domingo, septiembre 16, 2018

PENSAMIENTO POSITIVO: UNA CRÍTICA

PENSAMIENTO POSITIVO: UNA CRÍTICA

 

“…porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo...no se podría llevar a efecto la rectitud ni la iniquidad, ni tampoco la santidad ni la miseria, ni el bien ni el mal.” (2 Nefi 2:11)

Por Juan Javier Reta Némiga

Este brevísimo ensayo está dirigido a lectores Santos de los Últimos Días. Es mi interés presentar en las siguientes líneas una crítica al pensamiento positivo y su subrepticia presencia en nuestro vocabulario, hacer cotidiano y hasta en los discursos y clases que llegamos a dar dominicalmente. Es difícil sustraernos de él, porque a menudo forma parte de nuestro lenguaje y creencias personales, y en otros casos, hasta de nuestra formación intelectual. Pero el visualizarlo nos permitirá poner más atención a la hora de hacer uso de dicho lenguaje, y de ser posible, erradicar parte del mismo, a la vez que recuperamos el de las escrituras, particularmente aquellas que hemos recibido por medio de la restauración.

 

La crisis de la modernidad.

El siglo XX fue una época de desencantos, de abandono de los metarrelatos y el fin de la razón ilustrada.

Como nunca antes la humanidad pasó por experiencias aterradoras en nombre de ella misma: La búsqueda del hombre nuevo se convirtió en crímenes de lesa humanidad, la tecnología y la ciencia lejos de estar al servicio del hombre, estuvieron al servicio de su propia destrucción; el paraíso prometido se convirtió en grandes superficies carcelarias; y la bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad produjo mayor opresión, mayores riquezas para unos pocos y por supuesto, menos empatía y solidaridad.

Y la respuesta fue, por un lado, una filosofía posmodernista que clamaba por el abandono de los paradigmas de la racionalidad y el refugio nihilista; y por la otra una búsqueda de experiencias alternas a la metafísica dominante.

Occidente, lo que menos quería era saber de si mismo, así que buscó refugio en “nuevas” filosofías que “redescubrieran a la humanidad perdida” y que por supuesto, cicatrizaran y mandaran al olvido las luchas anteriores fueran estas justas o no. Así fue como buena parte de su intelectualidad se echó en brazos de la “Nueva Era o Nuevo Pensamiento”, una resignificación del orientalismo para consumo del mundo decadente.

En nuestro siglo XXI, este pensamiento permea fuertemente nuestras prácticas, lenguajes y modos de interactuar. Sutilmente, llega a formar parte de nuestros discursos y visión de vida. Es parte pues, de la normalidad. Cinco son los ejes de este relato: El relativismo moral, la multiplicidad de verdades, una visión postmetafísica del conocimiento y la existencia, el multiculturalismo plurigenérico y el pensamiento positivo.

En el presente documento deseo centrarme en este último. No sólo porque es el vehículo para los otros ejes, sino porque es el que se presenta como el más inocuo. ¿Cómo podría algo que invita a pensar positivamente contener riesgos o praxis reproductoras de dispositivos de control y dominación?

Una breve genealogía del pensamiento positivo.

El pensamiento positivo tiene dos raíces: El protestantismo post-calvinista y la reapropiación del orientalismo. El calvinismo fue la corriente más exitosa de la llamada reforma religiosa protestante, la cual se expresó a través de la moral puritana, el destino manifiesto y el control jerárquico. Severo e hipócrita, creo dispositivos de control social que posteriormente pasaron a formar parte de la praxis misma de los estados nacionales y de la ética que regulaba las interacciones societales.

Como una crítica a su expresión religiosa, hacia finales del siglo XIX surgieron movimientos como los de Mary Baker Eddy y otros, que consideraban que un Dios omnipotente no podía ser tan severo con sus hijos y que la vida no podía ser tan cruenta; sino que lo que faltaba era tener una actitud positiva que permitiera la reconciliación del hombre con su creador y con su entorno. Si la realidad era adversa, era porque estaba dominada por el gran adversario de Dios, Satanás; y que, por lo tanto, esta realidad no era verdadera en sí. El sufrimiento era una ilusión y la enfermedad era el fruto de no tener los pensamientos adecuados. A este tipo de pensamiento, su creadora denominó: “Leyes de la atracción”.

La base de esta corriente se conoce como monismo, la cual es la creencia de que existe una fuerza divina que creó el universo y está presente en todas partes de la naturaleza y sus manifestaciones, incluyendo por supuesto, a cada ser humano. Estando presente dicha fuerza en todo ser humano, éste tiene la capacidad para que, a través de su pensamiento, tal fuerza emerja y lo transforme, incluso saneándolo de sus males y dolencias. Para atraer a esta fuerza a nuestra vida se requiere de una profunda meditación, oración y sobre todo centrarse en pensamientos positivos. Los pensamientos positivos atraerán con mayor poder a esta fuerza, pero lo mismo ocurrirá con los pensamientos negativos, los cuáles darán lugar a la enfermedad y la muerte.

Deseando darle un carácter de verosimilitud, Baker le llamó Ciencia Cristiana. Y por ende, empezó a tomar prestados términos de la ciencia para su nueva corriente religiosa. Como en ese entonces, lo más “científico” era el electromagnetismo, adoptó los términos más populares de dicha rama de la Física: fuerza, positivo, negativo, atracción, polos opuestos, energía, potencial, etc. pasaron a formar parte de la terminología religiosa. Algo muy parecido ocurre en la actualidad, cuando esta corriente del pensamiento positivo retoma términos de la Física relativista y la Mecánica Cuántica para expresar ideas que nada tienen que ver con el quehacer científico.

Aunque no fue la única, ni la primera, (otros pensadores como Ralph Waldo Emerson o Ernest Holmes le precedieron) Baker sí fue la primera en popularizar tales ideas, principalmente, porque las presentó como cristianas.

Tras el desencanto que provino de dos guerras mundiales y los acontecimientos de 1968 en todo el orbe occidental, el nihilismo posmodernista que alimentó a dicha generación buscó una religiosidad similar a la descrita anteriormente, pero sin el carácter de cristiano. Y como todo lo que se presenta coma nueva filosofía, requiere de buscarse raíces antiguas, (que mientras más arcaicas, más puedan cubrirse de un velo de misterio y trascendencia) los desencantados apostaron por mirar a oriente. Se apropiaron de sus signos, a la vez que los despojaban de todo su carácter histórico y cruento; de su propia forma de control y dominación, de su despotismo y sumisión.

Artes, cuyo apellido “marcial”, ya nada le dijeron a la gente de su carácter bélico, se adoptaron como una forma de “reencontrarse con el yo interno”. Ceremonias que indican claramente sumisión y despotismo, se presentaron como reverenciales y trascendentes. La oración fue sustituida por la meditación y el yoga; la búsqueda de Dios, por la autorrealización. No hay más dios que uno mismo, no hay más pecado que el que tu mismo te infliges. En casos extremos el sacerdote o ministro fue sustituido por el gurú de turno. De esa forma se abandonaba al decadente occidente y se entraba en equilibrio con la naturaleza.

Hacia finales del siglo XX sobrevino un desencanto también con el orientalismo, pero no así con sus prácticas. Las mismas fueron recogidas por corrientes psicológicas y convertidas nuevamente en “ciencia”. Se individualizó y adaptó a la reproducción del sistema capitalista posfordista. A su vez se convirtió en la base de tendencias ecologistas y feministas que optaron por un nuevo misticismo y por el abandono del pensamiento crítico.

El buenismo del pensamiento positivo, su buen rollo, su carácter de trascendencia se volvió su principal herramienta para implantarse como un pensamiento cada vez más dominante, que al estar hibridado incluso con tendencias libertarias de izquierda hace difícil su crítica, haciendo que sus detractores sean etiquetados de conservadores, heteropatriarcales, antiecológicas, y por supuesto, gente negativa.

Los riesgos del pensamiento positivo

¿Pero qué riesgos se pueden correr con la ideología del pensamiento positivo?

 Si lo que más le interesa es que las personas se sientan bien y tengan una mejor actitud hacia la vida ¿Qué hay de malo en ello?


1) Un paradigma erróneo en torno a las elecciones.

El Libro de Mormón enseña:

Y porque son redimidos de la caída, han llegado a quedar libres para siempre, discerniendo el bien del mal, para actuar por sí mismos, y no para que se actúe sobre ellos, a menos que sea por el castigo de la ley en el grande y último día, según los mandamientos que Dios ha dado.” (Nefi 2:26)

Es decir, el ser humano tiene la capacidad tanto para discernir, como para actuar por sí mismo Es libre, aún en las condiciones más adversas y sólo se actúa sobre el cuándo transgrede las leyes que le garantizan la felicidad.

En cambio, en la ideología del pensamiento positivo, el hombre es víctima de las circunstancias, de las cuáles puede ser librado insuflando pensamiento positivo que hará que cambie su entorno y acontecer.

“Piensa positivamente y ya verás que todo saldrá bien”

“Piensa positivamente y verás como quedas sano de tal enfermedad”

 “Piensa positivamente y verás como saldrás de la miseria”.

Pero en el plan de felicidad, no se nos promete ser librados de las circunstancias adversas o que estas desaparecerán tan pronto oremos, sino que aún en medio de ellas podremos actuar a fin de elegir el bien. No que seremos librados del dolor, sino que podremos sobrellevar nuestras cargas.

Cambiar nuestras condiciones materiales de existencia implica actuar por nosotros mismos, según los mandamientos de Dios y no un poder ignoto derivado de una corriente de pensamiento que hará cambios en el orden molecular de nuestro cuerpo o de lo que nos rodea.

2). La idea de pensamiento positivo rechaza las nociones de bien y felicidad.

Y si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado. Si decís que no hay pecado, decís también que no hay rectitud. Y si no hay rectitud, no hay felicidad. Y si no hay rectitud ni felicidad, tampoco hay castigo ni miseria” (2 Nefi :13)

A menudo el pensamiento positivo se nos presenta con frases como “No es que esté mal, todo depende de las circunstancias, ve el lado positivo” “No es que tú te hayas equivocado, sucede que hay pensamientos negativos que a veces nos perjudican” “No le podemos llamar pecado, no te tienes que sentir mal por ello, velo como una experiencia que te hará más fuerte en la vida. Todos cometemos errores”.

Pero pensar positivamente no es sinónimo de felicidad, al contrario, generalmente se presenta como una justificación o como una dispensa para no elegir la rectitud. El pensamiento positivo es una forma lisonjera para no acudir al arrepentimiento o como Nefi lo expresa:

Y he aquí, a otros los lisonjea y les cuenta que no hay infierno; y les dice: Yo no soy el diablo, porque no lo hay; y así les susurra al oído, hasta que los prende con sus terribles cadenas, de las cuales no hay liberación. (Nefi 28:22).

El pensamiento positivo procura llenar la mente de “ideas positivas” que destierren todo rastro de que se ha obrado mal, de tal forma que el individuo se sienta bien consigo mismo. Este es el cambio que ofrece. Un cambio para pacer, en lugar de un cambio para arrepentimiento. Dado que el arrepentimiento suele ir acompañado de sentir pesar o dolor, los positivistas optan por evitar tal situación, con lo que nunca pueden experimentar un verdadero arrepentimiento.

Por eso el pensamiento positivo no habla de rectitud, ni de bien, sino de circunstancias. Su plan de felicidad es evitar el dolor, incluso si ese dolor es necesario para dar un verdadero cambio. Para esta forma de pensar, el mal no radica en la elección del pecado, sino en la insuficiencia de positividad en la mente y el alma.

3. En el pensamiento positivo la mente es la medida de todas cosas y la fuente de felicidad.

Lo anterior deviene en que la mente es la fuente de toda felicidad. Es la que atrae lo bueno a nuestra vida. Tiene un poder de trascendencia, porque entra en vibración y armonía con el universo mismo. En cambio, el Libro de Mormón enseña:

Él se ofrece a sí mismo en sacrificio por el pecado, para satisfacer los fines de la ley, por todos los de corazón quebrantado y de espíritu contrito; y por nadie más se pueden satisfacer los fines de la ley.  (2 Nefi 2:7)

No es por nuestros méritos, ni por mucho esfuerzo que hagamos por ser positivos que llegaremos a ser felices o sentirnos mejor, sino únicamente a través de la expiación sanadora de Jesucristo. Aquél que es aún mayor que el universo mismo.

4. A través del pensamiento positivo podemos desterrar de nosotros las circunstancias que nos hacen infelices, incluso las enfermedades, la violencia y aquello que nos perjudique.

Los seguidores del pensamiento positivo afirman que existe una ley de la atracción. Que, si alguien está enfermo o padeciendo circunstancias adversas, es porque en cierta forma se lo ha buscado, lo ha atraído para sí, por lo que necesita sacar de su mente “las malas vibras” y de su entorno el negativismo. Esto a veces va acompañado incluso en un reacomodo y reorientación de los muebles y enseres de la casa-habitación donde vive la persona. Incluso se le llega a pedir que deje a tal o cual familiar, porque es “una mala influencia” o porque dicha persona “atrae energías negativas” que le están perjudicando.

 

Por su lado, el Libro de Mormón llama a nuestra vida, nuestros días de probación. Y enseña que:

Pero he aquí, todas las cosas han sido hechas según la sabiduría de aquel que todo lo sabe. (2 Nefi 2:24).

No podemos elegir las circunstancias en las que viviremos, ni las adversidades que nos sobrevendrán, algunas de las cuáles ni siquiera tendrán que ver con nuestras propias elecciones o las elecciones de quienes nos rodean. Y muchas de ellas no tendrán que ver con si somos justos o fieles, o tenemos pensamientos positivos. Nos llegarán. Y a veces, donde más nos duele, donde no nos gustaría ser probados. Pero no se nos prometió que no pasaríamos adversidad ni dificultades, sino que podríamos triunfar en medio de ellas: Se le enseñó a José Smith:

“…tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos. (D y C 121: 8)

No se le dijo: “Y si tienes pensamientos positivos y buscas las buenas vibras y entrar en armonía con el universo triunfarás, sino se le pidió que las sobrellevara hasta que pasaran. Algunos de nosotros no quisiéramos tener que tomar la amarga copa, pero es hasta después de ello que seremos confortados.

Se que es doloroso pasar por enfermedades que a veces no tienen explicación o cura. O nacer o tener hijos con condiciones especiales de desarrollo. Pero el pensar positivamente no quitará de en medio lo uno o lo otro. En cambio, la expiación no solo nos consolará durante el transcurso de tales circunstancias, sino que además nos da esperanza para el futuro.

A menudo la ideología del pensamiento positivo hará recaer la culpa de enfrentar condiciones adversas en la persona, sumiéndola en una mayor depresión de la que dice quiere rescatarle. “No eres suficientemente positivo, pues entonces es tu culpa que ese linfoma haga metástasis”. “Necesitas re-balancear tu energía a fin de que tus chacras recuperen su equilibrio armónico con tu ser y el universo”. No solo es una idea falsa, sino hasta mortal.

5. El pensamiento positivo priva al individuo de la capacidad de ejercer el pensamiento crítico.

No se trata de pensar positiva o negativamente una situación, sino de razonar la situación. Uno puede experimentar situaciones sentimientos desagradables, incluso amargos. No tenemos por qué privarnos de sentirlos.

Lehi enseña:

Era menester una oposición; sí... siendo dulce el uno y amargo el otro. (2 Nefi 2:15).

El reconocer que algunas situaciones y pensamientos pueden llegar a ser amargos, nos pondrá alertas, y también nos permitirá apreciar lo dulce llegado el momento. Que estemos a veces tristes, o faltos de ánimo, no significa que seamos negativos. A veces experimentaremos zozobra. Algunas veces por nuestra propia situación, a veces por el mundo que nos rodea. Ejemplos claros de ello son Mormón y Moroni. Cuando Mormón vuelve a retomar el mando de los ejércitos, su sentimiento en cuanto a ellos es: “yo no abrigaba ninguna esperanza” (Mormón 5:2). y Moroni anda errante por donde puede para proteger su vida (Moroni 1:1) con toda la angustia y desazón que debió significar aquello. Pero no apelaron a pensar positivamente, sino que pusieron su confianza en su Redentor.


En épocas más recientes, el Señor alentó a hacer uso de un razonamiento crítico, no de un apaciguamiento mental. A Oliver Cowdery le ordenó a estudiar las cosas en su mente y luego preguntar si está bien. No le dijo: “¡Eh, Oliver!, debes de tener una actitud más positiva y así podrás traducir”; sino lo mandó a pensar, a estudiar. No debemos desterrar el uso del criterio, el albedrío y el juicio en aras de positividad en nuestras vidas.

 

Recuperando el lenguaje de las escrituras.

Finalmente, creo necesario que recuperemos en nuestro uso cotidiano, el lenguaje de las escrituras, aunque, estas parezcan no estar de moda, dado el omnipresente discurso del pensamiento positivo.

Felicidad. Felicidad es un término más completo, más hermoso y realista que “pensar positivamente. Va más allá de la sonrisa constante a la que obliga el optimismo positivista. La felicidad es trascendente, forma parte de un plan, no es un estado bobalicón perenne basado en el autoengaño.

Esperanza. Prefiero esperanza a optimismo. Al igual que su palabra hermana, felicidad, también tiene un carácter trascendente. No sólo nos califica para la obra a la que somos llamados, sino que además nos prepara para la adversidad. El optimista no quiere saber de adversidad. Pero quien tiene esperanza, sabe que aún en medio de la adversidad está Aquél quien nos aligerará la carga.

Bien. ¡Claro que existe el bien! ¡Claro que no es relativo! ¡Claro que no es conforme al cristal con que se mire! El bien es siempre una elección deseable, no algo que dependiendo de nuestras circunstancias optaremos por él o no. Y a lo contrario se le llama pecado. No negatividad, pecado, y este hace a los hombres miserables e infelices. Nuestras elecciones deciden nuestro rumbo, no nuestras circunstancias.

Fe. Recuperemos la palabra fe. No se trata de atraer sobre nosotros las buenas vibras, ni en concentrarnos para que el universo conspire a favor de nosotros, sino de ejercer la fe. Fe que nos llevará al arrepentimiento, fe que nos llevará a experimentar un gran cambio en nuestros corazones, fe que nos permitirá embarcarnos en la nave del gran capitán que es Jesucristo, quien es nuestro Redentor, y Hacedor de milagros.

Conclusión.

Espero estas líneas te hayan motivado en ti, apreciable lector santos de los últimos días, a reflexionar sobre que tanto influye el pensamiento positivo a la hora de tratar los temas del evangelio. Si es así, habré logrado mi cometido.

 

A propósito:

¿Eres feliz o vez la vida positivamente?

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Excelente artículo, gracias por tu trabajo.

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