras recuperen su equilibrio armónico con tu ser y el
universo”. No solo es una idea falsa, sino hasta mortal.
5. El pensamiento
positivo priva al individuo de la capacidad de ejercer el pensamiento
crítico.
No
se trata de pensar positivamente o negativamente una situación, sino
de razonar la situación. Uno puede experimentar situaciones
sentimientos desagradables, incluso amargos. No tenemos porque
privarnos de sentirlos.
Lehi
enseña:
Era menester una oposición; sí... siendo dulce el uno y amargo el otro. (“ Nefi 2:15).
El reconocer que
algunas situaciones y pensamientos pueden llegar a ser amargos, nos
pondrá alertas, y también nos permitirá apreciar lo dulce llegado
el momento. Que estemos a veces tristes, o faltos de ánimo, no
significa que seamos negativos. A veces experimentaremos zozobra.
Algunas veces por nuestra propia situación, a veces por el mundo que
nos rodea. Ejemplos claros de ello son Mormón y Moroni. Cuando
Mormón vuelve a retomar el mando de los ejércitos, su sentimiento
en cuanto a ellos es: “yo no abrigaba ninguna esperanza”
(Mormón 5:2). y
Moroni anda errante por donde
puede para proteger su vida (Moroni 1:1) con toda la angustia y
desazón
que debió significar aquello. Pero no apelaron a pensar
positivamente, sino que pusieron su confianza en su Redentor.
En épocas más recientes, el Señor alentó a hacer uso de un razonamiento crítico, no de un apaciguamiento mental. A Oliver Cowdery le ordenó a estudiar las cosas en su mente y luego preguntar si está bien. No le dijo: “Ey Oliver, debes de tener una actitud más positiva y así podrás traducir”; sino lo mandó a pensar, a estudiar. No debemos desterrar el uso del criterio, el albedrío y el juicio en aras de positividad en nuestras vidas.
Recuperando
el lenguaje de las escrituras.
Finalmente, creo necesario que recuperemos en
nuestro uso cotidiano, el lenguaje de las escrituras, aunque, estas
parezcan no estar de moda, dado el omnipresente discurso del
pensamiento positivo.
Felicidad. Felicidad es un término más
completo, más hermoso y más realista que “pensar positivamente.
Va más allá de la sonrisa constante a la que obliga el optimismo
positivista. La felicidad es trascendente, forma parte de un plan, no
es un estado bobalicón perenne basado en el autoengaño.
Esperanza. Prefiero
esperanza a optimismo. Al igual que su palabra hermana, felicidad,
también tiene un carácter trascendente. No sólo nos califica para
la obra a la que somos llamados, sino que además nos prepara para la
adversidad. El optimista no quiere saber de adversidad. Pero quien
tiene esperanza, sabe que aún en medio de la adversidad está Aquél
quien nos aligerará la carga.
Bien.
¡Claro que existe el bien!
¡Claro que no es relativo! ¡Claro que no es conforme al cristal con
que se mire! El bien es
siempre una elección deseable, no algo que dependiendo de nuestras
circunstancias optaremos
por él o no. Y a lo contrario se le llama pecado. No negatividad,
pecado, y este
hace a los hombres miserables e infelices. Nuestras elecciones
deciden nuestro rumbo, no nuestras circunstancias.
Fe.
Recuperemos la palabra fe. No
se trata de atraer sobre nosotros las buenas vibras, ni en
concentrarnos para que el universo conspire a favor de nosotros, sino
de ejercer la fe. Fe que nos llevará al arrepentimiento, fe que nos
llevará a experimentar un gran cambio en nuestros corazones, fe que
nos permitirá embarcarnos en la nave del gran capitán que es
Jesucristo, quien es nuestro Redentor, y Hacedor de milagros.
Conclusión.
Espero estas líneas hayan motivado en ti,
apreciable lector santos de los últimos días a reflexionar sobre
que tanto influye el pensamiento positivo a la hora de tratar los
temas del evangelio. Si es así, habré logrado mi cometido.
A propósito:
¿Eres feliz o vez la vida positivamente?
1 comentario:
Excelente artículo, gracias por tu trabajo.
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